Con la muerte de la madre superiora todo en el convento se había vuelto más oscuro, las hermanas sufrían la ausencia de quien fue su guía por años e intentaban acostumbrarse al drástico cambio de papeles, ahora Marianne sustituiría a la abadesa, asumiría el cargo siguiendo los deseos de la difunta madre que fue sepultada en el cementerio de Santa Teresa.
El comedor se mantuvo cerrado por una semana, una semana en la que se guardó luto y hubo silencio entre nosotras. Inés no salió de su alcoba, seguía sin hacerlo, se culpaba por aquel desafortunado accidente.Y por supuesto que las demás no ayudaban, también creían que ella era la causante y se esmeraban por repetirlo una y otra vez. No existía respeto ni amor en la congregación, se llenaron de resentimiento y lastima. Vivieron el luto a su manera, cada quien lidiando con su pizca de dolor, Eva ni siquiera llegó a conocer a la madre, quizás por eso era más sencillo para ella ir de un lado a otro embozando esa sonrisa falsa. Agustín ofició el entierro, notaba que algo no era normal en él desde ese día, hablaba menos y pensaba más. Comenzaba a sentir que me ignoraba o que le aburría.
Pero no podía saberlo con certeza, cada vez que queria hablar con él terminábamos envueltos en sus sabanas.- No sé cuánto tiempo pasó desde la última vez que aseamos este lugar - Marianne vio el polvo en las yemas de sus dedos luego de pasarlos en una repisa del estante - ... a la abadesa no le gustaba que entraramos.
- ¿Cómo te sientes al tomar su lugar? - abrí las cortinas para que los rayos del sol penetraran el cuarto.
- Me llevará tiempo acostumbrarme - se sentó en la silla frente al escritorio -, pero fue su voluntad, la congregación tendrá que tragarse sus celos y aceptarlo.
- ... comienzas a hablar como ella.
- Puede que deba hacerlo para que todos me respeten - curvó sus labios en una sonrisa malvada -, la única que tendrá suerte de ser mi protegida eres tu. Ahora que soy la abadesa te permitiré quedarte el tiempo que desees, así sea toda la vida.
- ¿Toda la vida? ... suena tentador - saqué el trapeador de la cubeta con agua limpia y empecé a tallar el piso -. Podríamos ser las dos contra la congregación y todo eso.
- Exactamente - se puso en pie, curioso los documentos y papeles amontonados que yacían sobre el escritorio. Tomó un manojo de cartas y leyó las letras en los sobres -. Abigail, ven a ver esto.
Solté el trapeador y me acerqué, Marianne me entregó las cartas con lentitud. Leí mi nombre en los sobres, estaba escrito con la letra de mi madre y cada i llevaba un corazón como punto. El corazón se me detuvo por un par de segundos, saber que mi madre aún pensaba en mi me generaba una punzada en el estómago, pero entender después de analizar el manojo de escritos que todo este tiempo se me había ocultado esa información, me molestaba.
- ¿Ella las escondió?
- Tal vez esperaba el momento indicado para entregarlas - se encogió de hombros sin saber que más decir -. Ve a la alcoba a leerlas si lo deseas, yo me encargaré de la limpieza.
Asentí sin expresión, caminé a la puerta y salí de la oficina de la abadesa sin poder entender porqué me había ocultado tal cosa. Me habría evitado noches difíciles si solo me hubiera entregado esas cartas antes, quería sentarme y llorar, disculparme con mi madre por haber pensando que le importaba un bledo y que se había olvidado de mi por temor a mi padre. Pero no quería hacerlo sola, no quería llorar sola, fui escaleras abajo y recorrí el pasillo que conducía hasta la habitación de Agustín pero alejé mi mano del pomo cuando escuche risas provenir del otro lado.
Reconocí las voces al instante, se trataba de Eva. Ella abrió la puerta, me apresuré a entrar a la parroquia para ocultarme. La observé en silencio por la delgada hendidura; cargaba una charola vacía en las manos, tenía una sonrisa en los labios y una actitud bastante conforme. Pensé todo lo malo.
Espere a que desapareciera por completo y salí de la parroquia, escondí el manojo de cartas detrás de mi y cerré el umbral con la espalda. Agustín me miró por encima del hombro, escribía algo sentado frente al escritorio.
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Ruega por los pecadores.
RomansaAgustín es un sacerdote entregado a la religión, Abigail una novicia herida que necesita encontrar perdón en si misma por el pecado que ha cometido. Cuando ambos se encuentran por cuestiones del destino lo que comienza como deseo y lujuria desenfren...