Capítulo III "La Revelación"

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Hornet, con la pierna herida y la pérdida de sangre marcando su rastro entre los escombros, luchaba por cada paso en medio del caos dejado por el terremoto. Cada respiración era un esfuerzo, y el mundo a su alrededor parecía oscurecerse con cada latido doloroso de su corazón.

El mareo se apoderó de ella, y su visión se volvió borrosa. Las sombras se cerraron lentamente sobre su conciencia, como un velo oscuro que se deslizaba sobre sus sentidos. Hornet, incapaz de resistir más, se dejó caer al suelo en un estado semiconsciente.

Los recuerdos de los momentos previos al terremoto danzaban en su mente, mezclándose con el dolor y la confusión. El pequeño caballero, Ghost, ocupaba sus pensamientos mientras su consciencia se deslizaba hacia un reino etéreo, un sueño impregnado de melancolía y nostalgia.

En este estado de semiconsciencia, Hornet estaba a merced de las sombras, cayendo hacia un reino onírico donde los límites entre la realidad y el sueño se desvanecían. La transición entre el plano real y el onírico se manifestaba en su descenso, marcando el inicio de un capítulo en el que la verdad se revelaría en las sombras de Hallownest.

En el reino onírico, Hornet se sumergió en la danza efímera de sus recuerdos con una figura conocida, pero ahora distorsionada por las sombras del pasado. Risas compartidas y momentos compartidos se entretejían en una sinfonía de nostalgia y melancolía.

Entre las sombras de los recuerdos, una presencia desconocida comenzó a emerger. Una oscuridad majestuosa se materializó ante Hornet, con una presencia imponente que eclipsaba las figuras familiares de su pasado. No era el pequeño caballero que recordaba; era algo más, una entidad misteriosa y divina.

La figura monumental estaba compuesta de sombras densas y penetrantes, con seis ojos amarillos que brillaban en la oscuridad. Dos pares de brazos, poderosos y con grandes garras, se extendían con gracia. Dos grandes cuernos se alzaban en la penumbra, mientras su enorme tamaño se hace notar. Cada movimiento era como una danza entre sombras y luces, revelando la divinidad de esta entidad desconocida.

Hornet, en su estado semiconsciente, quedó atónita ante la majestuosidad de la figura. No era algo familiar; era algo que desafiaba la comprensión. Las sombras del reino onírico susurraban un misterio que estaba más allá de lo conocido, marcando un momento de revelación que resonaría en el corazón de Hornet.

En el reino onírico, mientras la figura divina se materializaba ante Hornet, una sensación familiar y aterradora se apoderó de ella. El miedo, un temor profundo que solo había experimentado en momentos de dolorosa elección, la envolvió. La figura misteriosa proyectaba una aura extremadamente opresiva, como una presión invisible que aprisionaba sus sentidos.

Hornet, paralizada por el miedo, no podía moverse. La divinidad que se revelaba ante ella emanaba una presencia abrumadora, pero curiosamente adictiva. A pesar de la opresión que sentía, también experimentaba una extraña fascinación, como si estuviera siendo atraída hacia esa oscuridad majestuosa.

La dualidad del miedo y la atracción creaban una tormenta emocional en el corazón de Hornet. Su mente luchaba entre el impulso de huir y la irresistible fascinación que la mantenía cautiva. La figura divina, ajena a la batalla interna de Hornet, permanecía en su esplendor oscuro, revelándose como un enigma que desafiaba las comprensiones de la guerrera insecto.

En ese estado de parálisis emocional, Hornet quedó atrapada entre las sombras del miedo y la atracción, marcando un momento de vulnerabilidad qué Hornet nunca creyó volver a sentir.

En medio de la parálisis emocional, la figura divina avanzó lentamente hacia Hornet. La opresión que emanaba parecía intensificarse con cada paso, creando una atmósfera cargada de misterio y revelación. Hornet, aún incapaz de moverse, observaba con una mezcla de temor y fascinación.

Penumbras del VacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora