Capítulo 15

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Órdenes reales

Había muchas más cosas que podía hacer o lograr desde mi posición de privilegio, además de pasar mis días encerrado en un palacio, ajeno de toda realidad. Para ejecutar mi nuevo plan debería enfrentarme a la resistencia del Concejo, sabía que también contaría con el apoyo de Lyota, y quizás el de Mirra. Pero si de verdad yo era su princesa no podrían denegarse.

-¿Entregar la comida? ¡¿Nuestra comida?! –se exaltó Arthur, uno de los miembros más antiguo del concejo.

-No sería todo, solo una parte. Por otro lado es extraño que diga "nuestra comida" cuando en realidad fue cosechado por los campesinos –lo desafié intentando imponerme con mi nueva voz aguda.

-Sí, pero es el impuesto que deben pagar.

-Bien, reduciremos el impuesto, y mientras tanto le devolveremos una parte.

-¡Esto es un locura! ¿Alguien más lo piensa? –Consultó a los demás miembros presentes.

-Cuide su palabras concejal, está contradiciendo órdenes reales –intervino Lyota con seriedad.

El anciano me miró con furia, pero de mi parte solo recibió una sonrisa burlona mientras me cruzaba de brazos.

Quince minutos después ya estaba organizando a todos los criados del castillo para que corrieran la voz en los pueblos y ayudaran en la repartición de los alimentos. Todo debía estar listo para el día siguiente, nuestra gente no podía esperar más.

Me aproximé al comedor real, para mi suerte estaba completamente vacío. Tomé asiento para recuperar un poco el aliento, después de un día agotador. Quise alcanzar una jarra con agua, pero sin percatarme empuje una copa, que se encontraba más adelante, con mis nuevos senos.

-Tonto –me recriminé.

-¿Estás bien? –Vi a Lyota ingresando a la misma sala.

-Si –admití -. Solo digamos que aún no me acostumbro a las modificaciones de mi cuerpo.

-Es difícil... imagino.

-Supongo que de a poco me voy acostumbrando –me encogí de hombros - . A decir verdad cada día que pasa voy olvidando como se veía mi cuerpo antes. O quizás... ésta –me miré - siempre fue mi verdadera forma y de a poco está regresando.

Lyota no respondió. Estuve tentado a preguntarle cuál de mis dos versiones prefería, cuál encontraba más atractiva, pero como siempre abrirme completamente con él se me hacía difícil.

-Gracias por defenderme hoy –dije al fin.

-Siempre estaré de su lado, y más si es una acción noble como la que haremos mañana.

-Me gusta que estés a mi lado.

-Y así será hasta mi último segundo respirando –exclamó con voz más calma.

Bajé la cabeza y sonreí involuntariamente.

-Lyota yo...

-Vine solo para notificarle una noticia –me interrumpió adrede.

-Te escucho –concedí con desgano.

-El príncipe Iler, su prometido ya ha entrado en nuestro territorio. Llegará en poco tiempo. Nuestros soldados ya lo están escoltando.

Hubo un silencio insoportable durante unos segundos.

-Esas ¿son buenas noticias? –pregunté de forma maliciosa.

-Sí lo son... para nuestro reino.

-¿Y para vos?

Otra vez silencio.

-Me retiro –exclamó.

Giró para marcharse, pero se detuvo al oír mi voz.

-¿Qué sucede si no me gusta? ¿Si no me quiero casar con él?

-Supongo que deberá hacerlo igual, todos debemos hacer un sacrificio –respondió dándome la espalda.

-¿Vos también?

-Créeme Anastasia que yo hago el más grande de los sacrificios –Me miró.

Lo contemplé directamente a los ojos, vi su desazón, su tristeza. Me hizo una reverencia y se marchó frente a mi silencio.

-¡¿Qué estoy haciendo?! –me recriminé una vez solo y dándome ligeros golpecitos en la cabeza.

Al día siguiente las actividades empezaron temprano, de hecho aún el sol no se asomaba por el este cuando estuve en pie. Observé por una de las ventanas de mi habitación y vi como miles de campesinos ya se agolpaban en las puertas del palacio aguardando por la repartición de alimentos prometida.

Me presenté en la sala del consejo, donde ya me aguardaban. Ninguno disimulaba su descontento.

-Ya está todo listo su majestad – Mirra dio unos pasos adelante siempre con su sonrisa amable -. La repartición se dará en la sala real, cada campesino ingresará. Usted escuchará sus necesidades y decidirá cuanto otorgarle, será cansador pero...

-No –la interrumpí -. Lo haremos de otra manera. Entregaremos un saco de trigo, frutas y verduras a cada campesino.

-¡Eso es una locura! –intervino Arthur nuevamente -. Los graneros quedaran vacíos.

-Exactamente, y eso no es todo, cada uno de ustedes ayudarán a repartir la comida. Así que sugiero que se arremanguen y se preparen a ensuciarse un poco.

El día fue agotador, incluso más que el anterior: con cada miembro del concejo, cada soldado, cada criado, entregamos los alimentos a todos los campesinos que llegaron. Para la tarde habíamos completado nuestra tarea. Sabía que tenía ahora un pueblo agradecido detrás de mí, pero al mismo tiempo me había ganado el odio del Concejo.

Volví a tomar asiento en una silla, estaba sucio y transpirado, pero aun así feliz de mi decisión, sentía que por primera vez en mi vida había realizado algo que valía la pena. Jamás había sido empáticos hacía e otro, al menos hasta ese día. Quizás mi nuevo cuerpo me obligaba a pensar, a actuar distinto.

Cerré los ojos para descansar, pero una voz desconocida me obligó a abrirlos.

Me encontré con un hombre unos años mayor que yo, llevaba el cabello cortado al rape, un cuerpo alto y esbelto. Vestía un saco rojo decorado con distintas medallas. Se mantenía a distancia, parado, bien recto.

-Aún en tu estado actual sos extremadamente bella. Soy Iler –hizo una leve reverencia -. Tú prometido.

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Un nuevo capítulo, y nos acercamos a capítulos reveladores. Agradezco sus likes y comentarios, también diganme si les está gustando para donde va la historia. Un saludo.

La princesa interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora