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Amante o verdugo | Suguru Geto | OC: Haru

Esa... presencia. Ella la reconocía, la conocía tal vez demasiado bien para su gusto. No cabía duda de que era Suguru, incluso si no podía verlo, lo podía sentir, y también lograba sentir aquel aroma, el perfume que por años había usado. Haru levantó su mirada y sus ojos comenzaron a moverse a su alrededor, buscando esa presencia, buscándolo a él. Sus pasos se volvieron cada vez más lentos hasta que se detuvo, sabía que estaba ahí, estaba segura, pero era difícil encontrarlo entre toda la multitud. No supo si se sentía molesta por el hecho de que estaba caminando entre los humanos como si nada o por el hecho de que aún no lo encontraba.

―Maldita sea... ―murmuró, hablando entre dientes. Si se le escapaba...

Pero no. Su corazón casi dio un vuelco cuando lo vio: estaba frente a ella con unas ropas completamente distintas a las que acostumbraba verlo. La estaba mirando, él también la sintió. Haru sintió que todo el aire se escapaba de sus pulmones y no podía respirar. ¿Correr? ¿Gritar? ¿Matarlo? Tantas cosas pasaban por su mente, sin embargo seguía estática, quieta, y él parecía invitarla a acercarse. Al cabo de unos segundos, casi de forma inconsciente, sus pies comenzaron a moverse, acercándose a él y, en contra de lo que ella esperaba, Suguru no se movió ni un centímetro. Él quería que ella se acercara, él quería que ella lo viera. La técnica maldita de Haru se activó casi de forma inconsciente y ella podía sentirlo todo, era como si todo a su alrededor estuviera atado con finos hilos que se dirigían a su cuerpo, por ende ella sería capaz de notar el más mínimo movimiento de parte del hombre, sin embargo... Lo único que sentía era su pecho moviéndose al respirar, ¿por qué no escapaba?
Al cabo de unos segundos, que para ella se sintieron una eternidad, se encontraba parada a pocos centímetros de Suguru, su mirada fija en la de él. Ninguno habló ni se movió, ambos simplemente se miraron por unos largos segundos.

―Cuánto tiempo sin vernos ―su dulce voz fue casi como una caricia para sus oídos y la castaña sintió la necesidad de golpearlo directo en el rostro, pero se contuvo.
―Bueno, después de todo tú te fuiste ―respondió la joven, sonando tal vez más fría de lo que le hubiera gustado, pero él lo merecía, merecía eso, insultos, golpes, todo.
―Bueno, tienes razón ―reconoció a la vez que una pequeña sonrisa hacía presencia en su rostro.

"Basura", pensaba Haru. "Te odio, te odio, te odio".

―Hm ―un sonido salió de su boca, pero no sus pensamientos.
―¿Acaso no vas a intentar matarme? ―preguntó el pelinegro.

No respondió. Tenía que matarlo, tenía órdenes de matarlo, quería matarlo, pero... Por fin entendió a Satoru, él también se había encontrado con Suguru a penas desertó y tampoco acabó con él. Qué difícil era matar a alguien que amabas, ¿huh?

―Te odio ―fue lo único que escapó de sus labios al cabo de un rato. Su ceño ligeramente se había fruncido, sus brazos colgaban a sus costados y sus manos se apretaron, formando puños.
La sonrisa del pelinegro fue desapareciendo lentamente de su rostro y por un segundo ella pensó que vio un dejo de tristeza en su expresión, ¿acaso él era siquiera capaz de sentir eso ahora? ¿Luego incluso de haber matado a sus propios padres?

―No te culpo ―respondió él, su tono ligeramente más grave que antes. Hizo una pequeña pausa y luego continuó―. Yo no puedo odiarte.

Esas palabras fueron como un puñal en su corazón, sintió que se quedaba sin aire una vez más. ¿Por qué le decía eso? ¿Acaso quería su perdón o empatía? Haru presionó sus labios entre sí, formando una ligera línea entre ellos. Ella tampoco podía odiarlo realmente, tal vez jamás podría, sin importar lo que él hiciera.

―Sabes que puedo matarte, ¿verdad? ¿Por qué sigues aquí? ―cuestionó, intentando ignorar sus últimas palabras.
Haru, si bien no estaba al nivel de Satoru, definitivamente era de los hechiceros más fuertes, probablemente al nivel de Suguru o tal vez más, sobre todo con lo mucho que había estado entrenando antes de que él desertara, sin mencionar estos últimos dos meses sin él.... Había entrenado hasta el cansancio. Y estaba segura de que él era consciente.