DIECISIETE: La flor del sueño

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Las religiones tiene un propósito en específico, promueven la esperanza. Respaldan al herido y consuelan a los de corazón roto. Es un trato bueno, más no noble y mucho menos misericordioso. A los dioses, les gusta que les rueguen. De lo contrario, dejan que los cursos y vientos crueles sigan su camino hasta los hombres y, como es natural, estos se tienen que arrodillar a suplicar e implorar por ser bienaventurados pronto.

Los creyentes toman un papel de víctima y se aferran a él, porque nadie más se los dará más que su propia religión. Pobre el que le pide a un dios, pasa un mal rato. Desgraciado el que no le pide a nadie, ojalá nunca necesite rogar por nada.

Por malvado que suene, a los dioses les gusta escuchar suplicas y recibir ofrendas. La maldad del mundo les encanta, de otro modo, no tendrían a cientos de oradores arrodillados en sus templos.

Ten nunca ha sido un discípulo enfermo de fe. Pero se le llega a escapar una petición simple cada que ve a John. A él no puede pedirle nada, no quiere perder su orgullo; sin embargo, en la profundidad de sus pensamientos, le reza a Dios porque John deje de ser tan infeliz.

Dios se ríe de vuelta.

«Te amo»

No lo dice en voz alta y tampoco espera volver a escucharlo cuando John lo evita a toda costa. ¿Qué está mal? Ya lo recuerda, ignora las partes oscuras y ha intentado de más de una forma establecer una relación con John, sin importar si son, o no, pareja. ¿Qué quiere? Porque para ese punto, incluso si le dice que es suyo, sospecha que John seguirá con esa actitud reacia.

Como si nada hubiera cambiado.

—¿Quién falta?

—¿De qué hablas? —John deja el libro que tiene las hojas manchadas sobre el buró de la cama.

Jofranka se acercó tras un par de días y encontró sus pertenencias, ella sólo quería reclamar sobre su bicicleta, la entrega de los libros de la biblioteca escolar y sus clases gratuitas de inglés; así que no dudó en llegar a la casa con una molestia marcada con sus dos gruesas y oscuras cejas. También gritó y pateó la puerta hasta que Ten la abrió. Han pasado dos días de eso.

Dos días en los que su única conversación tras la declaración amorosa de Ten fueron gritos porque John se rehusaba a creer que una adolescente pudiera golpear la puerta con tanta fuerza y creyó que otro hijo de Ishtar estaba intentando sacar a Ten de ahí.

—Ya vinieron: Eros, Fobos y Deimos. ¿Quién falta?

Un halo blanco oscurece las facciones del demonio y alza la mano para que Ten deje su escritorio y se acerque.

—Anteros. Pero él nunca ha llegado, con Fobos y Eros siempre había sido suficiente, nunca hubo necesidad de otros—Ten se posa frente a él y alza las cejas, no está impresionado.

—El anti-amor. ¿Qué sentido tiene eso?

Cruza los brazos. Bueno, si pretenden eliminar el amor floreciente que tiene por John, eso es un recurso de último momento por muy ingenuo que suene.

—Que antier me odiabas y hoy dices amarme. Así juegan los dioses. Cuando baje la guardia, volverás a ser el Ten quejumbroso que me amenazó de muerte. —De una forma brusca le toma el rostro y Ten tiene que colocarse de puntitas para no caer. Lo mira directamente a los ojos. —¿Qué podrías tú amar de mi?

Ten aprieta la mandíbula en un signo de desaprobación. Odia que dude de todo. Así que sonríe tomando la delantera y avanza un paso, John no lo suelta.

—Eres lo opuesto a mí, yo no puedo tener nada, tú me lo quitas y, aun así, no me permites tenerte. Eres todo lo que no tengo y quiero. ¿Por qué no te querría, bastardo empedernido?

Synenērgy: Teoría de la reminiscencia [JOHNTEN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora