Crueldad

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Está bien pedir perdón....















El tiempo se va en un abrir y cerrar de ojos. Sobre todo en un lugar como el inframundo que no pasaba de la misma manera, el tiempo en palabras más sencillas, era más lento.

Ambos habían echo un gran equipo. La criatura de nombre "Coyotito" ya se había convertido en un adolescente de nahual, siendo un gran cazador y flechador, además de ser excelente comunicándose con los animales.

Como la vez que aún cuando cachorro intentó tocar a Tunich, pero el Charro le detuvo en seco. -¡No! No hijo, ese nomás lo monto yo porque es muy temperamental- como siempre el chiquillo no iba cuestionar. Se alejaría, pero el corcel fue quien se le acercó, permitiéndole tocar su precioso cabello.

De ahí, su tarea se convirtió en el cuidado del semental, de los pocos animalitos que había en la hacienda y la caza de tlacuaches que se colaban para robar el aguamiel, evidentemente nunca tuvo el corazón de quitarles la vida. Hablaba con ellos, convenciéndolos de marcharse del lugar y dándoles pequeños regalos para el camino, cosa que el Charro logró notar, pero jamás intervino.

Al ser un excelente cazador y flechador, el Charro aprovechó esto y lo entrenó para ayudarlo a ir trás los deudores. Cuando intentaban huir en sus carrozas o caballos, el hombre sólo necesitaba dar una señal que consistía en un silbido, como el que se les hace a los perros sabuesos.

- ¡A cazar, Coyote!- Era cuestión de segundos para que la criatura saliera convertido en un perro Capoh, negro y de mirada dorada.

Corría tan rápido que lo único que lograbas distinguir era el polvo y el sonido que creaban sus patas. Ya cuándo la distancia a la que se encontraba la víctima era alcanzada, sólo debía tomar una forma humana unos pocos segundos, usar su arco y derribar la rueda, así detenía por completo el paso.

-Muy bien Coyotito, que buen muchacho- El hombre lo premiaba dándole chocolate, una palmada o jugando con sus cabellos. El menor nunca se quejaba o pedía gran cosa.

Coyotito prefería alejarse y dejar que su patrón hiciera su trabajo, no mirar. Aunque era un ser inocente, tierno, compasivo y amable, no sentía pena, compasión o culpa alguna, nunca desarrollo algún tipo de sentimiento por los humanos. Sólo pensaba que eran seres confundidos que estaban equivocados por creer que lo material de verdad tenía algún valor.

Cuando el trabajo ya estaba terminado y el guerrero oscuro ya era dueño de la alma, galopaba rápidamente devuelta a la hacienda, con su fiel compañero trás de él.

Tanta había sido su confianza del hombre hacía el nahual, que ya tenía un lugar en las habitaciones de la hacienda. Ya no dormía en aquel corral echo pedazos, ahora lo hacía en una gran y suave cama. Cosa que la criatura agredecio con todo su ser, prometiendo lealtad y disponibilidad, evidentemente así fue.

Llegó a un punto de confianza, que la habitación sagrada paso a sus oídos, le permitió pasar. Esa vez aún siendo un cachorrito, lo vistió decente y colocó algunos abalorios protectores.

Antes de que el Charro le pidiera hacer reverencia, la cría ya estaba de rodillas ante la deidad, con su colita escondida entre sus patitas. Fue una ceremonia para recibir a "Coyotito" como fiel compañero del Charro, así como lo hizo con Tunich.

No todos los tratos que el chiquillo recibía eran agradables. Cómo hace unos años, cuando Toñita había dado a luz a su primer y único hijo.

Fue una noche fría. El hombre caminaba entre las calles de Puebla, de camino a la casa de los San Juan, dispuesto a mirar a quien lo sustituiría o en el peor de los casos reclamarlo de una vez.

𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐒𝐓𝐈𝐆𝐎 𝐃𝐈𝐕𝐈𝐍𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora