Confesiones demoniacas

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Capítulo 7

Cuando Law terminó de atender la mano del joven se pasó el antebrazo por la frente para limpiarse unas gotas de sudor que comenzaban a escurrir por su sien. El calor, y más en un sitio pequeño y encerrado, se volvía sofocante. —Ya está. Una fractura como esta va a tardar bastante en sanar. Intenta no mover la mano demasiado.

El mugiwara clavó su atención en el vendaje y comenzó a mover la punta de sus dedos, que era lo único libre, con curiosidad.

—Iré por comida —exclamó Law—. Y necesito que esperes aquí.

El chico entornó los ojos. —En este cuartucho hace mucho calor y estoy aburrido, no pienso quedarme.

El sacerdote se tocó la frente y la masajeó con suavidad. —Temía que dijeras eso —exclamó sin notar su propia desesperación y comenzó a mover nervioso uno de sus pies. Finalmente se giró hacia el chico y se puso en cuclillas para mirarlo a los ojos—. Escúchame, después de lo que ha pasado en este pueblo no es prudente que la gente te vea andar por ahí. ¿Recuerdas lo que te pasó la última vez?

El mugiwara tragó saliva. Claro que recordaba los cuatro días que había pasado en el establo, se cruzó de brazos y soltó un bufido.

—No dejaré que me atrapen otra vez, si alguien lo intenta le patearé el culo —concluyó. El sacerdote no pudo evitar una sonrisa al escuchar la forma tan simple en que aquel chiquillo se expresaba.

—La situación no es tan sencilla como crees. ¡Vamos, solo iré por comida! ¿No puedes ser un buen chico y esperarme aquí?

—¿Buen chico? —el mugiwara soltó una risotada, como si aquella petición fuera completamente inadecuada—. Me quedaré si me das algo a cambio —le dijo, y esbozó una gran sonrisa, dejando en claro que no pensaba ceder en lo que le había pedido anteriormente.

Law se puso nervioso.

—No pienso besarte.

Se sorprendió a sí mismo al escuchar lo mucho que su voz había dudado. El joven, que pareció notarlo, se acercó a él sin dejar de sonreír. —Dame un beso o llévame contigo. No tienes más opción.

El sacerdote estaba a nada de tomarlo del cuello y apretárselo con fuerza cuando escuchó que unos suaves golpes llamaban la puerta. El mugiwara se replegó hasta el rincón de la cama y se puso alerta. —Tranquilo —le dijo el sacerdote, quien fue a abrir.

—Pa-padre...

Merry, a quien poco le faltaba para desmayarse del miedo se asomó sobre el hombro del sacerdote para echar un vistazo al joven. En cuanto sus miradas cruzaron soltó un respingo y retrocedió varios pasos.

—Padre, te-tenemos un problema urgente.

—¿Qué sucede? —preguntó Law alarmado al notar la gravedad en su voz.

—Verá, es la gente del pueblo. Han rodeado la iglesia y piden por favor que los confiese, que ofrezca una misa. Si no hacemos algo rápido van a tirar el portón de madera.

Law se frotó los ojos con clara molestia. —¿Qué no entienden el problema que estoy atendiendo aquí? —movió los ojos hacia el joven para señalarlo discretamente.

Merry apretó los labios y negó con la cabeza. —Están muertos de miedo, más por lo que sucedió anoche.

Los ojos del sacerdote se abrieron con sorpresa. —¿Anoche?, ¿qué pasó?, cuéntame —le exigió. Miró de reojo al mugiwara, quien desvió su atención hacia la nada y con la mano buena empezó a hurgarse la nariz.

—Es-es mejor si lo ve usted mismo —tartamudeó el sacristán.

Law soltó un pesado suspiro. —Dame un momento, no tardaré en estar contigo —y dicho esto, cerró la puerta.

Un paso en la penumbraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora