Susurros en el aire

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Capítulo 2

Law se quedó pasmado ante la sombría mirada de aquel joven. «Algo no está bien», fue lo primero que atravesó su cabeza. Decidió ignorar aquella sensación de peligro, tomó el pan que había ido a buscar y se acercó con cautela. —Debes tener hambre —cortó con los dedos un pequeño trozo de la hogaza y se lo ofreció. El joven desvió la boca, pero su estómago gruñó con intensidad, delatándolo. Law se quitó los guantes e intentó tocarle la barbilla sin mucho éxito.

—No voy a hacerte daño —soltó el sacerdote en un tono de voz suave—. Mira —tomó el trozo que tenía entre los dedos y se lo comió—, tiene buen sabor.

Pese a que no disfrutaba mucho del pan, tenía que demostrarle a aquel chico que no tenía nada de malo.

El joven ladeó ligeramente la cabeza y clavó su entera atención en el resto de la hogaza, sacó su lengua y la paseó instintivamente por sus labios resecos. El sacerdote cortó otro pedazo y volvió a ofrecérselo. Esta vez la boca del joven cedió y engulló el trozo de pan con rapidez. Law siguió alimentándolo poco a poco para evitar que se atragantara. En el último bocado la lengua del joven escapó de su boca e inesperadamente lamió los dedos del exorcista en busca de las últimas migajas. Law retiró lentamente la mano, conmovido por la desesperación del chico.

—Es todo lo que puedo ofrecerte, no tengo nada más conmigo —agregó. El preso seguía con la mirada fija en él, aunque la había suavizado bastante. Por un momento el pesado silencio inundó el establo.

—¿Cómo te llamas? —preguntó Law para romper el hielo, pero no recibió respuesta.

Se limpió el sudor de la frente. El calor comenzaba a sentirse con una intensidad abrumadora. Se puso a recorrer el establo en busca de algo más que le resultara útil para el cuidado del chico, o bien, para escapar de ahí. De vez en vez sus ojos se desviaban hacia el joven, que seguía pendiente de sus movimientos. Su mirada le recordaba a la de un gato: fija e inexpresiva, como si estuviera dispuesto a saltarle encima a la menor provocación.

Soltó un pesado suspiro. Por culpa del calor la camisa comenzaba a pegársele al cuerpo. Bebió un poco de agua fría y con un trapo que había encontrado se humedeció el rostro y el cuello. El agua escurrió por su pecho hasta adentrarse en su ropa, con ese intenso calor le resultó de lo más agradable. Se quitó el alzacuello y comenzó a desabotonarse la camisa dejando al descubierto la cruz de plata que colgaba en su pecho. La tomó entre sus dedos y comenzó a juguetear con ella. Esa cruz era el símbolo de su congregación, se la habían entregado el día que se ordenó sacerdote.

Volvió a humedecer el paño y esta vez se acercó al joven. —Déjame refrescarte un poco —extendió la mano hasta su rostro, pero al sentir su cercanía el preso soltó un sonido gutural parecido a un gruñido y alejó la cabeza con repulsión.

—¡Aleja esa cosa de mí! —demandó con la voz lastimada por la sed.

El exorcista se mostró sorprendido, pues hasta ese momento no se había dignado a dirigirle la palabra. Dio unos pasos hacia atrás —Es solo agua —miró el trapo como si en él pudiera encontrar la respuesta. El joven comenzó a tirar de sus ataduras haciéndose daño. Law volvió a intentarlo y esta vez el gruñido subió de intensidad a tal grado que sintió que le lastimaba los oídos.

—¿Qué es lo que te molesta? —preguntó contrariado.

—¡La cosa que cuelga de tu cuello!

Law tomó la cruz entre sus dedos y la apretó.

—¡¡Quítatela!! —volvió a gritar el joven con las pocas fuerzas que le quedaban. El exorcista sintió que el piso vibraba suavemente. El establo entero crujió y el ganado al otro lado de los muros empezó a movilizarse como si algo estuviera alterándolo.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora