Aguas turbias

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Capítulo 6

La noche estaba oscura y la única luz con la que Law contaba era la de la luna llena. A cada paso que daba le exigía a su cuerpo seguir avanzando. No debía parar, no podía detenerse. «Solo un poco más». Llevaba repitiéndose esa frase por horas. Cuando Law finalmente pisó el límite del pueblo su cuerpo comenzó a temblar. Era como si todo el esfuerzo que había hecho comenzara a pasarle factura. El terrible chillido que soltaba el viento bajó de intensidad y se convirtió en una brisa molesta; y el humo de los árboles que se quemaban a su alrededor, cesó. Había acertado, fuera del bosque su enemigo perdía fuerza. Finalmente pudo bajar el tono de su voz, tenía la garganta reseca y ya había recitado casi todas las oraciones que conocía. Escuchó sobre su espalda un suave quejido. El mugiwara comenzaba a recobrar la conciencia. No era momento para detenerse, debía llegar a la casa parroquial antes de que lograra despertar.

...

Cuando el chico abrió los ojos, Law pudo ver que se encontraba desorientado. Se llevó las manos a la cabeza, rozando el vendaje que acababa de ponerle y bajó sus manos hasta cubrirse los ojos. Murmuró algo que al exorcista le pareció incomprensible y arrugó la nariz, como si percibiera un hedor en el ambiente.

—Supongo que no has comido nada desde la mañana, toma. Le pedí a Sanji-ya que me ayudara a prepararte algo.

En cuanto escuchó esas mágicas palabras, el semblante del mugiwara cambió por completo y esbozó una enorme sonrisa. Law le colocó una bandeja repleta de comida sobre las piernas y el joven estiró sus manos para comenzar a devorar lo que veía.

Fue hasta ese momento que se dio cuenta de que una de sus muñecas estaba rodeada por un grillete de grueso metal.

Jaló con fuerza, pero al parecer estaba unido a la cabecera de la cama.

—¡Quítame esta cosa! —exclamó furioso. Sus ojos, que finalmente fueron capaces de ver apropiadamente, se clavaron en el exorcista.

Law soltó un pesado suspiro y negó con la cabeza. Retrocedió unos cuantos centímetros cuando sintió que el mugiwara se acercaba con una clara intención de hacerle daño.

—Lo siento, es por tu propia seguridad.

El joven continuó quejándose y tirando de las esposas con fuerza, pero, al escuchar que su estómago gruñía por el hambre, discretamente estiró su mano libre y empezó a llenarse la boca mientras continuaba con su ataque verbal.

—No voy a soltarte hasta que me aclares unas cuantas cosas —agregó el exorcista.

El mugiwara tragó con trabajo y continuó comiendo a la par que le dedicaba miradas llenas de odio. Balbuceó algo incomprensible, pero dejó de hacerlo cuando descubrió que la mitad de su bocado caía sobre la cama. Volvió a metérselo y cerró la boca. Law esperó pacientemente a que terminara de comer, a sabiendas de que así no lograría entenderle nada.

Cuando se tragó el último bocado, tomó la bandeja y se la lanzó directo a la cara. El exorcista alcanzó a meter las manos justo a tiempo para evitar que lo golpeara.

—¡Suéltame! —gritó el joven—, ¡suéltame ahora!

La tierra comenzó a temblar, pero sin duda la intensidad fue mucho menor a la esperada. Law esbozó una sonrisa de lado. Había pasado un buen rato bendiciendo y asegurando la casa parroquial con páginas de la biblia. Nada malo podría entrar ahí.

—Estoy harto de los secretos. Si quieres que te libere tendrás que explicarme quién eres y qué hacías a la mitad de ese maldito bosque.

—¡No te importa! —escupió el mugiwara.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora