Capítulo 4

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Una situación real

De más está explicar que, en mi vida en general, nunca había recibido palabras o señales de afecto. Quizás ésta era la primera vez que sucedía. Pero que fuera de parte de un hombre tampoco me alegraba mucho.

El guerrero permaneció en silencio contemplándome, yo hice lo mismo. Tal como sucediera en la vez anterior, había algo en su rostro que me atraía, y al mismo tiempo se me hacía familiar.

–Deja... deja de decir esas cosas, aquí eso puede considerarse como algo raro –exclamé al percatarme de que había permanecido demasiado tiempo en silencio observándolo.

–¿Raro? ¿Por qué es raro expresar abiertamente los sentimientos?

–Porque no lo hacemos y punto.

–De acuerdo –aceptó –. Pero guardarse los sentimientos eso sí que es raro.

–Ya... ya tengo que irme –anuncié mientras aun analizaba su certera respuesta.

–Yo le acompaño.

–No podés hacerlo

–¿Por qué no?

–Porque voy a trabajar.

–Las princesas no deberían trabajar, más que en sus propios reinos.

–Deja de decir que soy una princesa –exigí bajando la voz para que nadie nos oiga.

–¿Por qué? Déjeme adivinar: es raro.

–Sí, pero más raro aún.

Consciente de que no me lo quitaría de encima, le permití que me siga, pero cinco metros más atrás. Imagínense las caras de las personas que pasaban al lado de un sujeto que vestía una armadura y una capa roja.

Mi puesto de trabajo era de cajero en un pequeño mercado, coreano o chino o algo por el estilo. Para mi suerte ese día estaba solo y mi jefe rara vez asistía, eso me permitió meter a Lyota dentro del negocio en vez de dejarlo en la puerta. Levanté la reja de entrada, prendí las luces y ordené la plata de la caja antes de que lleguen los primeros clientes.

La mañana transcurrió con relativa tranquilidad. Mientras le cobraba a un cliente y embolsaba sus productos, el guerrero no dejaba de observarme, lo cual por supuesto me incomodaba.

–¿Qué? –inquirí molesto una vez que estuvimos solos.

–Sus delicadas manos no se hicieron para la tarea de plebeyos.

–Ja, ja, delicadas. Si supieras las cosas que hice con esta mano te desmayarías –Levanté mi mano derecha – ¿Ves esa pila de papel higiénico? Reponelos en aquella góndola –Le señalé una de las dos únicas estanterías que había en el lugar.

–Esas también son tareas de plebeyos que un guerrero no debe hacer.

–¿Sí? No me importa, es una orden de tu alteza real.

Frunció el ceño frente a mi ingeniosa maniobra, pero no le quedó otra opción que obedecerme.

"Esto podría ser beneficioso" pensé. Pero por alguna razón me negaba a la idea de usar esa estrategia para sacar provecho del pobre Lyota.

"Sería injusto, él parece tan bueno... y... lindo" Me quedé observándolo nuevamente más de la cuenta mientras cumplía con mí orden. Negué de un lado a otro sacándome esas ideas de la cabeza.

–A mí me gustan las chicas –dije por lo bajo para autoconvencerme. Pero la realidad es que en veinte años de existencia jamás había tenido lo que se puede llamar novia. Si alguna que otra experiencia sexual, pero jamás un verdadero vínculo sentimental con una mujer.

Mis pensamientos se interrumpieron cuando vi que el cielo se oscurecía rápidamente.

–Parece que va llover –dije.

–No, eso no es algo natural –aseguró Lyota acercándose a una ventana –. La oscuridad está solo aquí.

–¿A qué te refieres?

No hubo necesidad de respuesta, unos instantes después volví a sentir esas risitas tan irritantes y chirridos similares a los de un ratón.

–¡Ho, no puede ser! Otra vez esas cosas.

Pequeñas luces azules traían a tres o cuatro trasgos, que enseguida pusieron sus oscuros ojos en mi rostro. Armados con armas rudimentarias se me acercaron en forma amenazante. Lyota no perdió el tiempo, desenfundó su espada y atacó a las criaturas.

Por alguna razón aquellos monstruos me aterraban y me paralizaban, más de lo normal. Mientras el guerrero batallaba con al menos media docena, yo intentaba protegerme de dos que se habían empeñado en seguirme. Me escondí entre las góndolas. Pude oír las pisadas de sus pesuñas acercándose. Tomé una lata de conservas y cuando vi la cabeza de uno asomándose en uno de los extremos, se la lancé dando justo en el blanco. Con el segundo no tuve tanta suerte, me sorprendió por la espalda y me hizo caer. Se me arrojó encima y a puros mordiscos intentó arrebatarme la vida.

–¡Lyota... ayuda! –grité mientras forcejeaba.

Con un salto inhumano, el guerrero pasó por encima de la góndola y atravesó con su espada a la criatura. Acto seguida empujó la góndola para apalastrar a los que quedaban del otro lado.

–¡Ho, dios! el señor Won me va a echar –me lamenté tomándome la cabeza al ver el desastre ocasionado.

–Créame, esa es la menor de sus preocupaciones –aseguró Lyota señalando a lo lejos.

Nuevamente las luces azules daban la bienvenida a nuevos trasgos. En un abrir y cerrar de ojos nos vimos rodeados por al menos unos treinta enemigos.

–Es el fin –exclamé aterrado y dando pasos hacia atrás hasta toparme con una pared. 

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Bueno retomamos la historia donde quedó. Como siempre agradezco a todos por los comentarios y likes.

La princesa interiorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora