Capítulo 18

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Una obligación real

Una vez oí que las hormonas femeninas son las causantes de los cambios de humor de las mujeres. Jamás me importó mucho al decir verdad, hasta que mi cuerpo se llenó de estrógeno mágicamente. Y lo experimenté en carne propia.

A las confusiones normales que debía experimentar, ahora parecía estar sintiendo excitación por un hombre. Iler había provocado en mi sensaciones nuevas, sensaciones que solo había experimentado con... Lyota, otro hombre.

Incluso tuve un sueño en que ambos se batían a duelo por mi amor, pero a último momento retomaba mi cuerpo de varón, y ambos decidían abandonarme. Me desperté con un sentimiento de tristeza creyendo que el sueño era real.

–Solo fue una pesadilla –me admití al ver mi cuerpo en la misma forma que los últimos meses.

Aunque la realidad es que los últimos tiempos habían sido una verdadera pesadilla. Mi vida jamás había tenido orden, siempre fue un completo caos, pero ahora lo era mucho más.

Mis pensamientos se vieron interrumpidos cuando alguien llamó a mi puerta, un joven soldado ingreso cuando permití el acceso.

–El oráculo desea verla –anunció bajando la cabeza.

–Dígale que enseguida iré.

–Como ordene.

Sentí un escalofrió recorrer mi cuerpo, y me abracé inconscientemente a mí mismo, sorprendiéndome de lo suave que se había vuelto mi piel. Siempre que debía ver a ese sujeto sentía muchos nervios, siempre lograba hacerme sentir incómodo.

Pasado unos pocos minutos estaba recorriendo los largos pasillos del castillo escoltado por dos guardias. No era que los necesitara, pero había insistido en que estuviera acompañado y protegido.

Me detuve frente a la puerta de madera, sabía quién me esperaba del otro lado. Les hice una seña a los guardias para que se queden afuera, y entré. Dentro volví a ser asaltado por ese olor a encierro y moho que caracterizaba aquel lugar. La única luz que entraba a través de un ventanal alto, apenas alcanzaba para iluminar lo que parecía una mesa de laboratorio, llena de frascos con líquidos de los más diversos colores.

–Bienvenida –dijo una voz a mi espalda, sorprendiéndome –. Lamento si la asusté –dijo rápidamente al ver mí sobresalto.

–Estoy bien –Aunque internamente sentía mi corazón latir con fuerza.

–Lo ha visto imagino.

–¿A quién se refiere?

El hombre caminó unos pocos pasos, hasta acercarse a la mesa y poner su atención en los frascos que había allí.

–A su prometido –respondió sin mirarme.

–Sí, por supuesto.

–Y ¿qué sensaciones le produjo?

–Ninguna, apenas lo conozco.

Decidí ocultar todas las sensaciones que había expresado mi cuerpo desde la llegada del príncipe, no quería abrirme en algo tan íntimo con aquel sujeto.

–El príncipe, ha anunciado sus intenciones de declarar la guerra a los ejércitos de Orión, y después celebrar su matrimonio –Volvió a mirarme.

–Me lo ha dicho, sí.

–Yo no estoy de acuerdo. Considero que es necesario primero su matrimonio.

–¿Por qué?

–Ese hombre no conoce el verdadero poder del mago. Necesitaremos de la magia interna de usted para vencer.

No respondí, la verdad es que no sabía que decir. A pesar de las sensaciones que me había despertado Iler, mi mente aún se resistía a la idea del matrimonio. Ser la esposa, la mujer de alguien más, implicaba que ya no había vuelta a atrás, claro si es que aún existía esa posibilidad... y si yo deseaba esa posibilidad.

–Veo muchas modificaciones en su cuerpo –Sus ojos brillaban bajo la capucha –. Puedo preguntarle cuántos cambios hay debajo de ese vestido.

Sentí mis mejillas arder, parecía un viejo libidinoso intentando ver debajo de la falda de una jovencita.

–Creo que me guardaré esa información.

–No lo tome a mal, pero sus cambios son los que salvarán nuestro reino.

Sentí mi respiración acelerada, el oráculo aguardaba por una respuesta con sus ojos clavados en mí.

–Varios, pero no los suficientes que, supongo, esperan –dije al fin intentando mantener mí dignidad.

–Entiendo –dijo al fin después de unos segundos de silencio.

Volvió su atención a sus frascos.

–Consideró que el matrimonio generará los cambios finales –me aseguró.

–Y qué pasa si yo... no estoy de acuerdo.

El hombre giró bruscamente y me contempló nuevamente. Pensé que me gritaría, incluso que se volvería violento. Pero volvió a darme la espalda.

–Por supuesto que puede negarse –dijo con calma –. Pero piense las vidas que se perderán, creí que era una princesa que se preocupaba por su pueblo.

Las palabras calaron hondo en mí. Pensar en la gente sufriendo resquebrajaba mi alma. Nunca fui una persona empática, pero desde mi cambio, experimentaba una nueva sensibilidad.

–Ordenaré que empiecen con los preparativos del matrimonio lo antes posible –aseguré al fin.

La princesa interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora