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La lluvia cae llenando el ambiente de un frío húmedo que hace a las personas envolverse en capas de ropa cálida para llegar a sus hogares. Cubierto con una chamarra gruesa, camina entra las personas hasta la estación de policía. 

Dormir con Leo fue maravilloso, una noche sin sueños para despertar con su cuerpo entre sus brazos, sonriendo todo tímido mientras le preguntaba si quería algo de desayunar. Estuvo muy tentado a quedarse todo el día en esa cama a su lado, pero no quería avanzar demasiado rápido y asustarlo. Se había marchado después de comer algo, asegurando que regresaría después. 

El lugar parece un poco agitado, la gente lo mira al pasar, ninguno de los otros policías le impide pasar o lo mira mucho tiempo, saben quién es. Lo más importante, saben por quién viene. En su opinión, el único policía un poco competente. 

Entra a la sala de descanso, el bullicio se detiene cuando lo ven. Uno de ellos le sonríe y sin decir palabra, toma sus cosas para salir de ahí. Caminan juntos en silencio hasta que salen del lugar, la lluvia no ha disminuido, así que permanecen bajo el techo que les brinda el edificio. Él saca una caja de cigarrillos y le extiende uno que toma, colocándolo entre sus labios, la flama del encendedor lleva un poco de calidez a sus dedos fríos. 

—¿Tienes que regresar? —Pregunta, mirando el humo flotar frente a ellos.

—Terminé el día de hoy. Iba a salir a beber con Marc y su esposo Frenkie, por si quieres venir. 

Niega con la cabeza, tomando otra calada profunda. Puede sentir los ojos del otro fijos en su rostro, así que voltea a mirarlo, la placa plateada con su nombre resplandece bajo la luz de sus cigarrillos. La lee, solo por capricho, "Manuel Neuer, policia", se burla, como siempre. Él apaga su cigarro, dándole toda su atención.

—Memo, no te ves bien.

Su mano tiembla, algo a penas ahí, pero lo hace sentirse nervioso. Mira a la gente que camina por las calles, se siente como si todos voltearan a verlo fijamente, juzgando su alma, sus errores, sus pecados. Ellos le sonríen, los dientes a la vista mientras sus ojos se pierden y quedan solo dos huecos negros de los que rezuma sangre, las comisuras de la boca ampliándose más y más hasta que no debería ser posible, articulando palabras que no entiende.

Parpadea, todo ha vuelto a la normalidad. La lluvia cae y nadie le presta atención, nadie lo mira, solo Manuel a su lado. Una de las personas no desaparece.

—Estoy teniendo alucinaciones otra vez. Veo las sombras levantarse y formar figuras que me atormentan. Me siguen en mis sueños, y ahora veo... 

Se calla, pasando saliva para tragar el nudo que siente en la garganta. Un auto pasa y se lleva consigo la sombra que seguía ahí, se siente más tranquilo ahora que no está.

—¿Lo sigues viendo? 

—Si. A veces se va, pero siempre regresa. 

Siente un toque gentil contra su hombro. —Fue en defensa propia. Me salvaste la vida.

—Pero... Se la arrebaté a él...

Manuel lo abraza, se deja consolar en el gentil toque de alguien con quién comparte un trauma tan profundo. La lluvia cesa, solo pequeñas gotas que caen de los techos hasta juntarse en los charcos del suelo.

—Tal vez deberías regresar con la terapeuta.

—¿Y volver a estar perdido en el opio? No, estoy bien, solo que a veces es difícil. —Se separa del abrazo, extrañando un poco el contacto. —Mira, no es que no me alegre verte, pero no vine aquí solo a eso. Necesito todo lo que tengan en los registros sobre Cristiano Ronaldo, André-Pierre Gignac, Robert Lewandowski y Lionel Messi. 

Expediente 65Donde viven las historias. Descúbrelo ahora