La salvación

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Lo que te ató...














Los años se los lleva el viento, se van en un abrir y cerrar de ojos. Leonardo San Juan era un tesoro en toda la extensión de la palabra. Un niño sin ninguna posibilidad de ser cruel, sin una pizca de maldad en su corazón, humilde y dulce hasta más no poder.

Un pequeño de cinco años, piel morena, de cabellos castaños y mirada de color almendra, con una sonrisa capaz de derretir corazones. Acciones que hacían pensar que era un ángel, uno sobre la tierra.

Pero aún con todas estas bellas cualidades, lamentablemente siendo víctima de las más duras circunstancias; desde perder a su padre y madre, hasta todos los días sufrir de las peores humillaciones de parte de los niños de su edad, de las malas lenguas de la gente de su pueblo, hablando como si tuvieran el derecho de interferir en la crianza del pequeño.

Aún con todo esto su corazón estaba intacto, gentil y amable con todo el mundo, capaz de quitarse el pan de la boca y repartirlo entre sus seres amados. Incluso su hermano, que de igual manera su trato hacia él era terrible, con constantes burlas por la dificultad en el habla del menor.

-¡Y-ya, Nan-Nando!- Gritaba en frustración, pidiendo piedad a quien ahora le amarraba el pie a un árbol. Haciendo un complicado nudo, uno el cual Leo jamás había aprendido a desanudar.

El llanto no se hizo esperar una vez que se encontró solo, estaba aterrado pues la noche comenzaba a caer y el seguía inútilmente intentando liberarse. Gritó por ayuda, pidiéndole a Dios ser escuchado.

Al cabo de unos eternos minutos alguien llegó a su socorro, pero no fue ni Dios ni una persona, sino un tlacuache. El animalito miraba al pequeño confundido, como si esperará algo. -Ho-Hola, a-amiguito. ¿Q-quieres?.- La presencia de la criatura lo tranquilizó, se limpió las lágrimas y le extendió su manita, un pedacito de pan le aguardaba, el cual comió felizmente.

Leo hablaba con el tlacuache como si de una persona se tratará. Pero la noche no se hacía esperar, estaba presente y los peligros podrían salir de cualquier lugar, así que la desesperación volvió a surgir en el pequeño. Jalaba con todas sus fuerzas su pie, esperando que así pudiera liberarse, evidentemente siendo un esfuerzo en vano.

Cuando las lágrimas estaban apunto de salir nuevamente de los ojitos del menor, fueron interrumpidas por el roer de la cuerda. No le tomó mucho al pequeño tlacuache para  terminarla, por accidente mordiendo al niño, pero no fue de gran  importancia, era libre. Antes de que Leo pudiera incorporarse y agradecerle, la cosita ya no estaba, ésta se marchó dejando un largo camino de huellitas que iban cambiando a unas más grandes hasta convertirse en huellas de sandalias, que apuntaban a una planta de Cactus en la cuál se ocultó.

- Por poquito y se lo comen vivo, patroncito. Pobrecito chamaco...- Le comentaba tristemente al hombre, verdaderamente enternecido por la maldad ocurrida.

-Bien hecho, muchacho. Ahora sí, vámonos.- Y su galopar comenzó.

Si bien el Charro se había hecho cargo de la protección de Leo, no fue por gusto o compasión. El Dios Tezcatlipoca se lo pidió, ésto con la intención de dejar que lo que estaba escrito tomará su curso. Sólo debía encargarse de que no muriera o tomara un rumbo diferente.

Claro, habían cosas de las cuales el definitivamente no podía interferir, como las burlas o el mal trato que recibía de su hermano y compañeros de escuela. Éste sería lo que formaría su carácter, lo que lo haría madurar para ser un buen muchacho y un gran sucesor. No había de que preocuparse, sí o sí el niño ya le pertenecía.

Hace un par de años, la panadería estaba en peligro de ser atacada y de venirse abajo. La desesperación no se hizo esperar en la familia San Juan, aterrados por perder aquello que los mantenía con un estilo de vida estable. La causa siendo las malas desiciones que había tomado Elíseo San Juan, el cual se había convertido en un adicto al juego, apostando hasta lo que ya no tenía, poniendo en riesgo su vida y la de su familia. Su madre muchas veces quiso detenerlo, hacerlo entrar en razón. Pero tal parecía que el buen hijo que tenía ya no estaba más, como si hubiese sido remplazado.

𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐒𝐓𝐈𝐆𝐎 𝐃𝐈𝐕𝐈𝐍𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora