020.

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- Demonios. - me quejé cuando dejé caer mi móvil dentro de la taza del retrete, subí la cremallera de mi falda y miré con desdén mi teléfono. Con mucho asco introduje mi mano y lo saque, lo alejé de mi cuerpo y salí del cubículo del baño.

Tomé una gran cantidad de papel higiénico e intenté secarlo, pero el olor a orina era intenso y quizás aún si conseguía quitarle el exceso de agua que había dentro de el no serviría. Lo tiré dentro del bote de la basura, estaba agotada y molesta, tan solo había salido de una cirugía y aún debía cumplir con mi turno. Me lavé las manos con jabón abundante, observé mi reflejo en el espejo; las grandes bolsas debajo de mis ojos solo me hacían ver más demacrada y cansada de lo que un ser humano podía soportar. El trabajo en el hospital era demasiado para el poco personal que se tenía, pocas veces llegábamos a dormir a nuestras casas.

Adoraba a mis amigas, lo que construí y todas las experiencias que había vivido en Italia. Pero me estaba hartando de tanto.
Salí del baño mientras me estiraba; moví mi nuca de manera circular y llevé mis brazos hacia arriba logrando tronar todos los huesos de mi cuerpo. Recorrí el pasillo que llevaba a recepción para conversar un rato con Rose y tomar una merecida dosis de cafeína, pero al doblar en la esquina quise huir. Tony estaba ahí, un doctor mujeriego que se había obsesionado conmigo luego de haber declinado su invitación a cenar.

- Abigail - se acercó, abrazándome por los hombros y caminando conmigo -, te he buscado todo el día. ¿No quieres ir a la cafetería por algo de cenar? ... luego podríamos ir a mi auto.

- Lo único que quiero es un poco de silencio, café y un masaje de pies - sonreí sarcásticamente -. Si te vas tal vez podría conseguir dos de tres.

- Eres bastante grosera - se separó de mi -. Nos veremos más tarde, tengo pacientes.

Lo ignoré por completo, tomó un camino contrario al mio y yo fui directamente con Rose. Mi amiga hizo una seña con su mano para que me apresurara, respondía una llamada en el teléfono de cable mientras anotaba algo en un papel.

- Parece que me equivoqué, ya ha salido de la cirugía. Se la pasaré ahora mismo - alejó el teléfono de su oreja y cubrió el micrófono, susurró -. Es para ti.

- ¿Para mi? - arrugué el entrecejo y le arrebaté el teléfono de las manos, lo puse contra mi oreja -. Habla Abigail.

- Que alegría por fin encontrarte.

Reconocí su voz al instante, se trataba de Eva. Rose continuó revisando algunos papeles para darme privacidad, en cuanto lo hizo aclaré la garganta y volví a hablar.

- ¿Ha ocurrido algo malo? - cuestioné.

- Asi que iremos directo al grano... Bueno, no sé si sea precisamente algo malo, pero tienes que venir a Santa Teresa en cuanto puedas. Marianne te necesita.

- ¿Ella está bien?

- Fue diagnosticada con alzhairmer hace un tiempo, con cada día que pasa empeora y ya no puede recordar casi nada, solo a ti. Y hay otros problemas que preferiría tratar en persona.

Oh Marianne.

- Tomaré el siguiente vuelo. - colgué la llamada.

.

Me detuve frente al convento, el imponente castillo de gruesos, oscuros y tristes muros seguía viéndose tal cual seis años atrás. Era como si el tiempo no hubiera pasado en el exterior; la parroquia, el comedor, el cementerio, el huerto de patatas y aquella banca debajo de la sombra de ese árbol formidable. Todo lo que alguna vez conocí seguía ahí.
Jalé mi equipaje de ruedas y crucé el umbral del castillo, pero para mi sorpresa el salón estaba repleto de niños, al igual que las escaleras que utilizaban para subir y bajar corriendo. Las risas abundaban en el lugar, monjas a las cuales no reconocía guiaban a los más pequeños hacia el jardín.

Ruega por los pecadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora