- Si tienes miedo no podrás montarlo, debes imponer autoridad, no desconfianza - sostenía las riendas del caballo mientras caminaba a mi lado -. Inténtalo. - me las ofreció.
- Dijiste lo mismo con las gallinas y me picotearon - miré el par de heridas en mis manos -, tal vez no estoy hecha para cabalgar... o entrar al gallinero.
- Solo es cuestión de practica - se detuvo enfrente del establo y me cargó para ayudarme a bajar de la bestia -, en un par de semanas serás experta en ambas cosas.
- Adoro que tengas esperanzas en mi - reí -. Debo llevar a Marianne a su cita, regresaré para preparar la cena.
- Ve tranquila, yo cocinaré esta noche. Algo delicioso para mi, sopa para Marianne y hojas para ti. - depositó un beso sobre mis labios y entró al establo para cuidar de los otros caballos.
Siempre encontraba alguna forma de burlarse de mi, era su manera de demostrar amor. Regresé a la casa y me aseguré de que Marianne continuara viendo televisión, fui escaleras arriba y entré a mi alcoba para tomar una ducha antes de que llegara la hora de ir a la cita medica de mi madre, me quité la ropa de camino al cuarto de baño y terminé por apoyarme en la pared para deshacerme de mis calcetines. Giré la llave de la ducha y espere a que el agua estuviera lo suficientemente tibia, me gustaba casi hirviendo aún en tiempos de calor.
En tanto esperaba me cepillé los dientes y le eche un vistazo a mi físico, desde mi cabello hasta mi torso que se reflejaba en el espejo encima del lavabo si daba dos pasos atrás.Habían transcurrido semanas desde nuestra llegada a la granja, me acostumbraba al ritmo de vida tranquilo y lleno de calma que nos ofrecía estar rodeados de naturaleza y animales, no era gran fan de ir al pueblo, aún no conocía a nadie y tampoco tenia prisa por hacerlo. Visité el hospital un par de veces con Marianne para asistir a sus chequeos, conocí el supermercado, las tiendas y la heladeria con Agustín. Pefo lo único que necesitaba era un poco de tareas del hogar que me entretuvieran, a Marianne lo más cuerda que se pudiera y a Agustín.
Tallé mi cuerpo con el jabón con olor a lavanda, lavé mi cabello y después enjuage cada parte con tranquilidad. Al salir enrollé mi cuerpo en una toalla y fui a la recamara para cambiarme, elegí un vestido del armario y un par de zapatos bajos. Peiné mi cabello, simplemente lo dejé suelto y tomé mi abrigo, volví a la planta baja.
- ¿Tienes los zapatos puestos? - busqué mi bolso por toda la sala.
- No recuerdo dónde los he dejado - Marianne observó sus pies descalzos con confusión -. ¿Tu lo sabes?
- No, pero podemos buscarlos en cuanto encuentre mi bolso - divisé la cartera encima de la mesa a un lado de la puerta -. ¡Bingo!
- ¿Mis zapatos? - se levantó del sofá con dificultad, pero se decepcionó cuando vio que no se trataba de ellos. Reí mientras metia la mano para asegurarme que las llaves del auto estuviera dentro, palpé todas las cosas que llevaba conmigo y arrugué el entrecejo cuando sentí algo frío.
La tomé, se trataba de la cadena de Agustín, la misma que había dejado con la nota el día que se fue. Suspiré profundamente y la dejé en la mesa, fui con Marianne y encontré sus zapatos debajo del sofá. Le ayudé a ponérselos y ambas salimos de casa, Agustín, quien apenas regresaba de guardar a todos los animales, abrió la puerta del copiloto para ella. Le puse el cinturon de seguridad y cerré, salir era toda una aventura cuando debíamos estar a tiempo en algún lugar.
- Puse algo que te pertenece en la mesa junto a la puerta. - entré al auto, él cerró mi puerta.
- ¿Qué cosa?
- Las sorpresas son inesperadas por una razón. - utilicé su frase y encendí el motor.
- Con cuidado. - sonrió.
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Ruega por los pecadores.
RomanceAgustín es un sacerdote entregado a la religión, Abigail una novicia herida que necesita encontrar perdón en si misma por el pecado que ha cometido. Cuando ambos se encuentran por cuestiones del destino lo que comienza como deseo y lujuria desenfren...