Unión forzada

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Capítulo 10

No habían avanzado más que unos cuantos pasos cuando el primer problema surgió. El mugiwara, al ver que planeaban atravesar la iglesia dejó de caminar.

—No quiero pasar por ahí —exclamó. Law miró hacia el cielo y soltó un suave bufido, ya se lo temía.

—Está bien, vayamos por la parte de atrás —dijo con un tono condescendiente, y dio un paso de regreso, pero antes de moverse Zoro lo tomó del brazo con firmeza.

—Espera, ¿por qué tenemos que salir por otro lado? —preguntó directamente.

—Porque yo no quiero pasar por ahí —exclamó el mugiwara. Zoro se irguió y le dedicó una mirada seria, como si intentara ver a través de él.

—No quieres, o no puedes.

El joven no respondió, pero el ojigrís pudo sentir que le apretaba la mano. Zoro acortó su distancia sin que el chico retrocediera un solo paso.

—Es curioso que no puedas atravesar los lugares bendecidos, dime ¿tienes algún pacto del que nos quieras contar? —estiró su mano para sujetar al joven y este se soltó de manera violenta.

—¡No me toques! —exclamó enfurecido y la tierra comenzó a vibrar. Zoro esbozó una sonrisa, como si aquella reacción le despertara un instinto sádico.

—Sabes, tengo una gran curiosidad, ¿qué pasaría si bendigo una tina de baño y te sumerjo en el agua?

—¡Basta ya! —exclamó Law, colocándose entre ambos. Lo menos que deseaba era que se iniciara una pelea justo en el momento en que habían alcanzado un poco de paz.

El peli verde clavó su atención en ese par de ojos grises que le imploraban paciencia. —Sabes que no puedes postergar lo inevitable —le dijo en voz alta, importándole poco si el muchacho lo escuchaba—. Este chico esconde algo y si no lo cuenta por voluntad propia yo mismo me encargaré de sacarle la verdad... y no de una manera agradable.

—¡Atrévete a tocarme y te patearé el cu... —el mugiwara estaba por soltar una buena cuando Law le tapó la boca. El joven levantó el dedo medio hacia Zoro mientras balbuceaba un buen número de palabrotas.

—Por favor, vayamos a comer algo —exclamó Law con un tono de voz conciliador—. En verdad, me estoy muriendo de hambre.

El estómago del mugiwara y el de Zoro soltaron un gruñido al unísono y finalmente bajaron la guardia. Era casi medio día y ninguno de los tres había probado bocado.

Zoro le dedicó una última mirada de pocos amigos, metió las manos a los bolsillos y clavó su atención en otra parte. Law tomó eso como una buena señal y continuó su camino hacia la barda derrumbada. Estaba intranquilo, pero al parecer lo peor ya había pasado. «¿Cuánto tiempo más podré evitar que Zoro-ya tome las riendas?», pensó. A diferencia de él, Zoro no dudaría en lastimar al joven para sacarle la información que necesitaba y esa idea hacía que se le revolviera el estómago.

...

En cuanto la gente los vio caminar por la calle comenzaron a retroceder. Se escucharon algunas exclamaciones de miedo, pero nadie se atrevió a decirles nada. A esta altura del día ya se había corrido la voz sobre cómo esos sacerdotes habían expulsado a dos demonios, aún así la gente no entendía el motivo por el cual seguían conservando a ese extraño muchacho. A ellos no les importaba demasiado que, como había dicho el sacerdote, se tratara de un inocente. Simplemente lo querían fuera del pueblo.

Al no tener algo más entretenido qué hacer, la gente se limitó a observar fijamente, como si esperaran que algo malo sucediera en cualquier momento.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora