Sin retorno

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Capítulo 14

Law despertó con un sobresalto. No recordaba en qué momento se había quedado dormido. Miró hacia la puerta donde una intensa luz ya se colaba entre la madera y dedujo que el día ya estaba bastante avanzado.

Acurrucado muy cerca de él, el mugiwara dormía plácidamente. Miró con curiosidad como las heridas de su rostro estaban casi curadas, a pesar de eso podía deducir que todavía le faltaba bastante para recuperarse por completo. «Esas heridas debieron dolerle bastante», pensó.

Soltó un pesado suspiro.

La mente del exorcista estaba exhausta, llevaba demasiado tiempo peleando contra sí mismo. Tanto, que ya no tenía ánimos de seguir.

Miró nuevamente al muchacho y volvió a suspirar con pesadez.

Ese joven le hacía sentir tantas cosas. No solo le gustaba, sino que en verdad disfrutaba tenerlo cerca. Su sola presencia lo hacía sentir tan vivo. Recargó la cabeza contra el muro de piedra y cerró los ojos un momento.

«¿Por qué decidí convertirme en sacerdote?» se quiestionó.

Siendo sincero, se había ordenado para poder limpiar su propia culpa, no porque realmente quisiera servirle a Dios. Antes de la muerte de su padre jamás había mostrado interés en las cuestiones religiosas. Era Cora-san quien, cada domingo, le rogaba porque lo acompañara a misa. Su padre era esa clase de hombre devoto y bueno que siempre intentaba dar lo mejor de sí. Law, por su parte, había sido rebelde desde joven y había desdeñado casi todos sus consejos.

Qué estúpido había sido.

Si no se hubiera desviado del camino seguramente tendría ahora un renombre como cirujano y su padre seguiría con vida.

Lo más triste de todo es que parecía ser incapaz de aprender de sus propios errores. Nuevamente había destruido todo lo que con tanto trabajo había forjado y, una vez más, se había quedado solo.

Por un momento analizó la posibilidad de fugarse con el mugiwara. ¿Qué más daño podía hacerle a su propia alma? De todos modos ya cargaba dentro de sí un terrible pecado mortal. Un secreto tan grande que solo su confesor, Dracule, conocía.

«Si te arrepientes de corazón verás que Dios te mostrará misericordia». Le había dicho su superior cuando acudió a él por primera vez. Pero el problema era que, para ser completamente sinceros, jamás había logrado sentirse arrepentido, no después de ver como su padre había muerto entre sus brazos.

Lo que hizo después de verlo morir fue, para él, un acto de justicia.

Su mente dejó de divagar cuando sintió que el mugiwara se removía entre las sábanas. Abrió los ojos, expectante; y apretó los labios al ver cómo se frotaba con suavidad aquel par de ojos rojos como la sangre. Law sospechaba que, a consecuencia del contacto con el agua bendita, no volverían a regenerarse igual.

—Torao... —soltó el chiquillo todavía adormilado y su estómago gruñó con fuerza—. Torao, tengo mucha hambre —se dejó caer de bruces contra el colchón y continuó quejándose sin que el resto de sus palabras se pudieran comprender.

El sacerdote apretó los dientes, tenso. Ya había tomado una decisión y no había nada más qué hacer.

—Iré a conseguir algo de comida, ¿por qué no tomas un baño en lo que regreso? —le dijo en un tono de voz sereno. El mugiwara alzó el rostro y se olfateó a sí mismo haciendo una mueca de desagrado.

—De acuerdo —exclamó—, pero no tardes, en serio que tengo demasiada hambre.

Sin notar el extraño comportamiento del sacerdote, el chico tomó sus cosas y se dirigió alegremente hacia el baño. En cuanto cerró la puerta Law tomó su maletín con objetos sagrados y salió de la casa. Miró la barrera que en un inicio había puesto como protección. Con la lluvia había quedado severamente dañada, así que debía apurarse. Tomó su biblia y comenzó a rodear la pequeña construcción de piedra mientras que su acelerado corazón el pedía que se diera más prisa. Escuchó cómo, en el baño, el joven cantaba alegremente una melodía incomprensible. Intentó no pensar en él y continuó rodeando la casa hasta que quedó protegida.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora