012.

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- Antes de que se retiren tengo una noticia que me gustaría compartir con ustedes - la madre superiora señaló las bancas, entonces todas volvimos a sentarnos -. La llegada de Abigail me hizo reflexionar sobre algunas cosas que antes no consideraba, entre ellas que nos estamos volviendo viejas y si morimos no habrá nadie que nos sustituya para preservar el convento con amor y disciplina. Así que le pedí al cardenal que enviara una nueva novicia a Santa Teresa.

- Esperemos que esta no venga enferma... - Carlota le susurró al oído a Inés, la misma le dio un codazo al notar que yo las miraba.

- Su nombre es Eva y llegará esta semana, espero que puedan recibirla como se debe y no hagan difícil su estadía en el convento. Pueden volver a sus deberes.

- Oraré para que la nueva sea buena.

Me puse de pie e intenté ignorar todos los comentarios que las hermanas mascullaban mientras se dirigían a la salida, la llegada de la nueva novicia me cayó para nada bien, ni siquiera la conocían y ya hablaban de ella como parte de la congregación. Podía ser igual o peor que yo, pero mi mayor miedo era que fuese mejor. Me despertaba e iba a la cama todos los días en busca de aceptación por parte de las hermanas, pero era inútil lo mucho que lo intentara, siempre terminaba arruinando todo.

- Abigail - la abadesa me llamó. Giré sobre mis talones antes de cruzar las grandes puertas de la parroquia -, le pedí al padre Agustín que te ayudara a resolver tus dudas sobre los votos. Esperalo aquí.

- Como usted ordene, madre. - luché por esconder una sonrisa.

La madre superiora se retiró por la puerta del castillo, estando a tan solo unos pasos del enorme umbral cerré las puertas de madera y puse el seguro para asegurarme de que nadie nos interrumpiera. Seguí a la primera banca y me senté, tenia mi rosario en las manos y los ojos puestos en la imponente cruz frente a mi, Dios podía ver, oír e imaginar cada cosa que pasaba por mi mente y hacia. Sabía que era una pecadora que disfrutaba el pecado, un pecado que se había vuelto habitual en los últimos días.
Agustín entró a la parroquia con la biblia entre sus manos, curvó los labios en una sonrisa maliciosa en cuanto me vio y lo observé acomodar una silla frente a la entrada, así tendríamos un poco de tiempo para recuperar la compostura si era necesario.

- Creí que vendrías anoche - se sentó a mi lado -, te esperé pasadas las tres.

- Marianne leyó toda la noche, no sé qué le pasa últimamente - me acerqué para susurrar -. Está enloqueciendo.

Agustín soltó una carcajada y depositó un beso en mi mejilla, apenas habían pasado unos días desde noche buena y ya me había escapado en medio de la noche tres veces. Ir a su habitación se estaba convirtiendo en una costumbre y cada vez me era más fácil conducirme en la oscuridad, ya casi no me golpeaba con los muebles o me caía en las escaleras. Tan solo iba a verlo, hablábamos durante horas y comíamos malvaviscos, también nos comíamos a besos de vez en cuando o jugábamos ajedrez. Agustín me estaba enseñando.

- ¿Sabes algo sobre la nueva novicia? - cuestioné sentándome de lado para verlo al hablar, Agustín asintió.

- El cardenal me envió sus datos para recibirla, viene de Barcelona. ¿Por qué?

- No lo sé, aún no llega y las hermanas ya están ansiosas... "esperan que ella si sea buena" - me encogí de hombros y moví la yema de mi dedo sobre la piel de su antebrazo -. ¿Es bonita?

- No me fije en eso, casi todo el tiempo estoy demasiado ocupado esperando que llegue la noche y tu entres por mi puerta - levantó mi mentón con su dedo e hizo que lo mirara -. Tu eres Abigail, ella será ella, no te preocupes por lo que dicen las hermanas.

Ruega por los pecadores.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora