Secretos de muerte

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Capítulo 4

Cuando Law finalmente pudo reaccionar avanzó a paso veloz hasta la ventana. Miró en todas direcciones buscando alguna señal; alguna pista de hacia dónde se había ido, pero no pudo encontrar nada. Para su buena suerte tampoco parecía haber gente en la calle a esa hora. Rogaba porque nadie hubiera notado lo que acababa de pasar.

Cerró la ventana, y al hacerlo, notó que habían unos rasguños profundos en el marco de madera. No había duda, habían sido hechos con uñas humanas. Parecía que alguien hubiera hecho hasta lo imposible por impedir que lo jalaran hacia fuera.

Cerró los puños, nervioso.

Él mismo había forcejeado antes con el Mugiwara y sabía a la perfección que no se trataba de ningún debilucho. Si se lo habían llevado contra su voluntad se trataba de un ser bastante fuerte. «Está en problemas», fue lo primero que pensó. Debía ayudarlo y debía darse prisa.

—¡¿Qué ha pasado aquí?!

Escuchó que alguien gritaba detrás de él. Era Zeff, quien se puso pálido en cuanto miró el cuarto vacío. Tomó al sacerdote de la ropa y lo pegó contra la pared. —¡Debí saberlo, maldita sea, debí saber que no sería capaz de contener al demonio!

Sanji, quien hasta ese momento pareció reaccionar, se acercó a su padre. —¡Detente, viejo, no fue su culpa, yo lo estaba vigilando cuando se escapó! —lo hizo retroceder lo suficiente para que Law pudiera soltarse.

—Voy a encontrarlo —exclamó el exorcista—. No importa lo que tenga que hacer, voy a encontrarlo.

Zeff se dio la media vuelta y se agarró la cabeza como si quisiera mitigar una migraña. —Sanji, llama a Kureha y a Merry, y diles que vengan cuanto antes. Es urgente.

El rubio salió enseguida a hacer lo que le acababa de pedir. Zeff tomó asiento y soltó un pesado suspiro.

Law retrocedió lentamente, agarró sus cosas y se dispuso a salir cuando la voz del viejo lo frenó: —Usted no irá a ningún lado.

—No puedo perder más tiempo —exclamó el sacerdote contrariado.

El viejo lo miró con mala cara.

—Podrá parecer un sacerdote, pero no deja de ser un crío —Law apretó los dientes molesto por su comentario; sin embargo, antes de que pudiera responder cualquier cosa Zeff alzó la mano para pedir que le dejara terminar de hablar—. Si existe algo a lo que le debemos temer más que a un demonio suelto es a la gente cuando entra en pánico. Si lo ven caminando por ahí se darán cuenta de que algo anda mal. ¿Dónde está el demonio? comenzarán a preguntarse y tarde o temprano la verdad saldrá a flote. No puedo permitir que eso suceda. Mi gente ya ha sufrido demasiado.

Law, muy a su pesar, asintió. No podía negar que el viejo tenía razón. —Entonces, ¿qué?, ¿debo quedarme aquí con los brazos cruzados? —apretó los puños, la tensión comenzaba a extenderse por su cuerpo.

Zeff soltó un bufido.

—La paciencia es una virtud, ¿no es así, padre? —exclamó el viejo, y el sacerdote, avergonzado, no tuvo más opción que cruzarse de brazos y obedecer.

En menos de diez minutos apareció la doctora del pueblo y el sacristán. Zeff los puso rápidamente al tanto y comenzaron a discutir entre sí, dejando a Law y a Sanji fuera de la conversación.

El rubio le puso una mano en el hombro al exorcista. —Lo siento, todo esto es culpa mía —lo apretó sin querer, estaba todavía muy tenso por todo lo que acababa de suceder.

—Te equivocas, yo soy el único responsable del muchacho. Si algo llegara a pasarle no podría perdonármelo.

Sanji enarcó una ceja. —En serio, después de lo que vimos ¿crees que él es inocente? —la voz del rubio se turbó por completo—. A estas alturas ni siquiera yo puedo negar que... —no pudo terminar la frase, su mente estaba muy turbada, pues lo que acababa de suceder le había removido por completo sus propias creencias.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora