El inicio

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La historia de 1807...















El gran día había llegado, Leo ahora de diez años de edad que trataba a toda cosa de sobre llevar las travesuras de su hermano Nando, siendo monaguillo y gran amigo de Fray Godofredo, aprendería de lo que era capaz de hacer. Su abuela siempre confío en él, nadie más que ella estaba segura que en el corazón de su pequeño había más que dulzura, había valor y mucho coraje.

-¿Y si vamos a verlo, patroncito? Podría necesitarnos.- Miraba por el espejo de obsidiana que les había sido otorgado para ver a través del mundo humano. Nervioso, completamente intranquilo por la seguridad de 'Leoncito', como lo había apodado.
-¡Que no, necio!. El señor Tezcatlipoca no nos ha dado ninguna indicación.- Cerró la imagen que la criatura veía con temor. Lo mandó a continuar con sus tareas y no hizo nada más que obedecer, saliendo cuál perrito regañado, con la colita entre las patas. Logró alimentar la intranquilidad del hombre, que ahora consideraba seriamente en la propuesta de su compañero. Pero era un rotundo no, pues este sería el comienzo de la historia ya escrita por los Dioses y no podía interferir.

Toñita estaba inquieta, temerosa no sólo por el 'fuego nuevo', su otro problema ahora siendo la carta que halló en las cosas de su hijo que había desaparecido hace un par de años, éste confesaba la horrible atrocidad de haberle entregado su hijo al "diablo" para saldar su deuda con aquel francés. Quería echarse a llorar, moría de dolor pero fue interrumpida por su nieto Nando. -Abuelita, ayúdanos a poner la ofrenda. ¿Sí?.- Preguntaba entusiasmado, detrás de la puerta. -Sí, mi niño, en un momento voy.- Ocultó la carta en una pañoleta blanca que dejó sobre la cama.

La ofrenda estaba por terminarse, Leo se acercó con la foto de sus amados padres. -Los ex-extraño mucho abu-abuelita. Casi ya ni me acuerdo de ellos.- Comentó tristemente, dejando casi salir un par de lágrimas. Su abuela fue a su socorro, abrazándole y dándole aquel preciado consuelo.

Desde la hacienda, ya hacia la Diosa Mictecacíhualt. En la sala de destilación del hombre, ambos tenían una sería charla, mientras bebían una deliciosa taza de pozol y un poco de mezcal que Coyotito se había encargado de servirles. Las visitas de la deidad eran más frecuentes, esto siendo siempre agradable y más para la criatura, que se daba el atrevimiento de llamarle "Señora madre".
-¿Estás seguro que así nomás, hijo?.- Refiriéndose al plan del cabellera oscura; el cual era esperar que el niño trabajará en su don, viviendo aventuras que cargarían la energía y el conocimiento suficiente para llevar el puesto del Charro Negro. Cuando todo ya estuviera unido y listo, se presentaría para cobrar el trato que ya había hecho con su padre unos años atrás.

-Así mismo, mi señora. Ya todo lo tengo planeado y autorizado por el Dios oscuro. Ésta noche será la primera experiencia del mocoso ése, sólo debo encargarme que no muera.- De un sólo trago bebió su mezcal, feliz y determinado en sus palabras. -No lo sé, tesoro. Hay muchas cosas que te harán cambiar de opinión, créeme.- Hablaba desde el conocimiento, sin apartarle la mirada.

Su charla continuaría hasta que Coyotito entro agitado, casi gritando de horror. -¡Patrón, la bruja esa está apunto de matar a Leoncito!.- De la desesperación había olvidado hacer reverencia ante la deidad, quién ahora también en su expresión se dibujó miedo. -¡Corre hijo, ve y ayúdalo!.- Antes de retirarse, besó su mano y se despidió a toda prisa.

Cabalgaron a todo lo que Tunich podía correr, dejando un extenso rastro de polvo denso, que se esparció por las calles. Coyotito corría a toda prisa delante suyo, transformado en el intimidante perro Capoh que le ayudaba a cobrar las deudas, en este caso siendo utilizado para adelantarse y evitar a toda costa la perdida del sucesor.

La casona lograba verse, en ella el mismo ritual que hace cincuenta y dos años atrás había evitado, y la furia por parte del Charro no se hizo esperar. -¡Otra vez esta  maldita vieja!.- Con el jalón de las riendas apresuraba al semental cada vez más, ambos compartiendo el mismo sentimiento, pues los ojos del animal estaban a un rojo vivo y relinchaba repleto de furia. Gritó a su compañero para que llegará lo más pronto posible e intentará hacer lo necesario para detenerla.

𝐄𝐋 𝐂𝐀𝐒𝐓𝐈𝐆𝐎 𝐃𝐈𝐕𝐈𝐍𝐎Donde viven las historias. Descúbrelo ahora