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Reservar una cita con Cristiano Ronaldo es mucho más sencillo de lo que creyó en un principio. Va bajo una falsa excusa de discutir negocios que podrían interesarle a ambos, pero no está omitiendo toda la verdad. 

La casa a la que llega es más apropiado llamarla mansión, con lo que parecen ser cuatro pisos, grandes ventanas y una puerta rústica de madera. Nota la pequeña cámara colocada en el marco de la puerta, se pregunta por qué motivo alguien tendría que ser tan paranoico sobre su seguridad. Cómo sea, no está aquí para descubrir eso.

Da tres toques y espera con calma. La puerta se abre luego de pocos segundos, un hombre lo mira de arriba a abajo antes de permitirle pasar. Se tensa un poco, notando que casi cada esquina del lugar hay un guardia armado, las cámaras abundan desde las más discretas a otras que son visibles a simple vista.

Lo guían por pasillos y escaleras hasta una habitación parecida a una sala, tres sillones grandes rodean una mesa. Hay un mueble con botellas de licor y vasos, además de la usual cámara y dos guardias. 

Toma asiento dónde le indican, cada fibra muscular tensa al estar de espaldas a la puerta, sin tener idea de que está sucediendo atrás. Escucha murmullos, una conversación apagada entre los guardias y alguien desconocido que espera sea el dueño de la casa, quiere salir de ahí lo más rápido posible.

La puerta se abre, escucha pasos firmes sobre la madera del suelo que se detienen detrás de él.

—Por favor, déjenos solos.

Mantiene una apariencia relajada, siente un par de manos sobre sus hombros que acarician los músculos con suficiente dureza para que sepa que quién sea, puede defenderse bien de un ataque.

—Magaña, ¿cierto? Es inesperado tener un huésped, sobretodo alguien cercano a Piqué, pensamos que todos seguirían muy dolidos por su reciente deceso. 

—Su muerte es inesperada, pero tenemos negocios que discutir, señor Ronaldo.

—Oh no. —Una risita se escucha demasiado cerca de su oído para su comodidad.— Ese no soy yo, me temo... —Las manos que lo estaban tocando se alejan de su cuerpo, tiene solo un segundo para respirar sintiéndose tranquilo antes de tener sentado a alguien sobre sus piernas.

Perplejo, mira al desconocido sobre su regazo, él le da una sonrisa, una de sus manos acariciando su pecho, luce muy tranquilo para alguien que acaba de brincar sobre un sofá para caer sobre alguien que no conoce.

Excepto, que sabe que reconocería ese rostro en cualquier parte. Toma las manos que vagan por su cuerpo para alejarlas, mirando cada detalle de su rostro.

—¿Javi?

Él se detiene, todo el aire parece detenerse en la habitación mientras ellos se miran a los ojos. Finalmente, él parpadea, relajando su cuerpo.

—¿Memo? ¡Memo, eres tú! 

Ríe mientras lo abraza, apretando su cuerpo contra el suyo con fuerza, las lágrimas pican en sus ojos y piensa que él está llorando un poco por la forma en que todo su cuerpo tiembla y se sacude.

—Nunca dejé de buscarte, te lo prometo, nunca me rendí contigo —le murmura, años de culpa por no poder encontrar a su mejor amigo se evaporan por el cálido contacto de tenerlo cerca una vez más.

Recuerda muy bien sus épocas en la escuela, cuando tenía trece años y pasaba el rato con Javier Hernández, su mejor amigo. Recuerda también el día que quedaron de verse para jugar un poco de fútbol por la tarde y como él nunca llegó, las noticias de su desaparición viajaron rápido por su pequeño pueblo.

La policía dijo que fue un secuestro, pues había testigos asegurando ver a un niño de su descripción ser subido a la fuerza a un carro negro. Aún así, al ver el barrio empobrecido en el que estaban, con los escasos recursos económicos de la familia para solventar los gastos de encontrar a su hijo, la búsqueda se apagó en tan sólo tres días. 

Expediente 65Donde viven las historias. Descúbrelo ahora