06. freaks but not killers.

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06

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06. raritos pero no asesinos.



Nancy guardó la punta del bolígrafo. La página en blanco de su cuaderno la saludaba desde su lugar, mientras el silencio era testigo de cómo Nancy tensaba su mandíbula.

Alaska Dumont y Eddie Munson miraban expectantes a la de rizos castaños. Podía pasar dos cosas: Nancy Wheeler se echaba a reír como una loca desquiciada, pensando que la habían tomado el pelo, o, se iría corriendo de allí para llamar a la policía.

—Di algo —Alaska dijo, con sus manos entrelazadas entre sí.

La rubia había sido la narradora de la historia, pues había sido ella la única que compartió con Chrissy antes de que esta muriera. Eddie solo pudo corroborar los detalles que Alaska contó cuando estuvo presente, luego, escuchó atento el resto de la historia como si fuese la primera vez; hacía las mismas expresiones que la Wheeler.

Alaska Dumont había obviado varios detalles, como el hecho de que Chrissy casi la besó. Le había prometido a la Cunningham que no diría ni una sola palabra, así que su promesa rebasa lo físico y lo presente, no diría ese detalle en voz alta, ni siquiera a los policías si llegaban a descubrirla.

—Sé que piensas que estamos mintiendo, y que parece sacado de una película de ciencia ficción —Alaska se levantó del colchón. Daba vueltas por la habitación semi vacía. Escuchó otro click y se dio cuenta que Nancy había detenido la grabadora—. No fue un efecto alucinógeno, fue lo que pasó.

—No matamos a nadie —Eddie la apoyó, desde su lugar—. Sé que somos los raritos y loquitos de la escuela y que hacemos cosas cuestionables, pero tenemos límites. Asesinar no está en nuestros planes, nunca lo estuvo. Y mucho menos matar a alguien como Chrissy.

Nancy suspiró, todavía no alzaba su mirada. Esta se perdió en la líneas azules de la página. Cuando finalmente levantó su cabeza, se encontró con Alaska junto al alféizar de la ventana, observándola atentamente.

—Les creo —Nancy respondió tranquilamente. No parpadeó hasta que Alaska lo hizo.

—¿Qué? —Alaska parpadeó perplejamente.

Eddie tenía su rostro arrugado en una mueca de confusión.

Ahora no sabían si ellos eran los que deberían reírse como desquiciados. No era posible que Nancy Wheeler pudiera estar tan tranquila, aún sentada sobre la silla y con un semblante indiferente, como si solo le hubieran confesado que comieron helado como desayuno.

—¿Nos crees sin más? —Alaska preguntó bruscamente. Había vuelto a reanudar las vueltas que daba por la habitación—. ¿Así sin más? —atacó. Nancy se encogió de hombros mientras asentía. Aquello enfureció a la rubia— ¿Te estás burlando de nosotros? —caminó hasta donde Nancy estaba sentada. Estaban cara a cara, Nancy con el mentón hacía arriba, dándole a entender que aunque estuviera sentada, todavía podía seguir siendo superior a la rubia que la miraba desde arriba.

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