"Si mi pueblo, que lleva mi nombre, se humilla y ora, y me busca y abandona su mala conducta, yo lo escucharé desde el cielo, perdonaré su pecado y restauraré su tierra."
2 Crónicas 7:14
― No podrías verte peor ― Marianne susurró cerca de mi oído cuando Carlota se levantó para tomar su turno en el confensionario ―. ¿Siquiera tomaste una ducha? Tienes las ojeras remarcadas y la piel pálida, tal vez si comieras tomarías color.
Me alejé de ella con molestia, la noche anterior había sido pésima y Marianne no me estaba haciendo la mañana más fácil. Odiaba esas noches largas donde mi mente solo encontraba recuerdos del pasado que se convertían en pesadillas y podia pensar en una sola cosa: Huir. Quería correr lejos del convento, lejos de mi padre, de la religión, de la iglesia, de mi... Estaba molesta con Ale, con mi progenitor, con Dios y conmigo. Y aunque consiguiera ocultar todo aquello con mi devoción también existían días en los que ya no quería.
Pero si quería saldar mi yerro, salvar mi alma y la de mi niño debía permanecer con los ojos y la fe puesta en Cristo. Esa mañana la madre superiora nos ordenó a todas ir a la parroquia luego de servir el desayuno en el comedor, el padre Agustín nos confesaria antes de la misa. Las hermanas tenían seis meses sin confesarse, sus almas, tanto como la mía, ardía en necesidad de perdón. Mi turno era el ultimo, podría regresar a mis deberes luego de eso.
Marianne se encogió de hombros rendida, yo junté las manos con mi rosario en medio y lo apreté haciendo que las cuencas se clavaran en mis palmas. Incliné la cabeza para evitar seguir escuchando los regaños de la hermana, que gracias a Dios no logró seguir hablando cuando Carlota abrió la cortina del antiguo confesionario de madera, salió h se persigno ante la imagen de nuestro señor para después salir de la parroquia. Con el rabillo del ojo vi a Marianne cerrar la cortina y escuche la voz de Agustín responder a su saludo. Un leve suspiro salió de mi interior, realmente me sentía nerviosa, pocas veces me había confesado con un sacerdote, mi padre prefería que lo hiciéramos con él para castigarnos con una varilla y asegurarse de que tal pecado ya no volviera a suceder. Pero más que nervios, era vulnerabilidad, no imaginaba como afectaría en mi estar minimamente cerca del padre. Él me producía pensamientos impuros.
Marianne salió secando sus mejillas humedas con un pañuelo, hizo lo mismo que Carlota y cerró las grandes puertas de la parroquia con fuerza. Una bocanada de brisa me acompaño al levantarme, tragué en seco y me senté luego de cerrar la cortina de color vino. Vi el perfil de agustin a través de la madera divisora con agujeros de diseños diagonales, relamí mis labios y sostuve firme el rosario.
― Buenos días padre. - hablé suave.
― Buenos días Abigail.
Ridículo o no, mi corazón latió fuerte. Como si de un puñetazo desde el interior del pecho se tratara.
― Bendigame, padre, porque he pecado ― seguí con recelo y él asintió con la cabeza ―... Lo que sigue es enumerar mis pecados, pero no creo poder hacerlo, son muchos.
― Estoy aquí para escucharte, mas no para juzgarte ― cerró la biblia en sus manos y me miró, nuestros ojos se encontraron ―. Todo tiene perdón.
― Yo no, padre ― jugué con mis dedos, agache la mirada a ellos ―. No le sirvo a Dios con el corazon, he mentido, robado, matado... no merezco perdón.
― ¿Has matado?
― Sí ― las lagrimas que se resbalaron por mis mejillas mojaron mi habito -. Cuando tenia dieciséis conocí a un chico en la iglesia, su nombre es Alexei y su padre era muy amigo del mio, ambos compartían la devoción por la religión y el amor por la política, Ale comenzó a ir a menudo a casa junto a su padre y no tardamos en hacernos amigos. Mi papá jamás lo habría aprobado si lo hubiera sabido, así que guarde el secreto y después de unos meses me enamoré de Alexei. Él también decía amarme y yo le creí ciegamente; salíamos a escondidas, íbamos al cine y podía contarle cualquier cosa sin sentirme estupida. En serio lo amaba, lo amaba tanto que cuando me pidió pertenecerle no me negué. Luego de eso Alexei se comportaba extraño, me trataba distinto, me hablaba distinto, distinto malo. Siempre estaba gritandome y diciendo cosas desagradables, volví a entregarme a él pensando que eso lo arreglaría todo, y así quedé embarazada.
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Ruega por los pecadores.
RomansaAgustín es un sacerdote entregado a la religión, Abigail una novicia herida que necesita encontrar perdón en si misma por el pecado que ha cometido. Cuando ambos se encuentran por cuestiones del destino lo que comienza como deseo y lujuria desenfren...