XII

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Esa noche, se besan hasta que sus labios arden y después ocupa su boca para llenarlo de placer. Duermen abrazados, tal como si lo hubieran hecho desde siempre, sus cuerpos se buscan en la noche fría para compartir el calor, amando tenerse el uno al otro. Pasa la noche sin sueños que lo atormenten.

Despierta con sus brazos todavía envueltos en su cintura. Su cuerpo presionado contra el suyo, tan tranquilo, tan dulce, perdido en el bello mundo de los sueños. Su camiseta se ha levantado, revelando la piel de su estómago, atravesada por una cicatriz irregular. Vuelve a cubrirlo, dejando un beso sobre su mejilla. 

La mañana y el desayuno pasan sin novedad, sólo miradas tímidas y sonrisas suaves dedicadas al otro, pequeños besos compartidos junto a un par de caricias inocentes. Conociéndose, dejando sus almas entrelazarse. No puede evitarlo, está enamorado de Leo, quiere conocer cada detalle de él, amar lo bueno y lo malo. Quiere conocer sus secretos y guardarlos cómo propios. 

Se despide de él, contento por el beso que recibe, sale de la casa asegurándose de ser visto en camino a su propio hogar. Una vez está a una distancia considerable, se oculta a esperar. Si algo aprendió de esos años pasando hambre, frío y dolor, es a ser paciente. Así que se queda en el callejón oscuro con la compañía de las ratas hasta que lo ve del otro lado de la calle, camina con prisa, sus ojos nerviosos se mueven por las personas que transitan a su alrededor. Se sorprende solo un poco por la ropa casual que usa, luce tan delicado y bonito en un suéter rosa pastel que enmarca su cintura. 

Tan, tan bonito.

A una distancia segura, lo sigue. Sus ojos no lo abandonan por calles y caminos que no reconoce, viajando lejos de su casa. Se pregunta que asuntos podrá tener Leo en este lado de la ciudad, demasiado cerca de la mansión Lewandowski para su gusto. Los celos, amargos y corrosivos toman un lugar en su alma, las sombras se levantan del suelo para caminar a su lado, murmurando con sus voces rotas como a pesar de todo, jamás será suficiente para Leo. No tiene dinero, no tiene poder, no tiene nada. Sacude la cabeza, sus risas lo abruman, le susurran todo lo malo que ha hecho y como nadie jamás será capaz de amarlo. 

Se recarga en la pared que hay a su lado, contando sus respiraciones para tratar de mantenerlos a raya. Ellos se burlan, sus rostros distorsionados en muecas aterradoras que se abren con sus carcajadas, sus voces se vuelven un ruido ininteligible, dientes afilados a la vista tratando de robar un trozo de carne de su cuerpo. Se siente ahogar en desesperación, cierra los ojos para no verlos pero ellos siguen riendo y hablando. 

—Ya basta... Por favor... 

"No mostraste piedad cuando le destruiste el cráneo, ¿verdad? Tanta sangre en tus manos... ¿Cómo es que él podría querer estar contigo?"

—Basta.

Se cubre los oídos con las manos, manteniendo los ojos cerrados con fuerza. Sus risas disminuyen hasta que desaparecen, silencio tranquilizador, nadie más que él y sus pensamientos. Suspira, esperando que los latidos de su corazón regresen a su ritmo normal. Una vez que recupera el control de si mismo, abre los ojos, mirando el edificio que tiene en frente, la reja de metal está oxidada igual que las letras "Orfanato" colocadas arriba. 

Intrigado, entra al lugar. Lo sigue un ambiente algo lúgubre, aunque el edificio principal no parece estar en mal estado, limpio y con una capa de pintura color crema que parece algo reciente. Nota un par de pelotas sobre el césped, sucias y algo desinfladas. Camina, el personal del lugar no le presta mucha atención mientras atraviesa la sala principal hasta que sale a un enorme patio trasero. Ahí, está Leo.

Sus ojos se detienen en él, arrodillado sobre la hierba sosteniendo entre sus manos un balón de fútbol bastante desgastado, su sonrisa es brillante y bonita cuando lo deja en el suelo para patearlo con poca fuerza hacía un niño. Se fija entonces en el pequeño que lo acompaña, parece tener menos de cinco años, su carita sonriente se fija en Leo y después en el balón, corriendo lo más rápido que puede. Leo corre detrás de él y lo atrapa en sus brazos, el niño ríe a carcajadas, luciendo absolutamente feliz estando entre sus brazos, sus rizos castaños rebotan con cada paso. 

Expediente 65Donde viven las historias. Descúbrelo ahora