Capítulo 11

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La espera pareció eterna. El viernes a las cinco y media ya estaba lista, caminando de un lado para otro nerviosa.

Me había puesto un vestido violeta hasta las rodillas, con mangas cortas y un pequeño cinturón color crema con un moñito en el centro. Me puse unos tacones no muy altos del mismo color del cinturón y me dejé el pelo suelto.

Me miraba en el espejo de vez en cuando, nunca había estado tan nerviosa.

Sonó el timbre.
Y para mi sorpresa, sólo habían pasado cinco minutos, que parecieron cinco horas. Respiré profundo y me tranquilicé. Abro la puerta y veo a Elliot con unos pantalones negros y una camisa blanca, muy casual (okey, y muy guapo). Se me queda mirando con esa hermosa sonrisa.

—Estás muy bella.

Me sonrojo.

—Gracias.

—¿Nos vamos?

—Claro, ¿dónde es?

—Es una sorpresa.

Odio las sorpresas.

Subimos a su auto y espero. En el camino hablamos.

—¿Por qué linda?

—¿Disculpa?

—¿Por qué me llamaste linda?

—Ah... —se pone nervioso— por nada... Que linda noche, ¿no?

—No me cambies de tema. ¿Coqueteas conmigo, cierto?—digo con una pequeña risita.

—Sí, coqueteo con la chica que me gusta, ¿por qué?—dice sonriendo.

Ahora soy yo la nerviosa y siento que mis mejillas arden. Es extraño, nunca me ponía nerviosa ni me sonrojaba enseguida. Ahora es en un dos por uno.

—Por nada...

Wow, esto es nuevo. ¡Le gusto a Elliot! Estoy feliz por dentro, pero lo disimulo mirando por la ventana. Pero, otra vez, como si leyera mis pensamientos, me sonríe. Yo le hago un puchero y nos reímos.

* * * * * * * *

—Ya llegamos.

—¿A dónde?

—A Rosetta's. Mi restaurante favorito.

Entramos y ví a mi alrededor. Abrí mis ojos y boca como platos. Era muy bello. Habían mesas con hermosos manteles y adornos, habían arañas enormes iluminando el lugar, en cada mesa había una estatua de hielo en forma de cisne y una rosa a su lado. Definitivamente es un restaurante fino. Debe de valer una fortuna, pero no me atrevo a preguntar.

—Es... —digo recuperando la voz.

—¿Hermoso? Que bueno que te guste —dijo satisfecho y sonriente.

«Vamos» —dijo mientras yo enganchaba mi brazo en el suyo.

Nos reímos juntos y llegamos a la recepción.

—Disculpe, tengo una reservación en la mesa 22.

—Claro, síganme por aquí —dijo el encargado mientras nos llevaba a la mesa.

Elliot jala la silla y yo me siento.

—Ya les traeré los menús. Espero que a su esposa le guste el lugar, señor. Disfruten —dijo el camarero sonriente.

¡Esposos! Elliot nota que estoy roja como tomate y ríe.

—¡Ey! ¿Esposos? ¿Tan viejos nos vemos? —digo aún nerviosa.

Corazón de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora