Capítulo 2

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No estaba en Los Ángeles como se suponía que debía estarlo.

Por motivos de sobra, Baltazar estaba desconcertado. Anonadado. Atónito. Y todos los sinónimos que aguardaran relación al respecto.

Miró a su alrededor una y otra vez, tratando de averiguar cómo eso era posible. Y luego volvió al interior del aeropuerto, frotándose de las manos como respuesta al estrés.

—Disculpe... —llamó a uno de los guardias que estaba ahí, de mirada pétrea y complexión robusta—, creo que ha habido una confusión. Se supone que tomé un vuelo hacia Los Ángeles...

—¿Los Ángeles? —El guardia frunció el ceño y olfateó el aire—. Estamos en Connecticut.

—Sí, lo sé. Ese es mi problema.

—¿Se te fue el avión?

—No. Tomé el avión, pero de algún modo al bajar volví aquí.

—Eso no tiene sentido.

—¡Lo sé! Pero... ¿podría ayudarme de alguna manera? Tengo que estar en Los Ángeles para el 22 o me perderé la oportunidad de presentarme para la universidad.

—¿El 22? Muchacho, estamos a principios de octubre, ¿en qué universidad hay inscripciones luego de eso?

Baltazar titubeó.

—No, estamos en agosto —dijo.

—Es octubre.

—¡¿Cómo va a ser octubre?! ¡Ya le digo yo que es agosto!

El guardia se ofendió.

—Mira tú, no sé si vengas de algún loquero o algo, pero yo sé de lo que hablo —musitó, cruzándose de brazos—. Y si no vas a comprar boletos o esperar a alguien, te recomiendo que salgas del aeropuerto a menos que quieras problemas.

El chico permaneció estático y, cuando el guardia hizo amago de dirigirse a él, Baltazar maldijo entre dientes y se giró sobre sus talones. Hundió sus manos en los bolsillos de su pantalón y arrugó la frente.

Menuda locura, se dijo. No tenía el mínimo sentido.

Salió del aeropuerto una segunda vez y se quedó ahí, de pie sobre la acera y con sus labios esgrimiendo una mueca de disgusto. Notó un hombre de edad avanzada sentado junto a un pilar que sostenía un pequeño techado de concreto. Frente al hombre había un montón de periódicos.

Decidido a comprar uno y hacerle ver la verdad al guardia, Baltazar se apresuró hacia el hombre.

—¿A cuánto el periódico? —le preguntó, pensando de forma vaga que no había advertido la presencia de ese hombre al entrar al aeropuerto por primera vez.

—Un dólar.

Baltazar se lo tendió de lo poco que llevaba suelto, y luego tomó uno de los periódicos, escaneando con la mirada la portada y buscando de forma veloz la fecha.

Parpadeó varias veces. Primero una. Luego dos con más fuerza. A la tercera se sintió mareado.

"Jueves, 2 de octubre de 1999"

—¿Esto es una broma? —se irritó hacia el hombre con molestia. Baltazar solía ser calmado y diplomático, pero el cielo sabía que estaba a nada de tener una crisis nerviosa por haber perdido su vuelo y quizá hasta su única oportunidad de irse de casa.

El hombre, de ojos grises y cabello escaso, le miró con el ceño fruncido.

—¿Eh? ¿Una broma? ¿De qué demonios habla?

Baltazar se exasperó y arrugó las orillas del periódico al tensar sus manos.

—¡No tengo tiempo para juegos! —exclamó con exasperación, arrugando el periódico.

El Otoño de 1999 © [EN PROCESO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora