VII

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—Háblame de tu matrimonio.

Le dice, como si fuera su terapeuta en aquella primera sesión de terapia y no el detective a cargo de investigar la muerte de su marido, en lugar de eso, toma mate a su lado mientras le pide conversar.

Baja la mirada, a su mente llegan recuerdos de una infancia solitaria con rígidas reglas que a penas le dejaban disfrutar de algún placer en la vida. No hagas ruido, no hables demasiado, no cometas ningún error. Sigue el plan que padre tiene para ti aunque nunca te dirija más de una mirada, ni hablar de pasar tiempo de calidad o escuchar palabras dulces de su parte. 

Aprende de tu madre, sigue su ejemplo de como tener una casa presentable y administrar bien el dinero. Sé bueno, recuerda las reglas de antes. Recibe todos los lujos que quieras, solo no estorbes. No, ya no tienes que preocuparte por estudiar y aprender como administrar el negocio de tu padre, quizás no haya un negocio que heredar en el futuro. ¡Felicitaciones, eres de los pocos hombres que puede concebir! Acostumbrate a qué madre y padre te presten todavía menos atención, pero es tu culpa, por ser una anomalía. 

—¿Por qué? 

Intenta mantener notas altas en la escuela, solo para demostrarles que eres más de lo que ellos creen. Encuentra tu pasión en el fútbol y acepta entrenar a niños pequeños solo por la diversión de poder hacerlo, disfruta de la felicidad que te trae imaginar que algún día, ese serás tú con tus propios hijos.

—Información para el caso. 

Asiente, pensando en qué podrá serle de ayuda. A decir verdad, él estaría contento sin saber quién mató a su esposo, pero su familia había sido clara y contundente, si no aceptaba contratar a alguien para averiguarlo, harían todo para dejarlo viviendo en las calles. 

No es una conversación que quiera tener en la cocina, así que con su ayuda, limpia todo lo usado en el desayuno y se trasladan a la sala. Toma asiento en el sofá más grande, y después de un poco de vacilación, él también. Sus entrañas se revuelven al tenerlo cerca.

—¿Qué querés saber? 

De manera disimulada, observa como se acomoda. Llena el espacio en su casa de una manera que se siente cálida, nada como Gerard cuando aún estaba aquí.

—¿Cuándo comenzó el abuso?

Quizás cuando padre le dió una bofetada a los cinco años por derramar un vaso con leche. Quizás cuando madre lo ignoraba en las noches de tormenta que le causaban terror. Quizás cuando descubrió a los quince que podía llegar a concebir y el doctor le dijo que los de su clase no eran más que putas. Quizás cuando a los diecisiete florecía con las atenciones de hombres mayores que él, desesperado por un poco de amor genuino. 

—El primer día que nos casamos.

Su mirada se suaviza, ojos que lo miran con un brillo especial que le acelera el corazón, como si no tuviera que ser nadie más que él mismo para ser querido. Cómo si mereciera amor solo por existir.

—Me disculpo, no tenemos que hablar de eso sí te pone incómodo. 

Ser cuidado y protegido se siente tan extraño, recuerda solo una vez que alguien lo trató como lo más valioso del mundo. Y Robert, claro, siempre ha tenido un lindo comportamiento, pero es diferente. Su trato no le provoca mariposas en el estómago ni hace que quiera lanzarse a besarlo.

—¿Por qué es importante hablar de mi matrimonio? 

—Gerard dejó cartas en las que parece señalarte como uno de los posibles sospechosos de su muerte. No es que yo crea que es verdad —dice incluso antes de que pueda replicar con enojo, usando un tono de voz suave y calmado—, pero mis opiniones personales no tendrán peso en el expediente. 

Expediente 65Donde viven las historias. Descúbrelo ahora