Baltazar miraba por la ventana las hojas secas ser arrastradas por el viento.
Manos hundidas en los bolsillos de su pantalón. Mirada perdida y vacía. Labios entreabiertos y pupilas dilatadas y fijas en el pasado. Ver aquel viejo árbol que había más allá de la calle, el césped que nunca crecía más de cinco centímetros y las nubes en el cielo que le hacían recorrer la mente hacia años atrás.
—Cariño, ¿ya tienes todo empacado? —La voz de su madre le sobresaltó y le obligó a despegar la mirada del cristal, parpadeando varias veces y como acabando de salir de una hipnosis.
Luego echó un vistazo a su alrededor para confirmar la respuesta que estaba por dar. Su cama maltrecha y ordenada en una de las esquinas, un armario viejo y empotrado a la pared, un escritorio con un montón de papeles encima, una vieja silla y una alfombra gruesa se acomodaban en torno a la habitación. La pálida y amarilla luz iluminaba su alrededor y le daba la sensación de que estaba envuelto en un recuerdo. Pero nada ahí pertenecía a lo que planeaba llevarse.
—Sí, ya está todo... —murmuró, mirando ahora hacia las dos maletas que había colocado bajo el marco de la entrada. Se dijo que no necesitaba más y es que, en parte, quería un inicio nuevo sin nada que le recordara a aquella casa.
Suspiró.
—Te vamos a extrañar mucho —le dijo su madre con sus cejas fruncidas. Sus bonitos ojos azules le veían de arriba a abajo, como tratando de analizar que ahora Baltazar era un joven mayor de edad que estaba por largarse de casa e irse a vivir a una universidad en otro estado. Pasó una mano por su cabello pelirrojo y dibujó una triste sonrisa—. Vuelve para las navidades al menos, ¿de acuerdo?
Eso sería más fácil de prometer si las navidades no fueran tan horribles como sabía que siempre lo eran.
Sin embargo, Baltazar sonrió y asintió.
—Lo intentaré —se limitó a decir, mordiéndose el labio inferior y acomodándose los anteojos que se resbalaban sobre el puente de su nariz. Miró su reloj de muñeca y añadió—: El vuelo es en una hora... Ya debería irme.
Su madre le miró suplicante.
"Quédate un poco. Todavía no te vayas. Déjame fingir que no te irás por solo unos minutos más". Eso gritaban sus ojos.
—¿Seguro que estarás bien? —le preguntó a cambio.
—Sí, mamá... Ya hemos hablado de esto.
—Lo sé... Cariño, me dirás si las cosas van mal, ¿cierto? Promete que no me ocultarás nada, no importa si parece muy pequeño o muy grande. Yo quiero saberlo todo... Y sabes que siempre voy a apoyarte no importa qué hagas o decidas.
Baltazar miró hacia el suelo.
—Lo prometo —murmuró, apretando sus puños con fuerza. Su sonrisa se tornó agria y, sabiendas el porqué lo decía ella, añadió—: Él ya tendría veintisiete años, ¿no es verdad?
Los hombros de su madre se tensaron.
No era un tema que se discutía. Era más fácil fingir que nunca había sucedido... Sin embargo, ella le sorprendió por primera vez con una respuesta y no con un abrupto cambio de tema.
—Así es —exhaló—. Estoy segura de que habría sido tan exitoso que ya habría viajado por todo el país.
Pero eso era todo.
Un simple "quizá" porque nunca lo sabrían.
No importaba cuánto tiempo pasara. Seguía siendo un concepto difícil de digerir.
—Por Dios, dejen ese tema en paz —gruñó su padre a espaldas de ella, asustando a ambos por su repentina intromisión—. Él ya no está... Solito decidió irse y eso es todo. ¿Qué caso tiene que hablen de un "hubiera"? El que es cobarde lo es y eso es todo.
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El Otoño de 1999 © [EN PROCESO]
Teen FictionCael se suicidó en el otoño de 1999. Solo tenía dieciséis años cuando tomó aquella drástica decisión. Y a Baltazar, su hermano menor, no le quedó más remedio que seguir adelante, preguntándose día tras día qué orilló a Cael al deseo de quitarse la v...