010.

2.9K 147 7
                                    

- ¿Puedes servir una taza de sopa extra? ¿Abigail? - Marianne me tocó el brazo -. Abigail.

- Creo que no te escucha - Inés me quitó el cucharón de las manos y sirvió en una cuenca de melanina la sopa. Se la entregó a la chica que esperaba detrás de la mesa -, esta mañana se comporta más extraño que de costumbre.

- ¿Qué le sucede?

Suspiré profundamente mientras ponía mi mano en mi mentón y me apoyaba en la mesa, mi noche había sido plena, no dormía de esa forma desde que era una niña pequeña y aunque habíamos acordado que sería cosa de una sola vez para espantar la tentación, los recuerdos de sus manos sobre mi piel no se borrarían en años. Marianne me golpeó en la cabeza con una cuchara de madera, sacándome al instante de mi transe sexual. Me quejé con molestia y sobe mi cabeza.

- Más ayuda el que menos estorba - me señaló la puerta de la cocina -. Anda ayudar a Agnes con los buñuelos, que te vean siendo de utilidad para que no hayan quejas más tarde.

- Ahora mismo - hice exactamente lo que me pidió y volví a la cocina, en cuanto entré vi a Agustín tomando su café matutino en la mesa. Él alejó la taza de cerámica de sus labios y curvó sus labios en una leve sonrisa -. Buenos días, padre.

- Buenos días Abigail.

- ¿Vienes por más buñuelos? - Agnes cuestionó desde el mesón, me acerqué y negué con la cabeza.

- Marianne quiere que te ayude. ¿Qué tengo que hacer? - Ate uno de los delantales a mi cintura y la anciana colocó los ojos en blanco, detestaba tenerme cerca en la cocina. Siempre hacía algo mal.

- Mete esta bandeja al horno y revisa los demás, ya deben estar cosidos. - siguió con lo suyo.

Tomé la bandeja del mesón, estaba llena de buñuelos en forma de bolita bien acomodados, abrí el horno sin problema y la puse en la última rejilla. Tenía que revisar los demás así que me giré para buscar un guante de cocina, Carlota se asomó por el umbral con las dos cubetas de patatas que Nicolás y yo habíamos cosechado el día anterior, los cargaba con esfuerzo y tomaba pequeños descansos para avanzar.
Agustín se levantó para ayudarle, dejé de buscar el guante y me quedé embobada viendo cómo las venas de sus brazos se flexionaban al poner ambas cubetas arriba de la mesa. Todo en él era llamativo, desde sus piernas largas hasta su espalda ancha. Suspiré.

- ¡Abigail! Los buñuelos se quemarán - Agnes me gritó, rápidamente giré sobre mis talones para sacarlos -. Pero hazlo con un... - jalé la bandeja hacia afuera con la mano al descubierto, en cuanto la toqué sentí que el diablo me llevaba consigo.

Solté un grito de dolor, quise alejar la mano pero cuando iba a hacerlo el metal de la bandeja estaba tan caliente que se quedó adherido levemente a mi piel. No sabía que hacer, así que tomé la bandeja y la tiré encima del mesón. La solté de un movimiento y miré a Agnes, ella golpeó su frente con su palma.

- Lo siento. - contuve las lágrimas. Más que el dolor era la vergüenza que sentía por jamás hacer nada bien.

- Ven, con un poco de agua fría dolerá menos - Agustín puso su mano en mi espalda y con la otra sostuvo mi muñeca, me llevó hasta el lava trastos y abrió la llave. El agua fría cayó encima de la quemada, me quejé y volteé hacia mi costado -. Fue un accidente. - susurró.

- Siempre les doy razones para detestarme. - limpié con mi mano libre las lágrimas que se desbordaban de mis ojos. Carlota comenzó a recoger los buñuelos que se habían caído al suelo y buscó la escoba para limpiar el azúcar y la nata derramada.

- Todos cometemos errores al principio. - me miró a los ojos con una sonrisa en los labios, noté nuestra cercanía y me separé. Me alejé sosteniendo mi mano.

Ruega por los pecadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora