14.Pecado

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Amalia me observó de reojo, señaló la puerta con la cabeza, asentí y en silencio me dirigí a la puerta de entrada del dormitorio de Hilaria, la abrí y dejé que Amalia pasara primero. Ella volteo y saludó con la mano a Catalina y Sofía, mi tía se encogió de hombros, la preocupación se asomaba por su rostro, Sofía por otro lado se encontraba triste por haber tenido tan poco tiempo de hablar con su prima. Ambas deseaban lo mismo que yo, que Amalia volviera de nuestro lado, volver a tenerla para nosotros, tener infinitas conversaciones y risas con ella nuevamente, no obstante Amalia estaba forjando su propio camino y debíamos respetarla por más duro que pareciera la cuestión.

Tanto Catalina como Sofía comprendían que no podrían hacer nada para entrometerse en el nuevo designio que Amalia tenía bajo sus pies. Solo podían observar como luchaba sola contra el mundo entero, como buscaba un hueco en una sociedad podrida, como defendía a los suyos a carne viva, su pueblo merecía un lugar en esta retorcida sociedad humana y quienes osaran ir en su contra pagarían las consecuencias.

Alexander se había cansado de escapar de la realidad, había entendido que hiciese lo que hiciese, su hermana no volvería de su lado, era hora de madurar, hora de que Amalia tomara la responsabilidad de lo que era forjar un futuro para su pueblo, por lo tanto, se había apartado de su camino, le deseaba la mejor de las suertes a su pequeña y amada hermana, desde su posición quería ver como ella se desarrollaba, como lograba sus cometidos con la fortaleza que cargaba en su interior. El deseaba poder ver aquel futuro que ella tanto prometía, deseaba estar presente en el momento en el cual la inmadura Amalia pasara a convertirse en una reina.

El día en el cual sus esfuerzos diesen frutos, todos y cada uno de nosotros, que la hemos estado acompañando durante tantos años, estaríamos allí para verla triunfar y felicitarla por el camino que había elegido, aplaudirle sus logros y darle el reconocimiento que se merecía, el camino no habría sido fácil, un camino que debía atravesar por su cuenta, sola, pero era el camino que ella había escogido, el único que había estado disponible. Y el cual nos tenía expectantes, orgullosos.

Amalia salió del cuarto y yo salí tras ella cerrando la puerta, suspiró agotada, le tomé nuevamente de la mano y nuestras miradas se conectaron, sus ojos ya no escondían el agotamiento, sin embargo el cariño seguía allí, era imposible ocultarlo, su corazón latía casi desenfrenado, su mano tembló con suavidad, algo más escondía su mirada, un profundo sentimiento la atormentaba, no era dolor, no era sufrimiento tampoco nostalgia, no era amargo, era un sentimiento cálido, la tormenta gris de sus ojos gritaban algo con locura, me gritaban un sentimiento desconocido y viejo, un sentimiento que ella creía muerto, enterrado, estaba aquí presente, palpitante, lleno de anhelo por gritarlo, más sus labios no lo dejarían salir, se abstendrían de decirlo, la simple idea de que aquel sentimiento saliera a la luz le aterraba. Sus dedos temblorosos se entrelazaron con los míos nuevamente, la corriente eléctrica apareció y su calidez inundó mi frialdad, sus mejillas se sonrosaron, bajó la mirada apenada por aquel sentimiento que estaba gritando con los ojos, con la mente, más no me atreví a leérsela, en el fondo sabía que sentimiento era, pero me encontraba en negación.

No podíamos, no debíamos, pero, aun así, estábamos pecando, estábamos saltándonos normas, estábamos incumpliendo nuestras propias palabras y promesas. El simple hecho de tomarnos de la mano ya era un nuevo incumplimiento a las normas establecidas por la corte vampírica. El simple hecho de sentir lo que yo sentía por ella ya me había condenado al maldito infierno, ¡Que más da! Arderé en el infierno por ella, me da igual, tan solo necesito sentir su calidez, necesito sentir su cuerpo junto al mío, anhelo con locura beber de su sangre, mi garganta sigue incendiándose, arde con intensidad, con locura, es intolerable el dolor que siento, inhumano, miles de dagas se clavan en mi garganta y la cortan una y otra y otra vez, pero por ella, me controlaba lo mejor que podía, el maldito incendio en mi garganta me asfixiaba, me ahogaba, más me mantenía de pie, firme, observándola con tanto amor como deseo, como el fruto prohibido que era, y que yo estaba dispuesto a morder.

El caballero vampiro [Trilogía EDDA #2 ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora