Noyollo

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¿Puedes sentirlo?...















Evaristo con aquella relajada mirada era quien estaba tras de la puerta.
—Buenas noches seño, no la quiero molestar. Nada más venía a buscar a un tal... Larado San José.—Husmeando con su mirada buscaba al muchacho, quién estaba demás decir lo confundido que estaba.
—Yo soy Leonardo San Juan. ¿Se te ofrece algo?— Hasta podíamos decir que fingió la voz a una más varonil.

No había que ponerse agresivos, la razón era que sólo quería devolverle a sus amiguitos. Leo salió para hablar con él, intentó no crear algún gesto, pero no podía evitar sentirse extraño al saber que había una criatura igual a su amigo Alebrije.

...

—Estamos perdiendo el tiempo madre. Mientras él anda de noviesito con el moscoso ese, el orden entre los muertos y los vivos sigue desbordando caos... Y no del que me gusta.— Protestaba Tezcatlipoca totalmente furioso, aunque había vuelto a ser parte del destino del Charro, aún habían ciertas cosas de las cuales ya no tenía tanto poder.
—Esta vez... Tezcatlipoca tiene razón, madre. Si esto continúa, ya no habrá como cerrar esa fractura en el espacio tiempo y los portales. Además de que pasará de boca en boca hasta  llegar a los oídos de los blancos. ¡Piensa en todo el caos que pasaría!. — Quetzalcoatl apoyaba en mucho tiempo a su hermano.

La Diosa reflexionó, quería darle lo que merecía, pero estaba en juego la raza humana, el tiempo y el orden natural. Sin embargo si no dejaban transcurrir está conexión, estaría todo perdido y todo aquel tiempo invertido habría sido en vano.

...

—Si necesitas algo más, aquí andamos para servirte, chavo. Ahí te ves, amor y paz.— Con dos dedos levantados haciendo una V se despedía amigablemente.
La noche los abrazó en su totalidad, era momento de volver lo más pronto posible para evitar el peligro de encontrar a aquellas criaturas o a los soldados. San Juan colocó en su morral a ambas calaveritas, para distraerles les dió paletitas de dulce.
La gitana lo tocó por el hombro, en su mano le entregó un amuleto de ojo de venado. Sin decir algo más, la dama volvió a su lugar dejando al muchacho un poco confundido. Y es que apesar de todo lo vivido, aún no creía en otro tipo de fuerza. Cómo parte de un mundo basado en la religión católica, San Juan sólo aseguraba y aclamaba el poder del Dios traído por los españoles.

Caminó lo más apresuradamente, mientras escuchaba el rugir de las momias que no había que decir, lo alteraban en absoluto.
Las sentía tras de sí, su aroma asfixiante de la carne pudriéndose, los sonidos traídos de la misma verno en su oído. En un momento de desesperación corrió sin mirar hacía donde iba, sin siquiera percatarse del hoyo a dónde iba a parar.

Cayó agresivamente hasta el fondo, afortunadamente el morral con los pequeños quedó afuera. Finado y Moribunda propiciaban sonidos llenos de desesperación por el muchacho. —¡Estoy bien! Vayan por Don Andrés, Teodora o Alebrije...— Intentó calmarlos suavizando su tono de voz, pero había un problema, una de las piedras había golpeado su estómago, abriendo una herida.

Mientras que los pequeños corrían desesperadamente para buscar ayuda, Leonardo aguantaba las ganas de soltarse en absoluto llanto. Una de sus tantas pesadillas eran los espacios cerrados, recordaba cuando niño su hermano junto con otros infantes lo encerraban en la vieja casona o en las habitaciones de su hogar. Miró a todas partes desesperado, con su palpitar a todo lo que daba incluso escuchando sus propios latidos, hiperventilando, la ansiedad en toda la extensión de la palabra, todo por encontrar algo para salir y aún así todavía soportando el dolor de su vientre.
De momento sintió un líquido caliente brotar, cuando miró se echó hacía atrás. Una de las piedras que lo habían golpeado, abrieron nuevamente aquella herida provocada por una rama, en esa aventura en Xochimilco.

𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐒𝐓𝐈𝐆𝐎 𝐃𝐈𝐕𝐈𝐍𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora