04. innocents don't run and cowards don't hide.

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04. Los inocentes no huyen y los cobardes no se esconden.




Alaska había abandonado el bosque, y también a Jeff y Gareth con sus cervezas baratas y bromas sin gracia. La rubia no era tan amiga de ellos como se podía ver desde otros ojos, ellos realmente eran amigos de Eddie. Alaska soportaba sus compañías por el club de Hellfire y, por Eddie y Piper.

La rubia se encontraba sentada en el suelo, mirando por un pequeño espacio entreabierto de la cortina la vista al Lago de los Amantes. Luces amarillentas, provenientes de velas y linternas de aceite —ya que no podía arriesgarse a utilizar la corriente eléctrica de la casa, pues el recibo delataría su escondite, y el de Eddie, a sus padres—, iluminaba un lado de su cara.

Antes solía amar ese lugar. Cuando no estaba en el lago frente a su casa, se encontraba en el que miraba en esos momentos. Una de las ventajas de que sus padres fueran profesionales, es que podían costear esos pequeños lujos. Una hermosa casa rústica frente a un lago inmerso y etéreo. Pensaba en él de la misma manera en la que pensaba del Universo. Era muy hermoso, pero le aterraba. Por eso nunca se metió en él, y no pensaba hacerlo jamás. Por su color oscuro, sabía que ese lago se la tragaría, capaz de llevarla a otra dimensión. Cuando iba en verano, con sus hermanas y sus padres, siempre se quedaba en la orilla jugando con las rocas o cazando lagartijos y ranas.

Después de la muerte de Dakota, su familia no volvió a pisar ni un solo tablón de madera de la casa o del muelle del lago. Se notaba por la vegetación que rodeaba los alrededores, el polvo sobre los muebles y una lúgubre aura rondando por los pasillos y esquinas.

—Ya me tengo que ir, Ed —Piper susurró en el fondo. Alaska le daba su debida privacidad aun estando en la misma habitación, por lo que seguía mirando por la ventana mientras escuchaba el eco de dos bocas besándose—. Nos vemos luego. Haré todo lo posible por limpiar tu nombre, te lo juro.

—No tienes que hacer nada de eso, tesoro —respondió Eddie, quizás en agonía. Alaska no lo tenía claro, pero sabía que aquellas palabras lastimaron a Eddie y también a Piper—. Voy a estar bien, vamos a estar bien. Solo hay que pensar qué hacer, pero ahora no. Ve a casa y descansa.

—Te quiero —dijo Piper con voz ahogada. Cuando Alaska se volteó, los encontró a ambos envueltos en un abrazo.

Piper sostuvo las manos de Eddie por unos segundos. Alaska notó como le costó soltarlas cuando tuvo que caminar hasta el otro lado de la habitación para despedirse de ella.

—Alaska —Piper, al igual que hizo le hizo a Eddie, sostuvo por unos segundos el rostro de su mejor amiga con sus manos.

Alaska acarició una de sus manos, que todavía seguían sobre sus mejillas, a la vez que aguantaba las ganas de echarse a llorar.

—Voy a estar bien, Pip —Alaska vociferó en un hilo de voz.

—Puedes quedarte en casa —Piper dejó caer sus brazos a sus lados. Miraba con preocupación a la rubia—. Mamá te adora. Papá no tanto, pero en su defensa, él odia a todo el mundo. Así que puedes quedarte con nosotros por unos días en lo que a tu madre se le pasa el enojo. Además, Indy puede visitarte.

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