005.

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- El correo llegó hace días, si hubieran revisado me habrían ahorrado la vergüenza que pasé en la oficina de paquetería. - Nicolás puso el manojo de sobres blancos y un pequeño paquete sobre el mesón de la cocina. Acomodé dos mechones de mi cabello detrás de mis orejas y me acerqué mientras Marianne los tomaba.

Mantenía la esperanza de recibir una carta de mi madre, deseaba leer algo escrito con su letra e imaginar que aquel papel tenía la fragancia de mi hogar y de su perfume. Necesitaba el cariño de mi mamá. Las semanas anteriores no había tenido éxito, no tenía noticias ni libertad suficiente para enviarle la carta a Alexei. La abadesa me tenía bajo su severa supervisión y Marianne no me dejaba sola ni un momento; me forzaba a comer, tomar sol e incluso estaba considerando establecerse en mi habitación para evitar que deambulara toda la noche por ella. Era muy intensa.

- Oh, mira Carlota, tu hermana te ha enviado una carta. - Marianne extendió su mano para ofrecerle el sobre, Carlota se acercó con una amplia sonrisa.

- Debe ser para anunciar el nacimiento de su primer nieto, mi sobrina estaba embarazada de un varón. - rompió el papel para comenzar a leerla.

- ... ¿llegó algo para mi? - hablé suave, pero no lo suficiente para que todos en la cocina me miraran.

Agustín tomaba su desayuno en la mesa de madera cerca de la ventana, tenía la pierna cruzada y un periódico en la mano izquierda. Él alejó la taza de cerámica blanca de sus labios para observarme, Marianne registró todos los sobres de nuevo y se encogió de hombros. Me acarició el hombro con su mano y yo me encogí.

- Debe ser un error, muchas cartas se pierden en el correo - Nicolás masticó un trozo de manzana y se sentó frente a Agustín, yo lo miré ya resignada -. O tal vez estén pensando en visitarte y por eso no escriben.

- No lo creo. - curvé mis labios en una lívida sonrisa y continué machando las papas recién cocidas para el puré.

- Quizás la próxima, querida. - Marianne salió de la cocina para entregar el resto de las cartas.

Tenía claro que el plan de mis padres era deshacerse de mi una vez entrara al convento, debía comenzar a hacerme la idea de que ya no tenía tal cosa como una familia. Solo tenía a Marianne, a las hermanas y esos muros que me acogían con frialdad. Carlota le puso más leña al horno y se retiró en compañía de Nicolás, estaba sola con Agustín. Mi actitud era notoriamente decaída, siempre tenía esa expresión triste y consternada, y la mente llena de pensamientos que no sugerían alegría.
El padre puso los platos sucios en el lavaplatos y se quedó ahí un momento, con la mirada puesta en mi espalda y las manos apoyadas en el mesón. Habló al cabo de unos segundos.

- ¿Por qué no intentas llamarlos? ... llevas semanas esperando esa carta. - se detuvo a mi lado.

- No lo entiende, padre Agustín, mi madre jamás me aceptaría sin el permiso de mi padre y no ha pasado el tiempo suficiente como para que él quiera saber de mi - limpié mis manos en mi delantal y pose mis ojos en los suyos -. No hay nada que yo pueda hacer.

Él asintió con la cabeza y se cruzó de brazos. Lanzó un suspiro hondo con una expresión pensativa.

- ¿Qué? - cuestioné - ¿En qué piensa?

- Hablaré con la madre superiora, tú me acompañarás a la casa de un anciano enfermo. Está en sus últimos días y debo confesarlo.

- Pero no puedo...

- Eres novicia, debes hacer lo que se te diga. Y yo digo que hoy puedes acompañarme. Te veo afuera en diez minutos. - me dió la espalda para irse sin más.

Ruega por los pecadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora