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Capítulo 8

Law tardó en reaccionar ante el saludo del otro sacerdote. —Llegaste —fue lo único que atinó a decir. Zoro le dio un golpecillo en la frente para hacerlo reaccionar.

—No sé por qué te sorprende —se asomó hacia la habitación y parpadeó con sorpresa cuando vio a un joven sobre la cama vestido solamente con la camisa de Law—. ¿Hay algo que quieras confesar? —exclamó con un dejo de burla mientras enarcaba la ceja.

Al ojigrís se le encendieron las mejillas cuando comprendió lo que Zoro había interpretado. —¡No pienses estupideces! —exclamó, aunque tuvo que desviar la mirada, pues algo de razón había en sus acusaciones.

Dudó antes de abrir más la puerta, pero finalmente lo hizo. El mugiwara, al notar que invitaban al otro tipo a pasar volvió a hacerse ovillo como si se tratara de un gato arrinconado.

—Está bien, no te alteres —le pidió Law, pero el chico clavó su mirada intimidante en el hombre que acababa de llegar.

Zoro bajó su mochila y se masajeó el cuello mientras le daba un vistazo a la casa parroquial. —Vaya, me temo que no hay espacio suficiente para los tres —soltó un pesado suspiro. Había gastado más de la cuenta en pasajes y no tenía mucho dinero para pagarse un hospedaje, tendría que pedirle prestado a Law.

Se acercó al joven, pero este retrocedió lo más que pudo, como si estuviera dispuesto a atravesar la pared si seguía avanzando. Law tomó a Zoro del hombro para indicarle que no se acercara más.

—¿Cómo te llamas? —preguntó el peli verde. No obtuvo respuesta—. ¿Eres mudo, acaso? —el mugiwara apretó los dientes, haciéndolos rechinar.

Law, quien temía que la casa comenzara a temblar en cualquier momento, tomó a su compañero del brazo. —Zoro-ya, ven conmigo, necesitamos hablar en privado.

Salió de la casa y antes de cerrar la puerta le hizo una seña al mugiwara para que se tranquilizara. Avanzaron unos cuantos metros, poniendo suficiente distancia para que no pudiera escucharlos.

Zoro fue el primero en hablar. —Ese chico tiene algo raro, supongo que ya lo habías notado ¿no? —había bastado un simple vistazo para darse cuenta de que no se trataba de un humano ordinario. Clavó su atención en la barrera bendita que rodeaba la casa—. ¿Tan peligroso te parece? —Law negó con la cabeza y lo tomó de los hombros. Zoro pudo ver en sus ojos grises una intensa desesperación. —¿Qué sucede? —hasta ese momento en que lo vio bajo la luz del sol notó lo demacrado que estaba.

—El chico es especial, ciertamente, pero no es él quien me preocupa, es todo el pueblo. Zoro-ya, este lugar está maldito —sintió que el viento comenzaba a revolotear a su alrededor y dio un respingo.

Zoro ladeó la cabeza y esbozó una sonrisa. —¿No me digas que el viento asusta al gran Trafalgar Law? —su tono era condescendiente y eso hizo que el ojigrís se enfureciera bastante.

—¡No estoy bromeando! Hay muchas cosas que no puedo explicarte en estos momentos. Necesitamos hablar en un lugar seguro.

—Hablemos entonces en la iglesia...

—¡No! —lo interrumpió Law—. Tiene que ser en un sitio bendecido. La iglesia no es suficiente.

El viento empezó a subir de intensidad y Law apretó los hombros de su acompañante.

—Calma, Law —le pidió Zoro mientras le tocaba la frente para revisar si tenía fiebre. Comenzó a preocuparse en serio, desde el día en que lo conoció jamás lo había vuelto a ver tan fuera de sí. —Hagamos algo, vete a descansar y yo vigilaré al muchacho.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora