015.

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Agustín Marroquín.

Crucé el umbral de la cocina embozando una sonrisa amplia, aquel día sentía antojo de bailar la música que salía de la vieja radio de las monjas, oficiar una boda o tal vez un funeral, pues después de 168 horas confinado en mi alcoba a consecuencia de la varicela por fin podía reintegrarme a la sociedad. Mi única distracción de los cuatro muros que me rodeaban eran mis esperadas visitas nocturnas, si no hubiese tenido a Abigail habría muerto por cautiverio.
Me detuve cuando toda la congregación se me quedó viendo con los labios entre abiertos, Abigail abrió los ojos de par en par y soltó el rodillo que anteriormente tenía en las manos.

- Buenos días - me serví café sin quitarles los ojos de encima, no conseguía entender su reacción por completo -. ¿Amanecieron de buen humor? Yo sí.

- ¿Qué se hizo padre? - Inés señaló el área de su boca - ... ¿Dónde está su... ?

- ¿A qué se refiere, Inés? - me senté a la mesa, crucé la pierna y comencé a leer el periódico.

Abigail se acercó con la excusa de poner mi desayuno frente a mi, al inclinarse observó mi barba recién afeitada con una mueca. La miré ansioso de recibir un cumplido, creí que si eliminaba el vello de mi rostro también eliminaría un par de años y parecería más joven, aumentando su atracción hacia mi. Le guiñé un ojo antes de que se alejara nuevamente.
Comencé a devorar mi desayuno como si nunca antes hubiese comido, pero justo cuando iba a llevar a mi boca un trozo de tocino la madre superiora entró seguida por la nueva novicia.

- Padre Agustín - pronunció mi nombre y yo dejé el cubierto encima del plato, me puse en pie y la vi de frente -, me alegra verlo completamente recuperado.

- Gracias.

- Por supuesto, qué haríamos otros seis meses sin sacerdote - soltó una carcajada a la que nadie correspondió -. En fin, quiere presentarle a la nueva novicia; Eva.

- Es un placer, Eva, espero que Santa Teresa sea lo que esperabas.

- Lo es, un lugar cálido - extendió su mano hacia mi luego de verme de pies a cabeza -. El placer es todo mio.

La rubia de ojos café estampó el rodillo contra el mesón, cuando la miramos fingió que intentaba aplanar la masa y se disculpó formando una sonrisa junto con una cara de poker. No era tonto, sabía que si tocaba a Eva tendría que escuchar a Abi hablar sobre eso toda la noche, aclaré la garganta y sonreí. La muchacha quitó su mano de manera incomoda.

- Bueno, terminaré de desayunar, después debo visitar la aldea para bendecir una casa. - me senté e intenté disimular mis ojos sobre Abigail. Ella me mostró su dedo pulgar mientras susurraba "Buen trabajo".

- Podría llevar a Eva con usted, ya que Abigail no tomará sus votos por el momento nuestra novicia se hará cargo de todo lo que necesite. Y si necesita que lo acompañe...

- No es necesario, será una visita corta, tardaré menos de veinte minutos.

- Así puede mostrarle la aldea a Eva, no se puede negar, padre. - insistió - Y en cuanto regrese debe ir a mi oficina, necesito tratar un tema serio con su merced.

- Claro - trague mi café de un sorbo.

Terminé de desayunar lo más rápido que pude, al cabo de unos minutos me encontraba saliendo de Santa Teresa en compañía de Eva. Antes de doblar por el sendero que conducía a la aldea vi por el rabillo del ojo a Abi, ella podaba los arbustos de la entrada sin prestar atención a las tijeras en sus manos, entrecerró los ojos y murmuró un "Te mataré". No sabia en qué momento habíamos cruzado la línea entre aquella callada y adorable Abigail que no mostraba dualidad, a conocer a esta que me amenazaba a causa de sus celos. Continué preocupado, me alejé de Eva para evitar que nuestros hombros se rozaran e intenté fingir normalidad sin interponer mi temor entre nosotros.

Ruega por los pecadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora