Me abracé a mi misma en la gran tina de agua tibia, mantenía la mirada fija en la pequeña ventana al ras del techo por la cual entraba una brisa fría que hacía endurecer mi cuerpo. No podía pensar en otra cosa que no fuese Agustín, su nombre rondaba en mi cabeza y las malas ideas provenían desde lo más profundo de mi mente. Mis hormonas estaban desordenadas, alocadas ante la presencia de un hombre que apenas conocía y anonadada en su forma tan acogedora de ser... sabía que no estaba bien, pero tampoco podía contenerlo, confesarme ante Dios no me había ayudado a limpiar mis pensamientos ni a calmar las aguas mansas que me rodeaban.
Los dedos de Marianne se introdujeron en mi cabello, comenzó a frotar mis sienes con sus yemas mientras tarareaba una suave melodía. Cerré los ojos e intente relajarme ante la sensación, desde hace unos días antes me hacía tomar baños de hierbas con masajes que me ayudarían a recuperar los ánimos. Sentí que Marianne se estaba tomando la tarea de "recuperarme" muy en serio, tenía horarios muy estrictos para comer y también uno para dormir. Yo no notaba cambios en mi aunque habían pasado dos semanas desde el comienzo de aquello, seguía flaca, pálida y muy desanimada, pero quería fingir mejora para hacerla sentir feliz y conforme.
- Podría hacerlo por mi cuenta - hablé suave, refiriéndome a tomar un baño -. Si la abadesa sabe que me mimas de esta forma me enviará a casa.
- Tengo su permiso - enjuagó mi cabello, la miré por sobre mi hombro curvar sus labios en una sonrisa -, ella misma me encomendó verte de cerca.
Asentí sin más y me puse en pie, Marianne enrolló una toalla en mi cuerpo. Mi piel comenzaba a adherirse a mis huesos, mis costillas podían contarse y mi clavícula tocarse. La mujer frente a mi bajó la mirada decepcionada de su esfuerzo y yo me senté en el banco cerca del lavabo. Era inútil tener el cabello tan largo si se me caía por montones en cada cepillada, luego de discutirlo durante noches por fin había aceptado que cortarlo sería lo más sensato.
Marianne tomó las tijeras luego de cepillar cada mechón con suavidad, se encogió de hombros.- Es un rubio perfecto... - ambas oímos el filo de las tijeras comenzar a cortar - pero crecerá sano eventualmente. Ya lo verás.
- ¿Por qué decidiste ser monja? - los mechones de cabello comenzaron a caer al pie de mi banco y la hermana pensó unos segundos antes de responder.
- Antes de venir a Santa Teresa me enamoré de un buen hombre, su nombre era Victor, fue un amor hermoso y puro el que hubo entre nosotros. A mis padres nunca les agradó, él provenía de una familia pobre y no podría ofrecerme todo a lo que yo estaba acostumbrada, pero eso no me interesaba a mi, así que decidí que me casaría a escondidas con mi amado. Casi lo hago, sin embargo, enfermó de fiebre amarilla y murió en su lecho. Me dejó sola, con el corazón destrozado y las voces palpitantes de mis padres repitiendo una y otra vez que así sería mejor.
Acercó el espejo de mano a mi rostro, el largo de mi cabello se redujo significativamente a una pequeña melena que me llegaba más arriba del hombro. Me gustó, jamás lo había tenido así de corto, a mi padre no le gustaba que mis hermanas y yo nos cortáramos el cabello. Le devolví el espejo y me giré en el banco para poder verla de frente, ella trajo algunos mechones hacia mi frente y comenzó a cortar un pequeño flequillo para cubrir mi frente.
- Me sentía vacía y lo más parecido que pude encontrar al amor que Víctor me brindaba fue el amor hacia Dios - terminó de cortar y dibujó una sonrisa en sus labios -. Preciosa, luces preciosa, Abigail.
- ¿No te habría gustado tener una familia? ... si no fue con Victor pudo haber sido con alguien más.
- Tengo una familia, las monjas y la abadesa. Pero sé a lo que te refieres y la respuesta es si, habría dado cualquier cosa por tener hijos con Victor - acarició mi mejilla -. Aunque Dios siempre encuentra maneras, desde que llegaste siento que veo una chispa de él en ti por imposible que suene, te siento como una madre siente a su hija. Quizás tú seas mi propósito en la vida.
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Ruega por los pecadores.
RomanceAgustín es un sacerdote entregado a la religión, Abigail una novicia herida que necesita encontrar perdón en si misma por el pecado que ha cometido. Cuando ambos se encuentran por cuestiones del destino lo que comienza como deseo y lujuria desenfren...