Capítulo 3

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Las dudas reales

Regresé a mi casa con un fuerte dolor de cabeza, no estaba seguro si era por los golpes recibidos, o por lo vivido, o quizás por ambas cosas. Revisé mi rostro en el espejo del baño: estaba enrojecido e hinchado en el pómulo derecho, y el labio cortado. Saqué hielo del frezzer y lo apoyé sobre el área afectada.

Me derribé sobre un polvoriento sillón y cerré los ojos. Intenté calmar mi mente, pero ésta no se resignaba y seguía adelante su funcionamiento.

"¿Qué fue todo eso?" medité. "Debo estar volviéndome loco" me tomé mis crispados cabellos rubios.

Prendí la televisión con la esperanza de distraerme. Salté de canal en canal sin encontrar nada que me satisfaga. Cuando pasé por el canal de moda, me detuve. Estaban transmitiendo un viejo desfile. Lo primero que llamó mi atención fue las modelos con poca ropa o prendas sexis, eso me levantó el ánimo y me sacó una sonrisa. Pero después cambiaron a vestidos de novias, me quedé obnubilado frente a tales piezas, no podía apartar mis ojos.

–Que belleza, son hermosos –exclamé casi sin pensar.

Sacudí la cabeza de un lado a otro al darme cuenta de lo que pensaba, me golpeé avergonzado de mis propios pensamientos. Lo que siguió transmitiendo el televisor, fue hombres en traje de baño. Nuevamente captó mi atención, me sentía atraído por aquellos pectorales o brazos torneados, sentí excitación al verlos. Una vez más reaccioné de forma agresiva hacia mí mismo.

Deambulé por varios canales. Me detuve en una publicidad sobre una nueva marca de maquillaje. Quedé boquiabierto al ver las nuevas gamas de color que ofrecían para los labios.

Apagué el televisor al darme cuenta de que fue una pésima idea. Lejos de distraerme, me había puesto más nervioso.

"¿Por qué estoy pensando así?"

–Es obvio que tengo una conmoción cerebral –concluí y me retiré a dormir.

A la mañana siguiente me desperté, la jaqueca había cedido. Tardé unos minutos más de lo habitual, pero finalmente me levanté. Los eventos de la noche anterior aún rondaban en mi cabeza, pero ahora los recuerdos eran menos nítidos. Intenté auto convencerme de que fue todo parte de un mal sueño, o quizás una fantasía producto de los golpes recibidos. Esas explicaciones, tranquilizaron mis nervios.

Desayuné un café bien negro con un pedazo de pan que tenía en la heladera. Arreglé un poco mi cabello revuelto, y salí para mi trabajo: empleado en un mercado chino.

Abrí la puerta de salida, y me encontré con el guerrero que me salvó, estaba sentado en la entrada, abrazado a sí mismo y profundamente dormido.

–¡Ay, no! –exclamé al darme cuenta de que todo había sido real.

El hombre se despertó, y se puso de pie de un salto.

–Buenos días, princesa –Hizo una tonta reverencia.

–¿Qué demonios hacés acá?

–La protejo.

–Gracias, pero no necesito un guardaespaldas –fui sarcástico y emprendí el camino a mi trabajo.

–La seguiré a donde sea necesario.

–Mira –me detuve –. Podes regresar a tu mundo de fantasía y decirles que yo no soy una princesa –elevé mi tono de voz –. Es más, si tanto te gustan los hombres, ponete vos el vestido y hazte su princesa, no me voy a ofender –Volví a mi rumbo.

–A mí no me gustan los hombres –aseguró –. Me gusta usted.

La frase me descolocó, no lo esperaba. Me giré a mi interlocutor. Miré como sus ojos se clavaban en mi rostro. En ese momento me costaba reconocerlo, pero le creí sincero, lo que decía era verdad.

La princesa interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora