022.

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- Espero que sea una broma, no puedes abandonarnos por ese hombre - Libia lamió la salsa que se resbalaba por sus dedos -. ¿Por qué harías eso?

- Porque lo amo - giré torpemente el pancake en el sarten, era inútil intentar hacer algo con una sola mano. Sostuve el teléfono de cable con mi hombro contra mi oreja y limpié el desastre que había ocasionado -. Deben creerme cuando digo que me siento realmente feliz.

- Te creemos y compartimos tu felicidad, solo creemos que no estás hecha para una vida de granja - Rose masticó una de las alas de pollo bañadas en salsa, sabía exactamente lo que hacían sin necesidad de verlas -. Es mucho trabajo para ti.

- ¿Te convertirás en ama de casa?

- Quizás, no lo sé, apenas llegue - apagué la estufa y dejé la espátula a un lado, caminé de vuelta a la base del teléfono en la pared y enredé el cable en mi dedo -. Tal vez necesite un descanso del trabajo, podría averiguar lo que quiero hacer con el tiempo.

- Estás decidida... como sea, te visitaremos en navidad. Te queremos.

- Las quiero más. - colgué la llamada.

Pensé un momento en las palabras de Rose, si bien era cierto no sabía nada sobre cómo mantener una granja, pero era experta en todo lo que tenía que ver con el cuidado de un hogar. Suspiré profundamente antes de recuperar la postura y volver a lo que hacía, tomé tres platos de la alacena para comenzar a acomodar la mesa. Esa mañana me levanté poco después de que Agustín saliera de la casa para alimentar a los animales, cada mañana antes de irse depositaba un beso en mi frente y cubría mi cuerpo con las sabanas, preparaba su café por su cuenta y regresaba antes de las siete a.m para cocinar el desayuno. Esa había sido su rutina los últimos tres días, pero quería que eso cambiara, después de todo el arduo trabajo que desempeñaba en la granja merecía encontrar un desayuno tibio sobre la mesa.

Oí la puerta de la casa abrirse y cerrarse, el sonido de sus botas chocando contra el suelo de madera comenzaba a agradarme. Tobias, su perro, pasó a mi lado con la lengua de fuera para ir directo a su plato con agua y Agustín entró a la cocina con las manos detrás de la espalda y una sonrisa sospechosa plasmada en el rostro. Lo miré extrañada sin dejar de poner los vasos de cristal en la mesa.

- ¿Qué sucede? - di dos pasos hacia atrás cuando se acercó. Temia ser víctima de una de sus bromas - ¿Qué ocultas?

- Cierra los ojos - sonrió -, confía en mi.

Lo dudé pero terminé haciéndolo de todas formas, cerré los ojos con fuerza y extendí las manos para tomar lo que escondía. Sentí sus labios posarse sobre los míos con dulzura y el aroma de flores recién cortadas entre nosotros, abrí los ojos y observé el ramo de flores silvestres que me ofrecía.
Mi corazón se contrajo de ternura, sus ojos me miraban expectantes y con ese brillo que solo experimentaba cuando me veía.

- Son preciosa - las tomé y me paré en puntillas para dejar un último beso en su mejilla, fui en busca de un jarrón -. Las pondré en un jarrón en la mesa.

- ¿Dónde está Marianne? - se sentó a la mesa, acomodé el jarrón de cristal cortado en el centro y serví huevo con tocino en su plato.

- Sus medicamentos la hacen dormir hasta tarde - llevé los pancakes al comedor -. Preparé pancakes, espero que estén ricos.

- Se ven deliciosos - jaló la silla junto a él para que lo acompañara, llené mi taza con café y por fin deje de caminar de un lado a otro -. Estaba pensando que quizás podría mostrarte toda la granja hoy. ¿Qué dices?

- Me encantaría, muero por conocer la laguna de la que tanto hablas, podemos ir en cuanto Marianne despierte - cortó un trozo de panqueque y lo masticó, no quité mis ojos de él incluso cuando tomaba un sorbo de café -. Eres bastante apuesto.

Ruega por los pecadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora