Agustín Marroquín.
El reloj despertador sonó a las cinco a.m como cada mañana en los últimos seis años, todos los días eran iguales, repetía la misma rutina y lo único que cambiaba era la soledad que crecía dentro de mi. Salí de mi alcoba preparado para comenzar con mis deberes, pero antes pase por la cocina para tomar una taza de café. Puse el agua en la estufa y sobe la cabeza de mi perro, él era mi única compañía en la gran casona que apenas utilizaba. Al abandonar Santa Teresa no tuve más remedio que volver a casa solo, me encontré con un lugar casi en ruinas, así que me propuse repararlo para tener un hogar en el cual recibir a Abigail algún día.
Pero ahora estaba más viejo y se me notaba, me preocupaba morir antes de encontrarla o no gustarle cuando eso sucediera. Los destellos blancos en mi cabeza y barba eran más notorios, por mucho que me ejercitará no conseguía tener el abdomen tan marcado como antes y creía haber visto en mi rostro una que otra arruga. Sufría la crisis de los cuarenta mientras ella vivía en plena juventud de sus 20's.
- ¿Dónde estás, Abigail? - acaricié la fotografía en mi billetera mientras tomaba mi café en la mecedora del porche.
Mantenía la granja bien cuidada, trabajaba arduamente, me ocupada con el cuidado de los animales y la cosecha de viñedos, hortalizas y tomates que empaquetaba para distribuir en las tiendas del pueblo. No tenia una mala vida, pero creía que si Abigail estuviera a mi lado todo podía ser mejor. Todo lo que tenía era para ella, por ella. Deseaba compartir mi vida en todos los aspectos con Abi, pero quizá estaba esperando a alguien que no vendría. Y tenía razón en no hacerlo, yo tampoco buscaría a alguien que me abandonó.
No pude despedirme ni darle una explicación, pero no podía, no quería verla sufrir y sabía que si me lo pedía la traeria conmigo. Lo hice por su bien... Marianne no me dio otra opción.Limpié mis manos llenas de grasa mientras fumaba un cigarrillo, la mala costumbre que aún no dejaba. El motor del viejo camión de mi padre no funcionaba la mayoría del tiempo, muchas veces me quedaba varado de regreso a casa luego de hacer una sola entrega, pero repararlo cada vez que se dañaba era mi diversión. Mi hobby.
Sostuve el cigarro con mis dedos y di una última calada antes de lanzarlo al suelo para apagarlo con mi zapato, expulse el humo y tomé la llave inglesa para sacar un par de tuercas. La música que salía del radio encima de la mesa improvisada que había construido con tablas de madera, llenaba el granero y paraba los alaridos de las cabras en el exterior.- Agustín - Manu aparcó su bicicleta y se bajó a prisa, casi cayendo en el intento -. Hay algo muy importante que debe saber.
- Buenos días, Manuel, me encuentro bien. Gracias por preguntar - fingi una sonrisa y el adolescente colocó los ojos en blanco -. ¿Qué es eso tan importante?
- Abrí una cuenta en Facebook.
- ... ¿Eso es todo? - arrugué el entrecejo y quité la mirada del motor. Le presté atención - Wow.
- Bueno, contando con que tuve que ahorrar seis meses para comprarme una computadora y que Facebook es la primer red social, podría serlo. Pero no - sacó una hoja del bolsillo de su suéter y me la entregó -, busqué a su novia y encontré su perfil en la página de un hospital universitario en Italia.
Desdoblé el papel, era una fotografía impresa de todo un personal medico y encerrada con plumón rojo estaba Abigail. Usaba uniforme de enfermera y sonreía ampliamente, por supuesto que había cambiado; parecía madura, más hermosa y radiante que hace seis años, con aretes en las orejas y ese mismo par de ojos color café que conseguía sacarme suspiros solo con recordarlos admirando los míos. Después de años sin sentir aquello tan extraño en el pecho, volvía a sucederme. Fue como si el corazón latiera nuevamente, que dejara de ser un simple mecanismo automático para convertirse en algo con significado.
Sonreí y abracé a Manu, el muchacho compartía mi felicidad porque significaba que por fin podría recibir el pago prometido.- ¿Puedo hablar con ella? - lo tomé de los hombros - ¿Hay forma de contactarla?
- Podríamos intentar enviarle solicitud de amistad - quitó mis manos de encima suyo -, si la acepta podría escribirle un mensaje.
- O tal vez no - me mordí las uñas -. Parece que tiene una vida bastante buena en Italia, quizás no debería molestarla.
- ¿Igual me pagará?
- ¿Qué pasa si tiene novio? Si en el peor de los casos está comprometida o si adora su vida en Italia, no puedo arrebatarle eso - me senté -. No sé si quiero escribirle, lo que menos quiero es que sufra más por mi culpa.
- Escribale, lo que pase después será la respuesta a sus dudas - levantó su bicicleta -. Tengo que ir a la escuela, piénselo y me busca en el trabajo cuando lo decida.
Ni siquiera le estaba prestando atención a lo que decía, me limité a verlo subir a su bici y alejarse pedaleando. Solo podía pensar en Abigail, sonreía torpemente imaginándome cómo seria tenerla en casa, cumplir todas las promesas que alguna vez le hice y asegurarle que no volvería a soltar su mano.
.
- Veo que madrugaste - Diana recibió el canasto plástico lleno de tomates, busqué por toda la tienda con la mirada -. ¿Buscas a alguien?
- A Manu ¿Lo has visto?
- Está en la bodega - me entregó el dinero -, si quieres puedo llamarlo.
- No, yo iré a buscarlo. - iba a retirarme pero la mujer me detuvo.
- Puedo ir a tu casa esta noche, cerraré temprano.
- ... estaré ocupado.
- ¿Mañana?
- Lo lamento. - me disculpé antes de salir de la tienda. Diana era una mujer cercana a mi edad bastante atractiva, su marido murió un año antes de conocerla y era madre soltera de tres pequeños niños. Si así lo quería podía iniciar una vida estable con ella, pero realmente no lo deseaba. Amaba a Abigail y no estuve con nadie hasta dos años después... cuando fue insoportable la soledad.
Sin embargo, aún estando con otras mujeres seguía imaginando que era ella a quien tocaba. La busqué luego de retirarme de mi obligación eclesiástica, volvi al convento y soporté las malas actitudes de Marianne, no me fui hasta que Nicolás me contó que había sido enviada a Italia. ¿Y dónde podría haber comenzado a buscar? No fue hasta que me tope con Manuel que inicie por buen camino mi búsqueda.
Entré a la bodega detrás del establecimiento con las manos en los bolsillos y un fuerte estado de ánimo, después de largas conversaciones con Dios las últimas dos noches por fin me habia convencido de escribirle. Necesitaba una respuesta de su parte para cerrar o abrir ese capítulo de mi vida, si decía que quería verme seria el hombre más feliz del mundo, pero si ni siquiera respondia comprendería que ya no le interesaba saber de mi.
Manu descargaba los camiones de entregas con cajas repletas de verduras y frutas, al estar lo suficientemente cerca grité su nombre haciéndolo sobresaltar, y por lo tanto, tirar las naranjas que cargaba.- ¿Qué es lo que le sucede? - me miró mal mientras recogia la fruta.
- No puedo controlar mi emoción - patee una naranja más lejos -. ¡Vamos a escribirle!
- Pageme primero - se levantó como un resorte y extendió su mano hacia mi.
- Espero que recuerdes esto cuando quieras que repare tu bicicleta - puse un par de billetes en su mano -. Ahora hazlo.
- Debo hacerlo en casa, necesito mi computadora - guardó el dinero en su bolsillo -. Escriba en un papel lo que quiere decirle.
- Claro - toque mis bolsillos en busca de un papel o una pluma -. ¿Tienes papel y pluma?
- Todo yo - suspiró.
Te encontraré, Abi.
ESTÁS LEYENDO
Ruega por los pecadores.
Любовные романыAgustín es un sacerdote entregado a la religión, Abigail una novicia herida que necesita encontrar perdón en si misma por el pecado que ha cometido. Cuando ambos se encuentran por cuestiones del destino lo que comienza como deseo y lujuria desenfren...