XIX

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Memo observa el cuerpo de Gerard. Tiene los brazos cruzados a la altura del pecho, sus ojos cerrados le dan un aire de paz a su rostro. Flores de pétalos lilas empiezan a cubrirlo, enterrando el cadáver en un mar color morado. Su boca se mueve murmurando una sola palabra, las flores dejan su cabeza visible para que Memo pueda ver la putrefacción de sus rasgos, gusanos e insectos comiéndose la carne de sus mejillas dejando al descubierto el hueso. Una soga aparece sobre su cuello y el sonido de un disparo lo despierta.

Parpadea en la oscuridad, evaluando su entorno, Leo duerme acurrucado contra su pecho, no hay sombras humanoides en la habitación ni gente muerta paseándose por ahí, atormentando su psique. Son solo él y Leo en su recámara matrimonial, descansando después de un buen día. Suspira, el olor del jabón de Leo llena sus fosas nasales ayudándolo a calmarse y recuperar el control de su mente. Ya está amaneciendo, es mejor levantarse y comenzar con su día, incluso si le gustaría solo quedarse acurrucado junto a Leo, ambos tienen cosas que hacer.

Luego de tomar una ducha caliente y vestirse con un traje color azul marino, desayuna junto a Leo, la conversación se mantiene ligera mientras ellos terminan con sus bebidas; mate para Lionel, café para Guillermo. Al terminar, se cepilla los dientes y da los toques finales a su apariencia, piensa si debería recortar un poco su cabello, no demasiado; a Leo le gusta tirar de sus rizos mientras se lo folla. Toma el sobre blanco de la mesa de la cocina, se despide de su amada pareja y sale de la casa.

El camino a la mansión de Lewandowski pasa sin novedad, hay charcos de agua en algunas partes y nubes grises acumulándose en el cielo, pero no hacen mucho para disminuir el calor húmedo en el ambiente. Al llegar a la imponente estructura lo recorren escalofríos, aunque solo viene a dejar un mensaje, recuerda muy bien todos los peligros y secretos que se ocultan tras las ornamentadas puertas de madera. Dichas puertas se abren después de minutos, revelando una pequeña forma vestida con una camisa demasiado grande; Pablo Gavi.

Le da una cortés sonrisa, Pablo lo mira de arriba abajo, evaluándolo. Se aparta para dejarlo entrar y lo guía a una acogedora sala de estar; sin guardias ni cámaras, hace que Memo se pregunte por qué Lewandowski deja a su preciada joya tan desprotegida. Al tomar asiento, separado de Gavi por una mesita y unos dos metros, siente que le habitación se enfría, un miedo primitivo lo abruma por segundos, algo que le dice que está encerrado y en peligro. Observa al chico, descalzo y con enormes ojos que lo miran con atención, brillantes y adorables, parece que se romperá en pedazos con una corriente de viento.

Desliza el sobre por la mesita, Pablo lo mira sin hacer esfuerzo de tomarlo. —Es para Lewandowski —explica—, de parte de Lionel Messi.

Interés y desprecio pasan por los ojos de Pablo. —Papi está ocupado. —Memo trata de no pensar en el video que Gerard dejó, el chico luce demasiado joven y Lewandowski es su padre adoptivo, lo pone incómodo. —¿Qué quieres con él?

Memo ríe suavemente, esa es una pregunta tan compleja, no podría responderla solo con dos frases. —No quiero hacerle daño si eso preguntas, niño.

Sus mejillas enrojecen. —¡Tengo dieciocho! —Memo parpadea con genuina impresión, luce mucho más pequeño, su rostro conserva facciones infantiles y es chiquito en general. Luce como como un niño haciendo una rabieta, con los brazos cruzados y el ceño fruncido. Parece superar con rapidez la ofensa, pues vuelve a darle una mirada evaluadora en lugar de ofendida. —Eres el detective. El del caso de Piqué.

Asiente, no tiene sentido negar algo que ya sabe. Se pregunta qué tanta información Lewandowski comparte con Pablo; el aspecto inocente del chico no lo engaña, hay una mirada perspicaz en sus ojos que le dice que su aire de “niñito de papi” no es más que una farsa para confundir a los más estúpidos. Hay algo peligroso en lo más hondo de su ser, Memo lo sabe, no cualquiera hace lo que el chico, casi arrancarle un trozo de carne a otro ser humano siendo guiado por el odio y la pura rabia.

—¿Sabes algo que podría ayudarme?

—No. —Pablo desvía la mirada. —Robert no hizo nada malo —murmura, Memo sospecha que solo para sí mismo. Decide arriesgarse un poco.

