- Abigail - Marianne entró a la cocina con una sonrisa de oreja a oreja y todas dejamos de hacer lo que hacíamos para prestarle atención. Ella agitó el sobre en sus manos -, tienes una carta, niña.
Alejé mis manos de la masa y las limpié en la tela de mi delantal, me apresuré a ir hasta ella y tomé el sobre con una sonrisa enorme que se borró al ver la estampilla francesa adherida en una esquina. Las demás hicieron lo mismo, dejaron de sonreír al ver mi reacción y compartieron una mirada extrañada. Me emocionaba pensar que habría sido mi madre o alguna de mis hermanas quienes la habían enviado, pero sabía bien que la única persona fuera del país que me buscaría sería Alexei. Marianne hizo el ademán de acercar su mano a mi hombro, pero me alejé y recobré la misma sonrisa que tenía antes de ver la estampilla, me quité el delantal y apoyé mi mano un momento en el mesón.
- ¿Qué te pasa? - Nicolás se atrevió a preguntar lo que las demás querían pero no decían.
- Nada - recuperé la postura -. Iré a la parroquia para preguntarle al padre Agustín si tomara café. - guardé el sobre en mi bolsillo.
- ¿Segura que no es nada? - Marianne me persiguió, al llegar al salón giré sobre mis talones y la miré - ¿No es la carta que esperabas?
- Si lo es, debe ser de mi madre - asentí -. Volveré en un momento, la leeré y te diré lo que dice.
Le di la espalda para seguir caminando, recorrí el pasillo y cerré la puerta de la parroquia detrás de mi sin hacer ruido. En cuanto vi la silueta arrodillada de Agustín quise huir, oraba en murmullos frente al altar con un rosario entre las manos, aunque tenía los ojos cerrados identificaba en su rostro una expresión de mortificación. Como si estuviese arrepintiéndose de su propia existencia.
Me escabullí en silencio, con la espalda pegada a la pared y con intenciones de arrastrarme hasta la gran salida que estaba abierta de par en par, pero no me di cuenta que había una pequeña mesa de madera muy delgada que sostenía un par de velas debajo de la estatua de la Virgen Maria. Cayó al suelo produciendo un estruendo que hizo a Agustín abrir los ojos de golpe y dirigir sus ojos hacia mi, arrugó el entrecejo extrañado y yo agité mi mano levemente.- ¿Estás bien? - se puso en pie y guardó el rosario en el bolsillo de su pantalón.
- Venía a preguntarle si tomará café - me agaché para recoger la mesa e intentar poner todas las velas encima de ella. Agustín se detuvo frente a mí con las manos en la espalda -. ¿Tomará? - levanté la mirada. Estaba literalmente a sus pies.
- No, esta tarde no - estaba serio, tanto que casi llegaba a pensar que verme le incomodaba. Asentí con mi cabeza y volví a levantarme -. ¿Algo más?
- No... - forcé una sonrisa - solo estaré un momento aquí, me ha llegado una... - me interrumpió abruptamente.
- Estaré en mi habitación hasta la misa de las cuatro. - me dio la espalda para salir de la parroquia sin decir más.
Me quedé quieta por unos minutos, de repente parecía que Agustín me detestaba y no sabía si había razón para que sintiera tal cosa hacía mi. Quizá algo que dije o hice le molestó, o se había dado cuenta que nuestras interacciones los últimos días nos estaban llevando en caminos distintos a los que debimos recorrer. Pero todo daba igual, no tenía forma de saber lo que pasaba por su mente si no estaba dispuesto a decírmelo.
Me encogí de hombros y tomé asiento en una de las bancas, Jesús crucificado, frente a mi, juzgaba mi existir resignándose a que yo estaba destinada a vivir en pecado. Saqué el sobre y lo acaricié con las yemas de los dedos, me sentía indecisa, ansiosa sin poder imaginar lo que estaría escrito en su interior, imaginado miles de posibilidades pero también dejando que el miedo de no acertar o acertar en alguna, me consumiera.
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Ruega por los pecadores.
RomanceAgustín es un sacerdote entregado a la religión, Abigail una novicia herida que necesita encontrar perdón en si misma por el pecado que ha cometido. Cuando ambos se encuentran por cuestiones del destino lo que comienza como deseo y lujuria desenfren...