Él regresó

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Un pequeño roce...
















–Pasará pronto corazón... Ese piel blanca está cerca.– Mictlantecuhtli sostenía con algo de nerviosismo ambos brazos huesudos de su amada esposa, no haciendo más que contagiar su sensación sofocante. Estos sentimientos no eran dignos de los Dioses. ¿Cómo era posible que temieran de un humano? Uno el cuál sería un elemento importante en el destino mismo.

Habían pasado un par de días y aún seguían sin alguna pista de la joven. Leonardo estaba más que estresado, merodeaba por todos lados buscando al menos una migaja, algo que los llevará hasta ella.

Las visitas de Luis se hicieron un poco frecuentes, ganándose la confianza de todos excepto de Alebrije.
–No lo sé, pero ese cuate nada más no me cae y huele bien raro. – Le comentaba a su amigo don Andrés, este simplemente ignorando por completo su opinión.

Una vez más, visitaba el mercado local. Aunque ya llevaba un tiempo ahí, los pueblerinos seguían sin quitarle el ojo de encima. Era una extraña clase de hermandad, fuereño que llegaba, fuereño que intimidaban al grado de provocar su huida.
No era algo que San Juan haría, no se marcharía hasta encontrar a Xóchitl.
Le tocaba la tarea de hacer las compras, pues los demás se encontraban arreglando el globo y Teodora por supuesto que no las haría.

Tranquilamente se paseaba por el mercado, disfrutando de los olores y colores que mantenían vivo a Guanajuato.
Interrumpido y aterrado por la sensación de un tiron en su brazo, provocando que emitiera un grito.
–¿Qué? ¿Apoco se asustó el niño más valiente de Puebla? Jajajajaja.– Luis se mofaba del castaño, riéndose en su cara, burlándose. Leo sólo se limitó a mirarle mal y seguir su camino, no estaba de humor para soportar burlas, que por un momento le recordaban a su hermano...

Luis volvía a insistir en molestar al chico, una y otra vez, recordándole quién era ahí y el fuereño que era, algo hacía enfurecer a San Juan cuando se lo mencionaba.
–¡Ya estuvo! Este lugar no me da miedo.– Se le volteo de golpe, estando frente a frente le dió un ligero empujón, si no fuera por los reflejos de Luis, lo habría derribado. Una pelea a golpes comenzó entre los dos, llamando la atención de un soldado francés, que rápidamente se acercó a ellos. Otro problema que tenían encima eran estos, si hacías cualquier escándalo eras preso o te arrebataban la vida justo ahí.

Luis huyó rápidamente para no ser atrapado, Leo por otro lado no tuvo tanta suerte, el soldado ya lo tenía prensado del brazo, apretando de éste lastimándole.
–¡Suelteme porfavor! Le juro que yo no hice nada. – Suplicaba San Juan, mientras se jaloneaba. Acabó con la paciencia del hombre, quién repetidas veces le gritó que se callara, y que por accidente Leo pateó de éste.
Recibió un fuerte golpe en su mejilla acompañada de una fuerte patada en su estómago,lo suficiente para caer al suelo. El soldado sin piedad alguna sacó su escopeta, un golpe con ésta es lo que recibiría. El arma estuvo por un pequeño instante en suspenso, Leo sólo se preparaba para el impacto.

La voz de un hombre, al igual que su imponente figura se hizo presente, interrumpiendo este atroz acto y arrebatando el arma.
–¿Cómo te pones con un niño?.– Con un tono un tanto engreído, iba al socorro del joven. En una mano sostenía la escopeta, mientras que con la otra disponible, sostuvo de la cintura a Leo quién no había que decir, estaba totalmente aturdido.

–Este niño se va conmigo. Cualquier problema, yo sé con quién hablar. – Arrojó el arma al suelo. Apoyando al castaño casi cargándolo, lo sacó del lugar.
–¿Quién es usted?.– Intentaba divisar la figura de su salvador, pero debido al impacto, su vista estaba algo borrosa.
Lo sentó en su caballo y lo llevo a dónde aparentemente era el hogar del hombre.

En el lugar sagrado, los Dioses discutían el futuro de ambos, que ya había sido unido. –Todo está tomando su curso, como debe ser. – Tranquilamente les decía la madre a todos sus hijos.
Se reunieron con el propósito de devolverle la misión a Tezcatlipoca, pues antes que todo recibió advertencias. Esto es lo correcto, el perdón que el hombre merecía después de arduos años de trabajo. Era extraño que los Dioses tuvieran así de misericordia con un individuo. Ellos no se encargan precisamente de salvarnos, sólo ponen la fuerza necesaria en nosotros, pues somos nuestros propios salvadores.

𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐒𝐓𝐈𝐆𝐎 𝐃𝐈𝐕𝐈𝐍𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora