thirteen

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LA ARENA

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LA ARENA


























— ¿Mirarás las pantallas cada segundo cuándo esté en la arena? — cuestionó Peeta acariciando el brazo de Sage.

Los dos permanecieron en la habitación de ella sin poder dormir. Ninguno quiso despegarse del otro lo que les quedaba de tiempo.

Ella se levantó su cabeza apoyándose con su brazo. — Cada segundo, cada minuto — se acercó dejando un corto beso en los labios del rubio. — No confíes en los profesionales, ninguno del uno o el dos.

— Pero ellos...

— En ninguno — aviso Sage, recordando como uno del dos fue quien asesino a su hermano. — Puedes confiar en alguien del cuatro tal vez, o apóyate con Katniss, deben dar el espectáculo de los trágicos amantes.

La idea de los trágicos amantes ya no le agradaba tanto como antes, no luego de esa noche.

Peeta notó su tristeza, tomó la mano de ella llevándola hacia su pecho, donde se encontraba su corazón.

— Solo hay una chica de la que estoy enamorado, la primera y la última.

Ella quería esa vida, una vida junto al chico que hacía el pan en el doce. El chico que notaba cada pequeño detalle en ella antes de que se diera cuenta.

— Tengo que prepararme — aviso Peeta.

— Igual yo — Sage intentó levantarse de la cama, pero Mellark la atrajo hacia él. — Te llevaré hasta donde me lo permitan y después, regresaré con los patrocinadores. Te prometí que regresarías a casa.

— Cuando regresemos te presentaré con mi madre como mi novia, Sage Sinclair.

Ambos se pusieron de pie. Peeta le dio un beso antes de irse, sus minutos estaban contados hasta que volvieran a verse. El Capitolio ya les había quitado tanto, era su turno de robarles al menos unos instantes.

































— Cuando llegues a la arena, no te bajes de donde te pusieron o volarás en miles de pedazos — explicó Sage hacia Peeta. — No corras hacia la cornucopia, será un baño de sangre. Intenta mantenerte en lo alto, busca agua que será tu nueva amiga y por nada te acercas a la cornucopia allí estarán los profesionales, piensan que es su lugar sagrado, su territorio.

Ambos se mantuvieron alejados de la puerta esperando el momento de decirse adiós, ninguno quería decir adiós.

— No confíes en los del uno y el dos — repitió Sinclair. —Hasta aquí llegó, chico enamorado.

DARK HORSE; Peeta MellarkDonde viven las historias. Descúbrelo ahora