Capítulo 4

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El Olimpo, ese místico hogar de los dioses griegos, se alzaba majestuosamente en lo alto de las montañas. Un lugar donde las cumbres de la montaña se alzaban como pilares hacia el cielo etéreo. Allí, los dioses griegos, un panteón repleto de divinidades fascinantes, habitaban en esplendor y grandeza.

Entre ellos se encontraban las deidades supremas, los titanes de la mitología. Zeus, el rey de los dioses, gobernaba desde su trono celestial, mientras que Hera, la majestuosa diosa del matrimonio y la reina de los dioses, compartía su esplendor. Poseidón, el señor de los mares, mostraba su poder sobre las aguas inexploradas, mientras que Ares, el dios de la guerra, representaba la fuerza bruta en su máxima expresión.

La lista continuaba con Hermes, el veloz mensajero de los dioses, y Hefesto, el habilidoso artesano celestial. Atenea, la diosa de la sabiduría, Artemisa, la cazadora inigualable, y Apolo, el dios de la música y la elocuencia, aportaban su singularidad a este panteón divino.

Hestia, la diosa del hogar, y Deméter, la patrona de la agricultura y las cosechas, también formaban parte de esta docena ilustre. Y, por último, pero no menos importante, Asclepio, el dios de la medicina y la curación, completaba esta asombrosa asamblea de dioses y diosas.

En el Olimpo, cada uno de estos seres divinos gobernaba sobre aspectos de la vida humana y el mundo natural, contribuyendo a tejer el intrincado tapiz de la mitología griega.

Sagitario, valiente y decidida, encabezó la procesión a través del portal que conducía al mismísimo Olimpo. En su mano, sostenía con reverencia el báculo que representaba el poder de las ninfas, un símbolo de su causa justa.

Una vez dentro, sus ojos se abrieron de par en par al contemplar el majestuoso templo del Olimpo, una estructura que irradiaba grandeza divina. Al frente, ocupando lugares de honor, estaban los tres titanes supremos: Zeus, el soberano de los dioses, se erguía imponente; a su derecha, Poseidón, señor de los mares, emanaba la fuerza de las aguas inexploradas, mientras que Hades, el dios de los infiernos, se sentaba a su izquierda, en un misterioso silencio.

Ante este trío supremo se extendía una asamblea de dioses olímpicos, cada uno con su esencia única y su dominio sobre aspectos del mundo. Una vez más, Sagitario sintió el peso de la responsabilidad y la necesidad de su causa.

En un gesto de profundo respeto, Sagitario hizo una reverencia ante los dioses, su genuina muestra de devoción ante el consejo divino que se reunía en el corazón del Olimpo.

- Soy la ninfa de Sagitario líder de las ninfas y protectora del dios Zeus

Cada una de las ninfas empezó a salir del portal, hacían una reverencia y se presentaban de la misma manera en que lo hizo Sagitario, hasta llegar Elion, haciendo una pequeña reverencia ante los dioses.

-Ella es Elion, ninfa que nos entrenó y ahora miembro de las Horas

-Es un gusto contar con su presencia después de tantos siglos, no siempre los dioses tenemos el honor de presenciar a las ninfas juntas

-El gusto es nuestro Zeus- exclamó Sagitario que se hincó ante él

-Espero que no vengan a dar malas noticas, como siempre lo hacen- comentó Atenea mientras miraba fijamente a la ninfa de Virgo

-Después de tanto tiempo ¿por qué han decidido honrarnos con su presencia? - preguntó Apolo con una sonrisa en la cara mientras observaba a Sagitario burlesco

Sagitario se paró y observó atentamente a Apolo, ya que sabía que buscaba dejarla mal después de aquel enfrentamiento que tuvieron en su templo, y más porque estaba vulnerable ante él gracias al favor que ella le debía

Guerreras del Olimpo Donde viven las historias. Descúbrelo ahora