—Sé que Gerard era tu hermano mayor. También estoy consciente de su intento de asesinato en tu contra, aunque no conozco los hechos que te llevaron a terminar como hijo adoptivo de Lewandowski, mucho menos cuando esa relación cambió.

Durante largos y asfixiantes minutos, el silencio llena la habitación; Pablo luce frágil después de recibir tal tumulto de información de un solo golpe, hace que Memo casi se sienta mal por decirle. Casi, en un solo segundo que le toma parpadear, tiene al chico frente a él, los ojos llenos de furia mientras sostiene un objeto afilado contra su cuello. Memo permanece muy quieto, muy consciente de cada detalle de su cuerpo; su respiración, sus latidos, el frío contra su cuello, el peso de Pablo sobre sus muslos, dónde ha elegido sentarse.

—Robert me dio todo —susurra—, él me salvó sin pedir nada a cambio, a diferencia de mi hermano —escupe la palabra con odio—, él me ama. Él es mi todo, mi mundo entero, no hay nada que no haría para protegerlo y mantenerlo a mi lado. Eso incluye, quitar del camino a entrometidos detectives que puedan poner en riesgo su bienestar.

—Si es inocente, no corre ningún peligro. —Le sostiene la mirada, entendiendo entonces por qué Lewandowski no necesita seguridad ni lleva consigo algo para defenderse, para eso ya tiene a Pablo.

—Gavi. —Una voz profunda se escucha, el niño aleja la mirada y, por suerte, el objeto afilado que mantenía presionado contra el cuello de Memo, quien puede respirar tranquilo una vez tiene más libertad. —No seas grosero con los invitados y sabes muy bien que detesto verte sobre el regazo de otro hombre.

—Perdón papi. —Se apresura a bajar, con la mirada en el piso sosteniendo la parte inferior de su camisa, la viva imagen de un pequeño demasiado consentido por su padre.

—Deja de jugar. —Robert dirige a Memo su mirada, con una suave sonrisa, extiende la mano. No parece muy enojado por encontrarlo con su hijo sobre sus piernas, pese al reclamo de hace minutos. —¿Qué lo trae hoy a mi hogar?

Señala el sobre todavía en la mesita, Pablo hace un ruido de inconformidad y desaparece de la habitación en dirección desconocida. Sin él, Memo siente que puede respirar un poco más tranquilo, sigue consciente de que su seguridad corre peligro estando a solas con Lewandowski. Aun así, la principal amenaza a su seguridad ya no está en la misma habitación con él.

—La envía Leo. Es una invitación formal para usted y su hijo para que nos acompañen a cenar el próximo sábado.

—Ya viven juntos, avanza bastante rápido, detective. —Memo nota un poco de burla en sus palabras, lo deja pasar por ahora. Lewandowski toma la carta para leerla con rapidez, sus ojos azules escaneando la pulcra letra de Leo y después volteando a verlo. —Por supuesto, asistiremos. Aunque debe decirle a Leo que no es necesaria tanta formalidad conmigo, después de todo, somos amigos muy cercanos.

Asiente, manteniendo los celos bajo control. Leo ahora lo quiere a él, no a Lewandowski, y el polaco ya tiene a alguien más a quien colmar de afectos. Puede que no se agraden el uno al otro, pero pueden tolerarse el tiempo suficiente sin que resulte incómodo. Esa cena sin duda será un momento para recordar, piensa, ya no tan contento como cuando Leo le habló de la situación.

—¿Qué pasó con Pablo después de ser abandonado en el orfanato? —Memo lo observa, atento a su lenguaje corporal.

—Lo movieron de institución a institución por su comportamiento problemático, hasta que llegó aquí. Creo que vivió un tiempo en las calles y uno de los encargados era un peligro para todos los niños, sabe a qué me refiero. —A Memo, se le revuelve el estómago. —No ha querido compartir conmigo todos los detalles. Lo adopté cuando tenía doce, he cuidado de él desde ese momento. Él recuerda todo sobre Gerard, cada palabra, cada golpe, cada toque indeseado.

Susurra lo último, un pecado más añadido a la larga lista de Gerard. Con una última confirmación sobre la hora de la cena, Memo se retira de la sala, dejando a Lewandowski solo con obvias intenciones de buscar algo de licor. En el pasillo se encuentra a Pablo, lleva consigo una bolsa de frituras y lo ignora al pasar a su lado. Antes de salir, su mirada se encuentra en jarrones que adornan cada lado de la puerta, con flores frescas recién colocadas, el lila resalta contra el blanco de la porcelana. Acónito.

De regreso a casa, tiene mucho en qué pensar.

Expediente 65Donde viven las historias. Descúbrelo ahora