El demonio en el establo

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Law entró al bar del pequeño pueblo. Tomó asiento en la barra y se arrancó el alzacuello de la camisa para poder desabotonársela un poco. El calor en esa región era insoportable. Colocó su frente entre las palmas de sus manos y se recargó sobre la barra.

—Lléname el vaso con lo que sea —le dijo al cantinero sin siquiera mirarlo. El hombre obedeció, consternado al ver lo que aquel personaje deseaba. Le sirvió un poco de whisky, mismo que desapareció de un solo trago. —Sírveme más —exclamó el ojigrís.

—¿Se siente bien, padre? —no pudo evitar preguntárselo. Era la primera vez que veía tomar al sacerdote.

Law sonrió de lado sin subir la vista y señaló su vaso sin responder.

«Soy un completo idiota». Pensó mientras se empinaba nuevamente la bebida como si de esa manera pudiera apaciguar el mar de emociones que le revolvían el estómago y la cabeza.

Había sido enviado a investigar una supuesta posesión. Jamás pensó que se trataría de algo con lo que no sería capaz de lidiar, y para colmo, el exorcismo terminó en un rotundo fracaso. Estaba seguro de que en cuanto el padre Dracule, su superior, se enterara de lo que había pasado lo echaría de la orden, si no es que lo excomulgaba primero.

—Sírveme más —le insistió al cantinero. Metió la mano debajo de su camisa y sacó la cruz de plata que solía llevar a todas partes. La miró a contraluz y soltó un bufido como si quisiera burlarse de sí mismo—. Puedes tomar esto como pago —le dijo mientras la dejaba caer en la barra—, solo... sigue llenando el vaso.



EL DEMONIO DEL ESTABLO

—Capítulo 1—

[Días atrás]

Law abrió los ojos cuando el viejo camión dejó de tambalearse. Finalmente había llegado a la última parada de su ruta. Miró por la ventana, el sol estaba a punto de desaparecer en el horizonte. Se levantó y se estiró con pesadez, había sido un viaje de más de siete horas por lo que el cuerpo comenzaba a pasarle factura. Se colocó el par de guantes negros que utilizaba para cubrir los tatuajes de sus manos, tomó su equipaje y descendió.

En el momento en que puso los pies sobre el piso de tierra sintió el aire caliente sobre el rostro, se cubrió los ojos al sentir que el polvo comenzaba a colarse entre su ropa incomodándolo bastante. Un hombre se acercó hasta él, pero tenía tanta tierra en los ojos que tardó en poderlo ver.

—Padre, bienvenido al pueblo, lo hemos estado esperando, soy Merry, el sacristán, y estoy aquí para darle la bienvenida.

Cuando finalmente lo enfocó se dio cuenta que se trataba de un hombre de mediana edad con cara bonachona y un peinado de carnero. Le regaló una leve sonrisa y le extendió la mano.

—No me gusta mucho que me digan padre, puedes llamarme Law, Trafalgar Law —el sacristán pareció apenado ante el gesto y en vez de estrecharle la mano se la tomó con ambas y le hizo una reverencia.

—Permítame llevarme su equipaje.

—No es necesario, lo cargaré yo mismo —Law tomó su pesada maleta y se la echó al hombro sin problema. Miró de reojo aquel pequeño pueblito tan alejado de todo. Desde donde estaba parado podía ver la iglesia, solo necesitaba cruzar una pequeña plazuela para llegar ahí. —¿Puedo hablar con su sacerdote? —preguntó. Necesitaba un sitio donde pudiera alojarse.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora