IX

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Cómo un ritual bien ensayado, se viste con el traje negro que usó esa primera vez. 

Se prepara con meticulosa atención a los detalles, asegurándose de que sus rizos sean perfectos, no haya una sola arruga en su camisa y el perfume que usa en ocasiones especiales se adhiera a él. No puede negar que está nervioso de no encajar con Leo en lo que podría ser su vida cotidiana, que sean demasiado diferentes. Espera que sus preocupaciones sean solo miedos sin fundamentos. 

En una acción deliberada, deja la grabadora junto con la libreta de notas sobre el escritorio en su habitación, hoy no quiere pensar en el trabajo ni en el fantasma del hombre que aparece en sus sueños, sus ojos sin vida llenos de reproche por tomar lo que creía era suyo. Sabe que no es así, Leo jamás le perteneció, ni a nadie más. Leo es únicamente de sí mismo. 

Le recorre un escalofrío al salir de casa, el frío de la tarde le da la bienvenida y se lleva los malos pensamientos. Camina con calma, disfrutando del resplandor naranja de la luz del sol que no hace nada para repeler el helado ambiente. Siente que las sombras en las calles toman formas humanoides que lo siguen en su trayecto, juzgando su ética al meterse con su cliente tan poco después de quedar viudo. Los ignora lo mejor que puede, evitando mirar aquella que se parece a la víctima cuyo caso está encargado de investigar. 

Llega a la casa, el jardín se ve lleno de vida, con diferentes flores creciendo entre el pasto verde brillante. Toca y la puerta se abre después de pocos segundos, Leo sonriendo cuando lo deja entrar. Lo recorre con la mirada, la camisa azul cielo se pega a su cuerpo de la mejor manera y sus pantalones negros ajustados resaltan su trasero, aunque lamenta un poco no poder ver sus piernas en esta ocasión. 

Lo guía al comedor, la mesa ya está puesta y decorada, no se pierde el toque romántico y cliché que otorgan las velas colocadas al lado del jarrón con rosas de un rojo tan intenso como la sangre. Toma asiento dónde se le indica, siguiendo con la mirada a Leo mientras él se encarga de acomodar los platos a su gusto para después tomar asiento. 

—Espero que te guste. 

—Por supuesto —murmura, mirando sus labios envolverse alrededor del tenedor.

Charlan con tranquilidad mientras comen, evitando los temas que incluyan el trabajo, el como se conocieron y sobretodo, evitan hablar del matrimonio de Leo. En su lugar, él le cuenta sobre su época siendo entrenador de fútbol, el equipo de pequeños que corrían detrás de una pelota con risas estruendosas, le cuenta que recuerda a Robert llevando a su sobrina y como su amistad surgió algunos años después de que se casó.

—No era el mismo una vez que regresó, nunca me dijo que sucedió en ese viajecito, pero fue algo que lo cambió. Me ofreció muchas veces ayudarme en el divorcio, todas me negué, solo para mantener bien a mi familia. Vos sabés, es difícil romper los lazos familiares.

Lo sabe, pues a él le fue complicado dejar atrás a su padre ebrio y maltratador, el apego que le tenía fue como una cadena que tiraba de él hacía el fondo, impidiéndole avanzar. Hoy en día, a penas le dedica un pensamiento, no vale la pena perder su tiempo en alguien que con suerte lo quiso por más de cinco años. 

A cambio, él le cuenta historias divertidas de su adolescencia junto a Javier. Cómo un día salieron y fueron atrapados por una tormenta, lo que terminó con ambos regresando a casa entre la lluvia, las calles de tierra se volvieron lodo y, queriendo saltar uno de los charcos más grandes, ambos terminaron metidos de lleno en el barro. 

Escuchar su risa vale por completo la pena de recordar esas épocas tan vergonzosas. Su sonrisa junto a sus ojos brillantes resaltan su belleza a la suave luz que ofrecen las velas. Los platos vacíos han sido olvidados a un lado, incluso el encantador postre formado por una tarta de manzana se enfría sobre la mesa. Ambos demasiado absortos en los ojos del otro.

Tal vez es por el vino que siente el ambiente subir de temperatura, se han movido a la sala, sentados en el mismo sofá a una distancia prudente. No sabe en qué momento su mano aterriza sobre uno de sus muslos, tampoco sabe cuándo comienza a acariciarlo con suavidad, deteniéndose al estar demasiado cerca de tocar su entrepierna. 

Sus rostros se acercan, atraídos por el otro como un par de imanes. Sus labios se encuentran, un suspiro se le escapa por lo suaves que son, el beso empieza lento y dulce, saboreando su boca con delicadeza. Él se separa jadeando para acomodarse sobre su regazo, volviendo a unir sus bocas ésta vez con más urgencia. Sus manos encuentran su lugar sobre su trasero, apretando y pegando su cuerpo contra el suyo.

La excitación le recorre las venas como la droga más poderosa que ha probado, pronto, necesita más. Más de sus besos, más de sus toques, más de su sabor. Más de él. Se separa de sus labios para dejar besos húmedos sobre su cuello, chupando la piel con suavidad, sacándole pequeños gemidos que van directo a su entrepierna. Sus manos le sacan la camisa del pantalón, tocando la piel tibia a su alcance, él se separa cuando sus manos llegan a su vientre, tocando el borde irregular de una cicatriz.

—Para. Es que... No sé si estoy listo para, vos sabés, acostarme contigo. No que no quiera, pero, no creo estar preparado. Entiendo si querés irte... 

—No, está bien, lo entiendo. —Saca sus manos de su camisa, tomando su rostro con suavidad para dejar varios besos cortos sobre sus labios que parecen calmarlo. —Pero... Me gustaría hacerte sentir bien, si tú quieres. 

Él parece considerarlo unos segundos antes de asentir. Lo besa una vez más y lo acuesta sobre el sofá, él lo mira con sus ojitos llenos de incertidumbre, sin dejar que le suba la camisa, así que besa su estómago sobre la tela y le desabrocha el pantalón con calma. Lo baja junto con su ropa interior, dejando libre su pene ya erecto. Verlo le hace agua la boca, la necesidad crece en su vientre hasta que se vuelve imposible de ignorar. 

Besa sus muslos, sintiéndolo temblar debajo de su toque. Humedece sus labios y lame su miembro de la base a la punta, vuelve a hacerlo varías veces, siguiendo alguna venas con la punta de su lengua. Él jadea y se retuerce cuando envuelve sus labios alrededor de su longitud, jugando con la punta antes de bajar, tragando todo lo que puede hasta sentirlo presionando contra su garganta. 

Se mantiene ahí todo lo que puede, subiendo cuando necesita respirar y volviendo a bajar. Él gime, enredando sus manos en sus rizos, puede sentir sus muslos temblando, la forma en que su pene palpita contra su lengua. Lo saca de su boca con un ruido húmedo, mirándolo a los ojos.

—Vamos —le dice, colocando sus manos sobre su cabello para que lo sujete con fuerza, él gime, bajito y necesitado—. Úsame. 

Vuelve a tomar su pene en su boca, lleva una de sus manos a jugar con sus testículos. Él lo mira, su agarre sobre sus rizos se hace más firme y mueve sus caderas hacía arriba al tiempo que empuja su cabeza hacía abajo, el gemido que suelta suena más como un sollozo. Pronto, se pierde en perseguir su placer, follando su boca con movimientos descuidados. Él se mantiene relajado en su agarre, amando cada gemido de su nombre. Su propio pene duele contra sus pantalones, pero quiere enfocarse por completo en él.

—Guille. M-me voy a correr... 

Intenta apartarlo, pero no sé lo permite. Chupa y lame todo lo que puede, aumentando su velocidad, sus manos acariciando de su testículos a sus muslos. Levanta la mirada, sus ojos se encuentran y tiene el placer de ver su expresión al llegar al clímax, sus ojos se nublan al tiempo que de sus labios salen gemidos incoherentes de su nombre, el semen llena su boca y lo traga todo, sin desperdiciar una sola gota. 

Leo tiembla cuando saca su miembro flácido de su boca, se lame los labios, degustando el sabor del otro. Puede ver su respiración agitada, su pecho subiendo y bajando con rapidez, flotando en su nube post orgásmica. Admira el desastre que ha hecho, imaginando como se vería después de ser follado hasta el olvido. Cuando su respiración se normaliza, lo vuelve a meter en sus pantalones y se acomoda para que estén abrazados. Es un ajuste un poco incómodo por el espacio, pero puede sentir su corazón latiendo contra su pecho mientras acaricia su espalda y besa su cabeza.

—¿Podés quedarte a dormir? Solo que... 

—Claro. No tiene que suceder nada más hoy.

Él se relaja visiblemente, acurrucándose contra su pecho, besa su mejilla y después sus labios.

Cierra los ojos, ignorando las sombras que los observan. 

Expediente 65Donde viven las historias. Descúbrelo ahora