- Nunca creí que mi hija sería capaz de cometer un pecado de esa magnitud ni que yo podría poner sobre mis hombros uno aún más grande, madre, toda nuestra familia está condenada a arder en el infierno. Dios se apiade a nuestras desdichadas almas. - mi madre secó con un pañuelo blanco las lágrimas que se desbordaban sin control de sus ojos.
- Le pedimos a nuestro padre sabiduría, entonces él nos hizo ver que Abigail es aún muy joven como para cargar el peso de la vergüenza y la deshonra. Pensamos en criar a la criatura como nuestra, pero solo sería un recordatorio de la falta.- papá infló su pecho en un suspiro hondo, tocó la sien de su cabeza mientras pensaba - No estaríamos aquí si no nos encontráramos desesperados por la salvación del alma de nuestra hija, abadesa, los doctores dicen que su comportamiento es el inicio de una depresión, pero yo solo puedo ver obras del demonio.
El convento Santa Teresa de Jesús... el último lugar donde deseaba estar pero el único en el que podrían salvarme. O al menos eso pensaban mis padres. La oficina de la madre superiora era oscura, así como el resto del castillo, con muros de piedra gris, olor a humedad, esquinas oscuras y probablemente habitadas por murciélagos y ratas. Las paredes estaban llenas de cruces, estatuillas religiosas, imágenes pintadas a mano de los personajes más sobresalientes de la biblia; todo aquello me hacía sentir observada y juzgada, mucho más que en casa.
Santa Teresa había sido el hogar de la hermana de mi abuela materna durante cuatro décadas, luego de su muerte mi madre se prometió hacer donativos de cantidades exageradas como simbolismo de su amor eterno por la tía Leticia y su devoción por la religión. A mi padre no le molestaba, ambos compartían ese amor insaciable por la iglesia y siendo fiscal 5 mil euros le estorbaban mensualmente. Pero ahora con mi llegada esa cifra aumentaría, "agradeciendo" el silencio de la abadesa y sustentando mi buen trato.
- Abigail será bien recibida en el convento, no tenemos una novicia desde hace más de diez años, me aseguraré de prepararla para que tome los votos y mantendré en secreto la razón de su repentina llegada. Me limitaré a informar a las hermanas que la sobrina de Leticia se unirá a nosotros - el golpeteo de sus dedos sobre el escritorio me devolvió a la situación actual, la miré -, pero habrán ciertas condiciones.
Sometí el rosario en mis manos a un agarre fuerte, incluso logrando que las cuencas se marcaran en mis palmas. El rostro de la madre Rossana me aterraba, arrugado, pálido y de alguna forma malvado. No era como esas monjas de sonrisa dulce que les dan un par de monedas a los más desafortunados, ella era estricta, mujer de pocas palabras y actitud cerrada.
Trague en seco antes de que sus labios musitaran las condiciones, mis padres se tomaron de las manos, ellos ni siquiera se habían molestado en mirarme desde "el incidente".- Santa Teresa está lleno de ancianas, solo hay dos o tres hermanas que son menores de sesenta, así que tendrás que realizar tareas que nosotras ya no podemos.
- Uno de los dones de Abigail es servir al prójimo, no tendrá ningún inconveniente. - mamá forzó una sonrisa.
- ¿Su Abigail no habla? - Rossana sonó molesta. Mi madre bajó la mirada apenada.
- No mucho, madre, no desde aquello. Pero lo hará si usted así lo quiere. Es una niña complaciente.
- No, ciertamente las prefiero calladas.
- Entonces guardará silencio.
- ... si me permiten continuar, el nuevo padre aún no llega y nosotras debemos ingeniarnos para llevar a cabo las misas y al mismo tiempo mantener bien atendido el comedor comunitario, serás una novicia ocupada, y por lo tanto espero que seas puntual e impecable en tus labores.
Asentí levemente con la cabeza, entendía a la perfección lo que significaba pertenecerle a la religión, desde el momento que usara mis hábitos estaba entregándome por completo a los demás y olvidándome lentamente de mi. Cosa con la que no tenía inconveniente, lo que menos quería era pensar en mi. La madre superiora se levantó de su silla, mis padres y yo imitamos su acción al instante. Ella los comenzó a guiar a la puerta.
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Ruega por los pecadores.
RomanceAgustín es un sacerdote entregado a la religión, Abigail una novicia herida que necesita encontrar perdón en si misma por el pecado que ha cometido. Cuando ambos se encuentran por cuestiones del destino lo que comienza como deseo y lujuria desenfren...