Gélido y cálido

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Capítulo 13

Law saltó de la cama e instintivamente se llevó la mano al pecho en busca de la cruz que, para su mala fortuna, había intercambiado por licor. Sintió un inmenso terror, pero intentó que su voz sonara segura.

—¡No des un paso más! —exclamó mientras, a tientas, recorría el escritorio en busca de su biblia. La tomó con ambas manos y la estiró hacia el demonio, agradeciendo que la oscuridad escondiera lo mucho que le temblaban los brazos.

El mugiwara se quedó quieto y permaneció en silencio, mirándolo con ese par de ojos rojos que apenas parecían parpadear.

Law se puso en pie, pero no se atrevió a dar un paso más. Sintió como su cuerpo se llenaba de adrenalina, pero más que eso, de una intensa rabia.

—¿¡Cómo te atreves a venir aquí después de todo lo que pasó!? —gritó sin importarle que en su voz se notara herida.

El joven se recargó en la pared y soltó un jadeo suave que dejaba entrever el inmenso dolor y fatiga que traía consigo. —No tengo otro sitio a donde ir —soltó con un tono de voz carente de emoción—. Y afuera hace frío.

Law continuó gritando sin saber realmente si arremetía contra el muchacho o contra sí mismo. —¡Eres un maldito demonio y yo... yo soy un completo imbécil que no pudo ver a tiempo la realidad!, ! ¡ahora por culpa tuya la vida de Zoro pende de un hilo y mi propia vida es un desastre!, ¡ni siquiera sé si podré continuar siendo un sacerdote!

—¿Ese tipo sigue vivo? —preguntó el mugiwara, manteniendo el tono de voz sereno—. Es una lástima, pensé que lo había rematado bien.

Law apretó los dientes, estaba a nada de lanzarse sobre él, pero sabía bien que no tenía las armas suficientes para hacerle frente. Pensó en Zoro, en la manera en que terminó, y supo que no podría vencerlo. En vez de eso avanzó hacia la puerta y la abrió lo suficiente para que se colara un poco de luz. —¡Vete, vete y no vuelvas! —dio unos pasos hacia el sitio donde había acomodado las pertenencias que el mugiwara había dejado atrás y se las lanzó a la cara. —¡Vete, o si no...

—O si no, ¿qué? —lo retó el muchacho.

El mugiwara se acercó a la puerta, dejando que la luz le iluminara el rostro. Law, al verlo, sintió que le fallaba la respiración. El mugiwara tenía toda la frente y la zona alrededor de los ojos en carne viva, no había que ser un erudito para entender que Zoro lo había quemado con una crueldad abrumadora.

Los ojos rojos se posaron en los suyos. El chico no sonreía, simplemente lo miraba como si estuviera alerta a cualquier movimiento que hiciera.

—Vete —reiteró Law e hizo un ademán de buscar algo dentro de su camisa—, o si no, tomaré la cruz de plata y te la meteré en la garganta.

El joven lo miró unos instantes y en completo silencio abandonó la casa parroquial sin mirar atrás, perdiéndose rápidamente entre la oscuridad de la noche.

Law bajó lentamente la biblia y empezó a llorar sin poder contenerse. ¿Qué mierda le estaba pasando? Todo parecía tan confuso, tan terrible. Se sentó en la cama y empezó a enjugar su llanto de manera tosca. «Sus heridas se veían terribles», pensó, y justo después agitó la cabeza como si deseara quitarse esa imagen de la mente. «Es un demonio», se recordó. No debía mostrarle misericordia.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora