Ojos carmesí

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Capítulo 12


—Un demonio de carne y hueso.

En cuanto el mugiwara escuchó las palabras de Zoro recompuso su expresión y sus ojos volvieron a ser de color negro.

Pero ya era tarde.

Ese momento en que se había descuidado fue suficiente para que el sacerdote pudiera ver su verdadera naturaleza.

Law reaccionó también al escuchar la voz del peli verde y abrió los ojos llenos de pánico.

Zoro no se detuvo a pensar. Dio dos grandes pasos y con la cruz en mano arremetió contra el muchacho. Lo tiró al piso y le colocó el objeto bendito sobre la frente mientras murmuraba las primeras palabras del rito romano, provocando que el mugiwara soltara un alarido de intenso dolor.

Law corrió hasta él e intentó separarlo con todas sus fuerzas. —Zoro-ya, ¡detente!

El aludido terminó de colgarle al muchacho la cruz. Se dio la vuelta, y mirando a Law directamente a los ojos le soltó un derechazo en la mejilla que lo noqueó unos instantes.

—Lo siento, Law. Esto lo hago por tu propio bien —exclamó con la voz dolida.

Law, sin conseguir levantarse, pudo divisar como Zoro tomaba al mugiwara del cabello y lo arrastraba fuera de la casa. —¡Suéltame, hijo de puta! —gritaba el muchacho sin poder defenderse, pues la cruz lo aturdía demasiado.

—¡No! —gritó Law y con un esfuerzo sobrehumano se puso en pie, avanzó dando tumbos hasta la puerta, pero la misma se cerró de un golpe y escuchó como Zoro la bloqueaba desde el exterior. —¡No! —volvió a gritar mientras empujaba la puerta con todas sus fuerzas sin lograr hacerla ceder—. ¡Zoro, por favor, no lo lastimes!

—¡Torao!

Escuchó que el chico lo llamaba aterrorizado. Siguió golpeando la gruesa madera, suplicando que lo dejara en paz. La voz del muchacho se escuchaba cada vez más alejada.

Law tenía la respiración tan acelerada que estaba a punto de desmayarse y sus ojos se llenaron de lágrimas que escurrían por su ensangrentada mejilla.

—No... —volvió a exclamar con la voz dolida. Esto no podía estar sucediendo. Se enjugó las lágrimas con violencia y continuó arremetiendo contra la puerta sin descanso.

Zoro avanzaba a grandes pasos con su maletín en una mano y el cabello del mugiwara en la otra. Entró en la iglesia y se dirigió directamente al altar. Ahí colocó al muchacho y lo ató con unas gruesas cuerdas. Respiró profundo y finalmente le quitó la cruz.

El joven dejó de gritar y lo miró con los ojos negros llenos de un inmenso odio. Zoro le sonrió de lado y se tomó el tiempo para sacar de su maletín un pequeño frasco con agua bendita.

—Empieza a hablar —le dijo al muchacho y le soltó algunas gotas sobre el torso. La piel del mugiwara ardió a tal grado que salía vapor de las pequeñas heridas—. ¿Dónde está el verdadero dueño de este cuerpo?

El joven lo miró en forma desafiante. —¡Vete a la mierda! —exclamó. Como respuesta Zoro le pegó la cruz sobre la frente, presionando con tanta fuerza que podía olfatear el terrible aroma de la carne quemada. El mugiwara se contorsionó por el inmenso dolor y soltó un grito tan fuerte que se dañó la garganta.

—¡Responde! —reiteró el exorcista.

El demonio apretó los dientes, pero su boca parecía moverse por sí sola ante la presión.

—¡No hay nadie más, el cuerpo es mío! —gritó. Y se mordió los labios con tanta fuerza que los hizo sangrar.

Zoro sonrió, así que realmente se trataba de un caso especial. —Bueno, pues entonces no necesito mostrarte ninguna consideración.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora