Capítulo XI "Un Astuto Comerciante"

30 9 0
                                    

Ghost avanzó por las calles desoladas de Bocasucia, su presencia una sombra entre los escombros y las cicatrices del terremoto. El valle, que alguna vez albergó vida y luz, ahora yacía en un silencio inquietante, mientras las farolas de lumelulas titilaban débilmente, luchando por mantener viva la magia que antes iluminaba la ciudad.

Ghost se detuvo frente al monumento del Pequeño Caballero en Bocasucia, su figura envuelta en la oscuridad de la noche. La estatua, a pesar de las grietas que marcaban su estructura, permanecía firme como un testamento a los días pasados. Los ojos de Ghost, ocultos tras su máscara, se fijaron en la representación de su antigua forma, un insecto diminuto que una vez recorrió Hallownest con valentía.

El silencio de Bocasucia estaba roto solo por el susurro del viento y el débil tintineo de las farolas de lumelulas, que luchaban por mantener su resplandor en medio de la oscuridad que se cernía sobre la ciudad. La destrucción post-terremoto estaba grabada en cada esquina, en cada estructura inclinada y en los escombros que adornaban las calles. La magia que solía danzar en las noches de Bocasucia ahora titilaba débilmente, un recordatorio palpable de la fragilidad de las estructuras que antes sostenían la vida en la ciudad.

Ghost, inmóvil ante el monumento, dejó que la nostalgia se filtrara en su ser. A través de la máscara que ocultaba su rostro, los ojos vacíos contemplaban el pasado, un pasado que se desvanecía lentamente en la penumbra del recuerdo.

La brisa de la noche llevaba consigo susurros del pasado, susurros que evocaban imágenes de días antes de su ascensión a la divinidad. Ghost recordó las risas resonando en los pasillos del Palacio Blanco y los desafíos que enfrentó en los rincones más oscuros de Hallownest. Pero esas imágenes estaban ahora veladas, como espectros que se resistían a ser completamente recordados.

La destrucción en Bocasucia se extendía ante él, marcando la transformación irrevocable de la ciudad. Edificaciones que alguna vez resplandecieron ahora se alzaban como monumentos a la vulnerabilidad. Las farolas, cuyo brillo alguna vez iluminó las noches, luchaban por mantenerse encendidas. El Paso del Rey, antes lleno de vida y actividad, ahora se erguía como un corredor sombrío, menos transitado y más silencioso.

La dualidad de la escena no escapó a Ghost. Mientras sus ojos permanecían fijos en la estatua del Pequeño Caballero, su mente también estaba anclada en la realidad desgarrada de Bocasucia. La destrucción y la nostalgia coexistían, creando una sinfonía de melancolía y reconstrucción.

A medida que Ghost reflexionaba en la quietud de la noche, la ciudad se convertía en un reflejo de su propia dualidad. Como el Pequeño Caballero, una figura diminuta que una vez exploró con curiosidad inocente, y como el Señor de las Sombras, una entidad que ascendió a nuevas alturas. Ambas formas convergían en ese momento, entrelazando los recuerdos y la realidad en una danza compleja.

El Señor de las Sombras, con su mirada fija en el monumento y su entorno desgarrado, se sumió en sus propios pensamientos. Bocasucia, en su renovación y decadencia, se extendía como un lienzo donde la historia de Hallownest continuaba, entre monumentos destruidos y recuerdos fragmentados.

Ghost permaneció inmóvil, su atención fija en la estatua del Pequeño Caballero, cuando el tintineo metálico de las armaduras reveló la llegada de dos guardias, sus hermanos, o como él los llamaba con desprecio, vasijas.

— ¿Qué hace aquí a estas horas?... ¿Señor? —espetó una de las vasijas, sorprendido al encontrar a alguien en ese lugar, a esa hora y con esa, por decir algo, peculiar apariencia.

Ghost, sin desviar la mirada de la estatua, respondió con un tono ácido y despectivo:

— ¿Necesito tu permiso para deambular por mi propio reino, estupida vasija fracasada?

Penumbras del VacíoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora